Los poetas vuelven a la casa de Aleixandre 40 años después

Fuente: https://www.abc.es/cultura/cultural/puertas-abiertas-velintonia-poetas-reencuentran-vicente-aleixandre-20240613142508-nt.html?gig_actions=sso.login&gig_enteredFromComponent=fromLoginClick

Un documental reúne a la última generación de poetas que visitó la casa del Nobel y recibió allí su magisterio. ABC Cultural los acompaña en su regreso.Hay un cartel de se vende colgado en un balcón por el que ya no mira nadie.

Abajo, la vegetación lucha por ser selva y escaparse de los muros y la humedad va escribiendo el paso del tiempo en una lengua muerta pero no olvidada.

Por la calle pasean gentes que van al hospital o al colegio e ignoran la vieja fachada, aunque a veces se para un curioso (aún quedan curiosos en el mundo) y dice: «Es aquí».

La verja, verde, chirría al abrirse. Hay óxido en los barrotes de las ventanas, en las cañerías, en los tornillos. Los escalones que llevan a la puerta están agrietados.

Podría ser cualquier portal del olvido, pero una placa nos sitúa: «La asociación de escritores y artistas españoles, al socio de honor Vicente Aleixandre, premio Nobel de Literatura 1977. Madrid, 26 de abril de 1985». Esto es Velintonia, la meca de la poesía española del siglo XX, ahora un lugar abandonado, pero no una ruina todavía.


Al otro lado de la puerta hay un recibidor, y después otro con una chimenea. En la pared todavía se nota la huella de un reloj antiguo que estará dando la hora en otra parte. «Y aquí estaba el retrato que John Ulbricht le hizo a Vicente Aleixandre», dice Javier Vila, dibujando el perímetro del marco con el dedo.

Él es el hombre que ha decidido llenar esta casa vacía con recuerdos, el que ha traído de vuelta a los hombres que una vez recitaron sus primeros versos para rodar 'Velintonia 3', un documental sobre la memoria que sobrevive de aquellos días en los que un maestro abría la puerta a los jóvenes que se atrevían a escribirle, y a los que se dedicaba como un profesional de la amistad, como un maestro, como un mentor. La cinta, cuenta el director, se estrenará a finales de año, después de la temporada de festivales. Llegará a TVE y Canal Sur en 2025.


Desde el hall de Velintonia se ve el salón, y al fondo una terraza sobre la que puede cimentarse una vida de sobremesas eternas, aunque Aleixandre recibía a sus visitas en la biblioteca, una habitación más modesta con una ventana que mira al jardín. Apenas quedan ya marcas de lo que fue la estancia: la esquina del diván, los libros que no están pero se intuyen, el parqué que cruje a cada paso.

Es el mismo lugar en el que recibió a la prensa y a los Reyes el día que ganó el Nobel, un premio para él y para la Generación del 27, que se celebró casi como parte de la Transición, aunque hoy ni siquiera se conserva la medalla.

«Él se ponía aquí, en esta pared –recuerda Jaime Siles (Valencia, 1951), mientras señala al lado de la puerta–. Tenía un sofá con unas bisagras que lo convertían en diván.

A veces se tumbaba porque le gustaba esa posición zen, desde la que también escribía. Otras veces se sentaba y hablábamos sentados». Más tarde, Javier Lostalé (Madrid, 1942), que hizo aquí la mili de la poesía, precisa: «Él tenía horas diferentes para recibir. Cuando todavía no conocía demasiado a la persona que iba a visitarlo lo recibía de siete a diez de la noche.

Cuando tenía confianza te citaba a las tres. Esto era así porque después de comer Vicente hablaba tumbado en el diván y le parecía una falta de respeto hacerlo frente a un desconocido. Por la tarde siempre se sentaba». Él, por cierto, llegó a Velintonia por un poema, 'Ciudad del paraíso', en el que Aleixandre evocaba su infancia en Málaga: «Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos. / Colgada del imponente monte, apenas detenida / en tu vertical caída a las ondas azules, / pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas…»«Ese poema se incardinó tanto en mí que decidí escribirle una carta para decirle que nunca había vivido tanto como leyendo aquellos versos.

A los pocos días me contestó diciendo que no sabía quién era yo ni la edad que tenía, pero que si había leído así 'Ciudad del paraíso' ya me consideraba su amigo. Él decía que no existía la amistad literaria, sino la amistad sin apellidos, que es la forma de amar más desprendida y más libre», relata Lostalé, que pisó por primera vez este suelo en 1971.


Ahora que han vuelto los pupilos a Velintonia se han puesto a desempolvar la juventud que dejaron atrás hace tanto, pero tan poco: es un regreso no tanto geográfico como sentimental, temporal, literario, poético. Siles lleva todo el día –son las tres– paseando por la casa, invocando la memoria delante y detrás de las cámaras. «Llegué a Velintonia por vez primera en el otoño de 1969. Vine con Marcos Ricardo Barnatán, que fue mi introductor [deja un silencio].

De pronto me he hecho viejo, se me ha venido la vida encima al cruzar el umbral. Cuando llegué aquí tenía dieciocho años; hoy tengo setenta y tres: la diferencia es notable. Me impresiona mucho ver las paredes sin libros, sin cuadros, la casa sin muebles, deteriorada. Todo está desvalijado y vacío.

Pero está mejor de lo que pensaba, me temía un estado más lamentable», insiste. Quiere decir que hay abandono, decadencia, polvo, pero no escombros ni violencia. Es, en fin, el resultado de más de tres décadas de desavenencias entre los herederos e inacción política. Muchos años de no estar.


Siles no venía a Velintonia desde junio de 1983. Aquel día entró acompañado por Antonio Colinas (La Bañeza, 1956), otro destacado amigo de Aleixandre que llegó a su vida como se llega a los sitios: llamando a la puerta. «Yo era todavía un estudiante, y siempre que pasaba por aquí me quedaba mirando la casa. Un día, ni corto ni perezoso, llamé al timbré, como seguramente habrían hecho otros jóvenes poetas. Él me abrió y me dijo: vuelva usted mañana». Pero iba en serio.

«Ahí empezó una amistad y un magisterio que duró hasta su muerte. Aún recuerdo la víspera de su muerte... Entré a la UCI con Dámaso Alonso, con las batas de plástico, los guantes, todo eso. Aleixandre ya estaba en su etapa final, le costaba mucho respirar. Al día siguiente murió y yo vine aquí

. La calle estaba llena de gente. Pero entré igualmente, llegué hasta esta puerta [y señala la de la habitación de Aleixandre, donde solo queda una pileta] y vi que le estaban haciendo la máscara mortuoria.

Luego lo vi a él. Estaba extremadamente pálido… Aquel día se cerraba una historia que había comenzado muchos años antes. Ahora otra historia se cierra con esta visita a esta casa abandonada, pero ese árbol poderoso parece que nos da fuerza», zanja, volviendo al jardín, que está tomado por el alianto y la maleza.

Pero el cedro libanés que plantó Aleixandre sigue ahí, como un faro en una ciudad sin mar.Todos recuerdan cómo vida y poesía se fundían en las conversaciones que tuvieron, que duraban horas de elevaciones y descensos. A Colinas le soltó: «¿Por qué no dejas de escribir sonetos por un tiempo?» [ahora ríe al recordarlo, agradecido].

A Lostalé le escribió algunos finales de poemas con la promesa de no contarlo nunca, y un día hasta le ayudó con una novia a fuerza de elogiarlo. «Si hubo un tema recurrente en nuestras charlas era el amor. Para él lo importante era el amor. Siempre me decía que si tenía la posibilidad de vivir una noche de amor o de escribir un poema no dudara, que siempre escogiera lo primero.

Aleixandre vivía en estado permanente de amor. A José Luis Cano, su gran amigo, llegó a confesarle que cuando no amaba tenía fiebre». «Éramos todos muy jóvenes, y los jóvenes son emocionalmente inestables, como todo el mundo sabe. Vicente se interesaba paternalmente por nuestras andanzas, preguntaba de quién estábamos enamorados, cómo nos iban las cosas, si estábamos alegres, tristes.

Le interesaba mucho la faceta humana», asegura Guillermo Carnero (Valencia, 1947), que lo conoció en 1966. «Para nosotros era enormemente valioso que una persona con su talla y trayectoria juzgara nuestros poemas y nuestros ensayos cuando estaban todavía medio escribir o inéditos. Siempre que nos daba indicaciones o sugerencias lo hacía con un tacto envidiable y admirable, dejando siempre a la reflexión del que le consultaba. En la mayoría de los casos seguíamos sus instrucciones, pero en otros no.

Y él lo aceptaba siempre, nunca se enfadaba. Era un maestro en el sentido más amplio y noble de la palabra. Además, a veces reunía la opinión de otros poetas como Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez o Francisco Brines que también considerábamos maestros. Claro, la opinión de todo ese grupo era irrebatible», continúa entre risas.

«A mí me dio grandes consejos, me orientó en la lectura, pero también me preguntaba por mis padres, por mi futuro. Pero el gran descubrimiento que se hacía en Velintonia era el de la grandeza humana de Aleixandre. No conozco a nadie al que Aleixandre cerrara la puerta», zanja Siles.Carnero llevaba cuarenta años sin volver a Velintonia: «Si Vicente ya no estaba, ¿para qué iba a venir yo aquí?».

El regreso ha sido una experiencia de doble filo, una experiencia de contrastes: el calor de la memoria, el frío del presente. «Es inevitable volver y recordar cómo era Vicente, la humanidad, la acogida cariñosa con la que siempre te encontrabas cuando entrabas en la casa, su sonrisa, su voz, lo mucho que aprendíamos de él…

Y por otra parte, claro, el contraste con el estado actual del chalet, que es penoso: es la prueba palpable de la colisión de los muchos intereses legítimos, sin duda, que han sido la causa de que se llegue a una situación como esa. El chalet debería haber sido reconstruido, rehabilitado y contener lo que es el legado de Vicente: sus muebles, su ropa, sus objetos, sus libros, sus papeles, eso sería lo ideal».Velintonia, insiste el poeta, es un lugar único por lo que representó: la generosidad de un hombre dispuesto a entregar su tiempo a quien no conocía.

«Otros poetas te recibían, pero lo singular de Vicente es que él lo hacía de manera metódica, sistemática. Era parte de su rutina. Él tenía una enfermedad, le faltaba un riñón y por tanto estaba muy limitado en sus movimientos, en la vida cotidiana, tenía que dedicar mucho tiempo al reposo. Y ese tiempo lo dedicaba a recibir a sus amigos, a escribir cartas, a hablar por teléfono.

Él consideraba que su deber era convertirse en una especie de guía de los jóvenes que estaban empezando. Y estaba dispuesto a dedicar a ese magisterio, a ese doble magisterio vital y poético, tres horas al día todos los días de la semana.

Era algo tan insólito y tan único que se corría la voz. Todos lo sabíamos». «Este lugar es único -sentencia Siles-. Aquí han coincidido cinco generaciones de poetas, por lo menos: el 27, el 36, el 40, el 50 y los novísimos.

Y eso no se ha vuelto a producir en España». De hecho, la nómina de poetas que aún recuerdan su paso por Velintonia es inabarcable: Luis Antonio de Villena, tan cercano a Aleixandre; Luis Alberto de Cuenca, que participó con Villena y Lostalé en la antología 'Espejo de la muerte', con texto introductorio de Aleixandre; César Antonio Molina, que hace cincuenta años recitó aquí su poemario 'Épica'...


Tras casi un mes de rodaje, la casa ha vuelto a quedarse vacía, con sus grietas, sus radiadores de museo, la pileta sin agua y los interruptores que no encienden nada.

Quedan las historias, las anécdotas que sobreviven mientras quede alguien para contarlas. Como que Durruti murió a veinte metros de Velintonia o que durante un tiempo Carmen Conde habitó el piso de arriba, desde donde veía a Aleixandre en su terraza o deambulando por el jardín. Él, apunta Javier Vila, se quejaba a veces del ruido que hacía la escritora en sus fiestas… Ahí arriba entra más luz por la ventana, aunque se palpa el mismo abandono.

«En el fondo de la película va a estar esta cuestión, por qué esta situación tanto de olvido como abandono del poeta y su casa –explica el director del documental– Aleixandre es el único premio Nobel de la Generación del 27…

Es algo que no acabo de entender. Pero cuando nos embarcamos en algún proyecto siempre tratamos de que cambie algo, por pequeño que sea. Yo creo que este documental puede ser un granito de arena, aunque sea para poner de nuevo el foco aquí, en esta casa».


Por BRUNO PARDO PORTO , JAIME G. MORA Y VÍDEO: CARLOTA GARCÍA