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Poesía, centón y Wikipedia

Fuente: ine.es

Algunas de las más personales obras de Borges no las ha escrito Borges, sólo las ha recopilado. Es el caso de la Antología de la literatura fantástica, del Libro del cielo y del infierno o de Cuentos breves y extraordinarios.


Que con materiales ajenos se puede hacer un libro propio ya lo sabían los tratadistas antiguos. En el Centón nupcial de Ausonio todos los versos son de Virgilio, pero el erótico resultado nada tiene que ver con el casto vate mantuano, y en las «silvas de varia lección», tan características de nuestra literatura áurea, se acarrean materiales tomados de muy diversa procedencia.


De la poesía, de T. S. Norio (seudónimo de Braulio García Noriega) se inserta en esa tradición. El más de medio millar de fragmentos que se reproducen en sus cerca de quinientas páginas se nos presenta como el material recopilado para la elaboración de un ensayo sobre las diversas funciones que la poesía ha cumplido a lo largo de la historia.


Las preguntas a las que T. S. Norio pretendía dar respuesta a veces son muy generales («¿para qué sirve la poesía?») y otras muy concretas y algo pintorescas («¿los poetas mayas eran ricos o pobres?»). Ningún libro las contestaba todas y por eso decidió escribirlo él. Pero pronto se vio desbordado y, a los nueve meses de sumergirse «en las ignotas aguas de la erudición», decidió abandonar su trabajo y ofrecernos tal cual, sin más aportación propia que «algunas puntuales acotaciones entre corchetes», toda la documentación que había recopilado. Toda, lo mismo la que presentaba algún interés que la que parece no tener ninguno. Nada de lo escaneado, fotocopiado o directamente descargado de internet queda fuera.


Las fuentes de información son menos variadas de lo que a primera vista pudiera parecer. A una enciclopedia en seis tomos, El hombre en el mundo, publicada por Editorial Noguer en los años setenta, recurre continuamente para recopilar los fragmentos sobre la función de la poesía en los pueblos primitivos; apenas hay página en que no aparezca. Con casi igual frecuencia se utiliza Una breve antología de poesías breves, publicada en la colección «La última canana de Pancho Villa», publicación más o menos marginal a la que está ligado el propio García Noriega. Sorprende que los poemas tomados de esa antología -originalmente en inglés, en latín, en griego, en las más diversas lenguas- se reproduzcan siempre en castellano sin indicación del traductor.


A T. S. Norio le gusta recurrir una y otra vez a los mismos libros: una Historia de la China antigua, de A. Montenegro, o a una antología de Poetas líricos griegos, publicada por Federico Carlos Sainz de Robles y publicada en la colección Austral. También se vale a menudo de su memoria: «referencia perdida» escribe tras una frase de Cocteau, de Rilke o de Cervantes. Y no duda en indicar que tal o cual texto se publicó en la revista Jano «en algún número de 197?».


Lo que más sorprende al lector es su constante empleo de la Wikipedia, ese inagotable recurso para los curiosos de cualquier tema. Por primera vez en la historia del ensayismo contemporáneo (aunque no en la de los trabajos de los estudiantes menos aplicados) no se limita a utilizar sus datos, contrastándolos con otras fuentes, sino que reproduce entradas completas, como la dedicada a «Versolaris», o la «lista de poetas nacionales» (que, por cierto, incluye en Venezuela a Rómulo Gallegos, que no parece que fuera poeta). Claro que no es la única página de internet saqueada literalmente: la biografía de Pío Muriedas procede, según se indica, de www.escritorescantabros.com.


No estamos ciertamente en el mundo de Borges ni en el de la erudición académica. Este libro no es el destilado de muchos años de lectura y reflexión sobre un determinado tema. Se trata más bien de un algo caprichoso y arbitrario centón. ¿Qué sentido tiene copiar el índice completo de un libro de Álvaro Galmés de Fuentes, «La épica románica y la tradición árabe»? Tan poco sentido como reproducir parcialmente la entradilla de una entrevista con el psiquiatra Ramón Bayès (si intentamos descargarla completa nos piden 4,5 euros) o un artículo completo de Xuan Cándano (¿se incluye quizás porque su título está tomado de Eugénio de Andrade?).


La arbitrariedad más absoluta, y a veces la desidia, parece haber guiado esta recopilación. Con el criterio del autor -y el recurso a la Wikipedia y a cortar de acá y de allá, venga o no a cuento- bastaría un mes, no los que se declaran en el prólogo, para que cualquier escolar medianamente aplicado pudiera recopilar un volumen semejante.


Doy algunas pistas: en la Antología de poesía primitiva, de Ernesto Cardenal, en las antologías de poesía árabe, china o de poesía zen, a las que recurre constantemente, quedan muchos poemas que se podrían incluir con el mismo derecho, y la misma poca o mucha pertinencia, que los ya seleccionados. ¿Y qué decir de Omar Khayyam? Se incluye una de sus Rubaiyat, como se podrían incluir media docena, o cien, o ninguna.


Pero la magia de las misceláneas hace que, incluso en este libro (que cualquier editor sensato no habría pasado de considerar un muy incipiente borrador), podamos encontrar, dispersas entre la hojarasca, un buen puñado de maravillas.


El poema «Auld Lang Syne», de Robert Burns (en traducción de la que no se indica autor, pero sí que está tomada de la Wikipedia), otro memorable poema «Invictus», que Nelson Mandela tenía colgado en la pared de su celda, o tantos textos breves tomados de 365 pájaros tiene el cielo. Agenda poética o de la tan saqueada enciclopedia El hombre en el mundo. También nos sorprende gratamente de vez en cuando alguna anécdota, alguna curiosidad.


Pero nos sorprende más la nota editorial colocada al final del prólogo: «No hemos querido adecuar -nos dicen los editores- el lenguaje a una perspectiva no sexista, pues entendemos que la selección del autor pretende realizar un muestrario del hecho poético a través de la historia en sus infinitas expresiones, también cuando las mismas tengan una carga machista, militarista, etc. Es lo que tiene hacer un inventario de la realidad?»


¡Menos mal que resistieron la tentación de «adecuar el lenguaje a una perspectiva no sexista»! Esperemos que, si editan La Celestina o el Poema de Mío Cid, la resistan también.