Fuente: eluniverso.com
Para invocar al espíritu del viento, el músico y compositor Schubert Ganchozo sopló su caracola de concha y dio inicio, cual ritual ancestral, a la tertulia poética que se desarrolló el sábado pasado, desde las 11:30, en Garza Roja Parque Club, ubicado en el kilómetro 37 de la vía a Daule (en Nobol).
Luego, en medio de la naturaleza y en la ribera del río Daule, los versos de Enrique Álvarez, Siomara España, Hernán Zúñiga, Rocío Durán-Barba, Arturo Santos Ditto y Karina Gálvez se fusionaron con el canto de los pájaros. En tanto que el reducido pero atento público parecía disfrutar de cada una de las pausadas y claras intervenciones de estos creadores ecuatorianos.
Voces en la orilla es el primero de una serie de recitales de poesía auspiciados por la Fundación La Garza Roja. Ramón Sonnenholzner, su director, explicó que este es un proyecto “en el que se van a escoger a 30 o 60 poetas locales para que participen en una recitación improvisada y aleatoria, siempre acompañados por músicos que son parte de la fundación”. Las jornadas, que se realizarán cada dos meses, serán grabadas en un disco que vendrá en “una edición sintetizada de poemarios” que la fundación tiene previsto lanzar a fines de año.
Tras el discurso de Sonnenholzner, Álvarez tomó la posta, mientras sus colegas en las letras escuchaban atentos sus versos, esperaban su turno y releían uno de los seis poemas que cada uno escogió para este encuentro.
Cuando Álvarez pronunció su última palabra, Ganchozo utilizó una de sus réplicas precolombinas de barro con forma humana para producir sonidos e invocar una vez más al Dios del viento. Llegó el turno de España y, asimismo, Ganchozo la selló tocando una ocarina.
Después Zúñiga tomó el micrófono e interpretó uno de los poemas de su libro Amodio. “Devoción, en primer lugar a la palabra que lo hace todo, al don de lenguas que resucita lázaros, pesca raudales y convierte a los corruptos con el vino consagrado...”. Continuó una muy segura Durán-Barba, entonando muy despacio sus creaciones.
La lírica cobró fuerza en la voz de Santos Ditto, quien se convirtió en el “obstinado navegante” y en el “marinero de la vida” de su poema, al interpretar con vehemencia y precisión cada una de sus armoniosas estrofas.
Ganchozo representó también “el hablar de los pájaros” con su silbato de bambú. Así le dio paso a Gálvez, otra de las delicadas voces de mesa de poetas. Sonnenholzner culminó la que sería la primera de seis rondas con una breve idea filosófica y, cuando ya todos habían dicho su repertorio poético, Ganchozo se impuso con el sonido de su caracola. Después solo se escucharon aplausos.