La palabra imaginada (37): Admiradas

Fuente: https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/palabra-imaginada-admiradas-20250328190704-nt.html

Del libro: 'Si ella nos mira'. Col. Ulises, 2011. María Antonia Ricas.


Sargazos V en un mar gris, Concha Hornero
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Las lobas llegan hasta la orilla para lamerse sus heridas con sal.
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Luego regresan después de haberse bebido el llanto, se rizan las pestañas, levantan el talón y pelean para poder llevarse algo a la boca; que no todos los frutos sean de semilla macho, que no sea cazar el hambre incontenible, avariciosa de las crías.
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Hay otras criaturas ágrafas, meciéndose en el agua. Tienen alcobas semejantes para no discutir y que el esposo confunda los perfumes de sus manos y confunda el nombre de sus sexos de clausura.
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Pero han aprendido a no olvidar secretos. Debajo de sus velos tupidos el mar es una historia femenina - Calipso, mi Calipso-, una lección antigua, mareas de mudez y supervivencia.
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Y otras se sumergen lanceadas, acribilladas por el abandono. Quizá están muertas…
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Han encontrado el tiempo de los niños con los peces; más tarde suben, en una cama de sargazos flotan, llegan a Ogigia, se transforman en agua, regresan a la risa, sobre todo descansan.
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Isabel Vera: Domina curatrix animae
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Mezclar con la madera la materia
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de sangre mineral y sin embargo
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viva;
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estratos femeninos enterrados
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que conservan aún el agua, el viaje.
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Y sacar de ese barro las señales
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de algo que estaba ahí, que todavía
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está:
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criaturas reptando, descubriéndose,
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indicios de la Diosa despertando.
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Cuando emerge su boca, cuando vuelve
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la Diosa a convertirse en carne y rueda,
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y no deja tranquila la mirada
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y no permite el cuero del olvido,
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es que hay una mujer
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amando a los caballos,
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torneando vasijas oferentes
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bajo un cielo amarillo que presagia
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Visitas desde lejos,
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desde aquellos lugares
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fenicios y marinos.
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Es que hay una mujer
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descifrando los rastros en la tierra.
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Yo la he visto leerlos con las manos,
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excavar hasta herirse,
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hasta encontrar el fuego.
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Estuvieron las yeguas inquietándose
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y regresó en la noche la memoria.
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Por MARÍA ANTONIA RICAS