Soledad Puértolas: «Sin poesía no se puede escribir una novela»

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La escritora y académica de la RAE reflexiona en 'La novela olvidada en la casa del ingeniero' sobre las herencias y la juventud nostálgica sin pesadumbre.


La casa de la escritora y académica Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) huele a verso recién hecho nada más entrar. En la puerta nos recibe con su perra Lira que, haciendo gala a su nombre, emite breves alaridos musicales.

Antes de llegar a su serena biblioteca, enormes cuadros de su marido se agolpan en la entrada. «Es artista», comenta. Trazos coloridos, abstractos y poéticos decoran el camino. Un paisaje digno de novela. Al fondo, un patio enorme.

«Me he cambiado de mesa, ya no escribo en la que tengo en mi biblioteca», recalca admitiendo que en su nuevo lugar de escritura —situado frente a su patio— se siente protegida.Lleva viviendo en su casa de Pozuelo de Alarcón 47 años.

En el desván de esta, su marido encontró un manuscrito que ha conformado su última obra 'La novela olvidada en la casa del ingeniero' (Anagrama).

En ella se conjugan todas las Soledades: la cuentista, la de la musa poética e incluso la discutidora académica.

Una historia llena de incógnitas: un escritor juvenil al que le llega un manuscrito hallado en una casa donde residió un ingeniero, el conflicto de una herencia, un personaje con ojo de crítico literario (Mauricio Ballart), dos protagonistas femeninas (Leonor tía y sobrina) que dotan la trama de «una voz juvenil y tono fresco».

Su trayectoria literaria empezó con 'El bandido doblemente armado' (1980), le siguieron libros de cuentos, textos autobiográficos y ensayos. Es miembro de la Real Academia Española desde 2010 y ocupa el sillón de la letra g.

Rodeados de cientos de libros que componen su biblioteca, diccionarios y papeles de la renta que se cuelan por la mesa, la escritora hace un pequeño paseo por la actualidad, su vida académica y su última novela

.―Antes de su recorrido literario, estudió y ejerció el periodismo.

¿Le sigue abrumando la actualidad?

―Sí, lo ejercí pero muy poco.

La actualidad no hay quien la aguante. Es un horror. La realidad no es alentadora y, sobre todo, triste. Añadamos a todo esto las redes sociales. Es decir, ya no sólo lo que tú puedas conocer por medios habituales, sino también por las redes.

―¿Y el panorama político cómo lo vive?

―Con bastante preocupación, porque estamos en un momento muy disparatado y polarizado con falta de coherencia.

No hay reflexión. Es pensamiento político, ideología, pero no hay reflexión.

Y si discrepas de uno, ya te clasifican por un lado o por otro. No hay matices ni pensamiento crítico, si es que se puede decir así.

―La literatura llega a usted de forma natural cuando escucha los cuentos que le leen. ¿Cree que en España no se llegó a desarrollar una tradición de cuentistas?

―Es muy raro que no tengamos esa tradición aquí en España. Sobre todo, porque lo más natural es tener una tradición de cuentos.

Fíjate en Inglaterra, Estados Unidos, en Rusia con Chéjov. Vamos a decir que es una anomalía de nuestra literatura.

―¿Qué espera de un buen cuento?

―Un cuento tiene que darte como una iluminación, una iluminación tiene que ser algo que te transmita una emoción que puede ser poética o física en el caso de un cuento de terror.

Que, por cierto, odio los cuentos de terror. El cuento tiene que ser una transmisión muy inmediata.

―Abandonó la poesía, pero en sus novelas se nota esa musa poética.

En 'El bandido doblemente armado' se refleja el poeta de la vida.

―Yo es que creo que sin poesía no se puede escribir una novela. Una novela que no tenga aliento poético, no me interesa.

Debe tener aliento poético. La poesía es lo que nos hace elevarnos un poco. Hay que elevarse. La poesía me ha servido para vivir y escribir. Yo tanteé y tanteo con lo poético, pero es que hay muy pocos buenos poetas.

Contados con los dedos de una mano. Se escribe mucho, se rellenan muchos libros, pero poesía es la que te conmueve.

―Usted en 2010 ingresa a la Academia.

En ese momento, sólo estaban Ana María Matute, Margarita Salas y Carmen Iglesias.

¿Cómo ve el presente y futuro de la Academia?

―Lo veo muy natural.

En ese momento éramos sólo tres, porque Matute ya estaba muy enferma y poco activa. Cuando no iban Margarita Salas o Carmen Iglesias, me tocaba estar a mí con todos los académicos.

Lógicamente era raro ver una reunión prácticamente de hombres. Sin embargo, luego no pasa nada, estás allí y punto.

―¿Ha sido machista la actitud de la Academia?

―Por supuesto que sí.

Eso es evidente y en todas las instituciones se ha dado.

Es inevitable. La sociedad no va a cambiar de un día para otro. Sin embargo, no es lo que más resaltaría porque hay un esfuerzo por no serlo.

Desde que yo entré, ahora somos once mujeres académicas. Ha sido bastante rápido y cuatro mujeres seguidas han entrado.

Creo que la gente no valora tanto que el Diccionario siga revisándose continuamente y persiga un lenguaje igualitario.

―Usted se considera una buena discutidora.

¿Qué le gusta más de trabajar en las comisiones de la Academia?

―Está la parte de la Comisión, que es la de las palabras, en la cual todos discutimos porque la mía es una comisión de personas muy sólidas. Son discusiones donde no llega la sangre al río, aunque nos enfadamos.

Luego las otras, para mí más aburridas, son los Plenos. En ellos se habla de muchas cuestiones como las económicas.

―Una de las prioridades de la RAE es adecuar las definiciones del diccionario al uso actual.

¿Lo adecuaría más a la era digital que atravesamos?

―Sí, porque ahora tú en una palabra puedes poner todo lo que quieras y mucho más que antes. Fíjate en el 'Diccionario de Autoridades' cuando se quitaron los ejemplos por encarecimiento de papel.

No hay que caer tampoco en poner demasiadas ejemplificaciones. En ese sentido, sería un poquito menos normativa.

―La RAE incorporó el año pasado palabras como perreo, pixelar, posturear, chundachunda.

¿Qué opina de las últimas corporaciones?

―[suspira] No han pasado por mi mano estas palabras. No veo por qué habría que meterlas, porque mucha gente sabe más o menos lo que significan.

Hay cosas muy pasajeras. Los términos digitales habrá que poner algunos, pero no todos porque mañana pueden ser otros.

Vamos muy deprisa con la técnica. Yo menos mal no me ocupo de este tema de las incorporaciones, porque no es el que más me seduce.

―Hablemos de su última obra.

'La novela olvidada en el casa del ingeniero' es como una novela dentro de otra novela. Un recurso quijotesco.

―Claro, además es un recurso que está en muchísimas obras literarias. Fue una cosa instintiva y, en cierto modo, un hecho curioso encontrarme con un manuscrito mío antiquísimo.

Se trata de un recurso clásico que te da la distancia. Pienso que es muy fascinante para quien se encuentra con la idea en las manos. Es decir, poner esa distancia entre lo que tú estás leyendo y lo que escribió el otro.

―La novela transmite esa sensación de que literariamente nunca dejamos de ser jóvenes.

―Exactamente, también es el 'Forever young'.

Esa sensación de que la literatura sí te permite traer la juventud sin impregnar la nostalgia. Me lo pasé muy bien escribiéndola, pero no volvería a la juventud ni loca. La juventud es el desconcierto total y el caos.

―Soledad, ¿con el tiempo los espacios absorben algo del espíritu de quienes transitan por ellos?

―Desde luego que sí. No es que absorban, es que los pones tú.

Es que se lo das y estos escenarios cobran sentido para ti y de hecho cuesta pasar por los lugares donde han sucedido cosas importantes. No es que quede allí grabado, es que lo dejaste.

―Hay un elemento primordial en el desarrollo: la herencia.

¿Hay mucha literatura detrás de las historias familiares que esconden las herencias?

―Es que las herencias son muy complicadas. Las herencias son verdaderas catástrofes familiares porque remueven mucho. Sacan lo peor de las personas.

Todo el mundo quiere heredar por el hecho en sí de tener dinero cuando lo hay o el hecho de estar conectado con algo. Yo creo que el desheredado es como el excomulgado.

―Usted ha sido lectora curiosa, de allí que le guste el crimen y las novelas policíacas. En esta novela se produce un crimen repentino.

―El crimen es como el colmo del conflicto y el desenlace fatal. No debería de existir, podríamos resolver las cosas, deberíamos de poder, pero es un símbolo literario importante porque representa el conflicto que no se puede solucionar y tienes que dar ese paso tremendo de matar a una persona. Es como un destino espantoso. Yo he leído muchas novelas policíacas y fascinan porque representan la no solución. Entonces, eso siempre fascina, lo prohibido es lo prohibido.

El crimen es exactamente el tabú.

―«La muerte nos distrae de la vida».

¿Tiene miedo a la muerte?

―No, yo a mi muerte no le tengo miedo.

A la de los demás sí. Mi relación con la muerte es que pasará y me extinguiré. No pasa nada, eso no me preocupa. A mí me ha costado mucho superar la muerte de mis seres queridos, muchísimo. No lo entiendo, porque no cabe en cabeza humana tener a una persona y quererla, y de repente que no exista.

Es un hecho para el que no estamos preparados, el ser humano con toda su razón, con el sentimiento no puede. En cuanto a mi muerte, voy a pedir que no me lloren mucho. Llórenme un poquito para que se desahoguen, pero que no me lloren mucho, por favor.

―Dice la protagonista: «Buena parte de mi vida ha consistido en huir».

¿De qué ha huido usted?

―Yo creo que he huido de la frustración, del dolor y la soledad, pues huyes del grupo. Incluso he huido del mundo [sonríe] y me he encontrado con otro mundo, donde todo tiene más sentido.

―El literario.

―Efectivamente, en la literatura y lo que escribo. Es como un refugio de huida, pero que al final se convierte en una manera de ser. Una forma de vida que se inicia como huida.

―Mauricio Ballart tiene tiempo, en el transcurso de la novela, para comentar la perspectiva amorosa de Leonor.

«La gran aspiración del escritor es el amor».

¿Qué papel ha jugado el amor en su vida?

―El amor, lo que es el amor como emoción intensa que nos conmociona en la vida, es de las más fuertes que puede haber. Lo que es el amor aquí como esa sensación de que sin otra persona de repente desapareces, eso es una novedad porque cuando te enamoras por primera vez o sientes esa llamada hacia una especie de necesidad del otro, es que te quedas y dices:

«Bueno,

¿qué va a ser esto?

Y si no lo consigo,

¿qué?»

Es tremendo, es una de las grandes emociones. Luego tienes que vértelas con ella, pero es fortísimo.

―¿Y su relación con el desamor?

―Mira, con el desamor soy un poco despiadada. A mí que no me den desamores porque corto por lo sano. El amor no correspondido no me interesa nada. Es que no quiero sufrir por algo que es imposible. Entonces tiendo a no luchar por algo que no merece la pena. Me niego a seguir ese juego.

O soy amada o se acabó.

―La novela se cierra con una sensación angustiosa: el final de la familia. El concepto de familia que se disgrega o acaba.

―Casi es como una culminación, un final de un proceso que es la familia. La familia de repente se acaba y luego no, pero en ese momento no te importa que se acabe. Son como los pájaros, los pajaritos esos que los sueltan a volar y unos se caen, se estrellan y otros no, pero al fin y al cabo todos se terminan marchando.


Por WILLIAM GONZÁLEZ GUEVARA