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Piedad Bonnett, con novela terminada y un libro de poemas

Fuente: http://www.eltiempo.com/entretenimiento/musica-y-libros/piedad-bonnett-en-el-hay-festival/16494831

Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951) toma en sus manos el volumen de su Poesía reunida, intenta calcular su peso. “Cabe en una mochila, eso es importante”, dice quizás imaginando a un lector que lo lleve consigo. Vuelve a mirarlo y lo compara con volúmenes de poetas cuyos versos se reunieron bajo el mismo sello, antes que el suyo.

“Lumen tiene escritores como Phillip Larking o Ted Hudges”, dice. Todos llevan foto del autor en la portada. El suyo, en cambio, es casi blanco. “Las formas de edición cambian en cada país. Me habría gustado ver la imagen de mujer ya mayor”. Sin embargo, está contenta.

Han pasado dos años y medio desde que Bonnett compartió su dolor de madre en Lo que no tiene nombre –libro sobre la enfermedad y suicidio de su hijo Daniel–. Ahora se publica su trayectoria poética en un solo volumen. Pronto habrá más: termina su cuarta novela y otro libro de poemas.

¿Qué le trajo la publicación de ‘Lo que no tiene nombre’?

Primero, serenidad. Me sumergí tanto en ese libro que de alguna manera me sanó. Trabajé hasta seis horas diarias. Me trajo un contacto de proporción inimaginable con mis lectores. Recibí muchas cartas. Me hizo recordar que la literatura es catártica, que siempre tuvo el oficio de hacer que la gente se reconozca. Fue abrumador. Me sacó de mi casa: Me hizo parar del escritorio y salir, porque hubo una demanda de diálogo adicional. Me llamaron de hospitales, me vi en colegios, con niños, en escenarios que no había imaginado, hablando de él. Me permitió ver la magnitud del dolor oculta en relación con el suicidio y la enfermedad mental.

Muy fuerte para usted, que a la vez vivía su propio duelo...

Escribí sobre mi manera de vivirlo y se abrió una grieta por la que vi un dolor que la sociedad no percibe, porque es un tema tabú. Ya quiero cerrar la página. Dos años y medio es suficiente para este libro.
Está por terminar una novela y, a la vez, un libro de poemas...

La novela me llevó unos dos años, mientras que en un libro de poemas me puedo demorar cinco. El último fue del 2011, cuando gané el premio Casa de América de Madrid, el año en que murió mi hijo Daniel.

¿Por qué tarda más al escribir un libro de poemas que una novela?

Estar metida en una novela hace que la poesía llegue más lento. La novela es un trabajo constante, febril. Sacar tiempo para que llegue el poema es más difícil. Necesito una disposición de espíritu. Por ejemplo, si voy a ir a cenar, no puedo sentarme a escribir, porque algo va a presionar.

¿Cómo es el proceso creativo en sus poemas?

Los escribo de una sentada. Nunca dejo un poema por la mitad. Al día siguiente le corrijo dos o tres cositas, palabritas chiquitas. Si toca corregir más es que no salió. Por eso necesito el impulso y la concentración. El poema se fragua primero en la cabeza. Tengo uno en mente ahora: sobre dos mujeres enfadas en una cocina... El libro es sobre la gente que ha estado en un hospital mental, se cuenta desde la conciencia del que está encerrado. He pensado en tantos años en que la gente sufría tanto. Ahora también sufre, pero antes les hacían cosas horribles a los enfermos: les sacaban los dientes, les daban electrochoques, cosas crueles. Escribo pensando en eso.

¿Qué la llevó a ese tema?

Mi hijo. Nunca estuvo internado. Pero alcancé a vislumbrar a gente menos afortunada. He visitado esos sitios, hice una crónica en Sibaté. Me impresionó desde el olor. ¿A qué huele estar encerrado?

¿En qué momento se decidió reunir toda su poesía?

La iniciativa fue de la editorial. Sería ambicioso pedirlo yo. Además, porque sigo en la tarea y espero que no sea “toda”. Pero hay un momento en que para el lector es importante ver la poesía reunida, porque los libros de poesía no duran en las librerías, sus ediciones son pequeñas. Una novela se reedita, pero la poesía no sale con grandes editoriales. Tuve suerte, publiqué en sellos grandes: Visor, Hiperión y Fondo de Cultura Económica. Me siento “leíble”: es probable que mis libros estén por ahí.

¿Se permitió evaluar y corregir algún verso?

Podía hacerlo, pero no lo hice. Primero dije: “Puede ser que saque unos poemas o arregle otros”. Pero no. Estoy pensando en el futuro, no en el pasado. Mi pasado poético está ahí. Entonces, solo puse comas y puntos y alguna mayúscula. Seis o siete poemas ya no me gustaban. No eran vergonzosos, pero al leerlos ya no... El primer poema lo escribí a los 23, lo leo y digo: “¡Qué ingenuidad!” Pero es bonito que el lector haga el trayecto conmigo decida si le gustaba más cuando era joven o lo contrario.

Los autores son más espontáneos en la juventud

Siempre fui consciente del tono de cada libro. De círculo y ceniza, el primero, es más romántico, lleno de ingenuidades poéticas. Son poemas que me siguen gustando. Me propuse un lirismo en cada libro de acuerdo con el tema. El tono fue cambiando, la experiencia va moldeando. Si en mis últimos dos libros hay dolor, es un dolor contenido porque pienso que la madurez tiene que ver con la contención. La exaltación es propia de la juventud.

Entonces, hay una tristeza serena al final, aunque mi poesía fue dura, descarnada, desde el comienzo.

¿Cuál sería la sorpresa de este tomo?

Un libro que no salió comercialmente, Lección de anatomía, un poema en 14 partes. Salió como libro de artista, con dibujos de Luz Ángela Lizarazo. Es la novedad para el lector ahora.

Dice que no es fácil publicar poesía, pero ha estado en sellos importantes. ¿A qué atribuye esa buena estrella?

De los 20 a los 39 años no publiqué nada. Escribía, pero no creía que le interesara a nadie. Era insegura, como muchos poetas, y no conocía escritores ni editores. La Universidad de los Andes, donde trabajaba, estrenó un sello editorial y en vez de sacar algo académico, abrieron con poesía para mostrar que creían en ella. Me había ganado una mención en el Concurso Hispanoamericano de Poesía, en Cali. No me publicaron porque esos concursos no siempre tienen con qué, así que el libro estaba sin editar y empezaron con él.

Fue ‘De círculo y ceniza’...

La edición se hizo con las uñas, porque había recursos, pero no experiencia. Busqué una pintura para la portada, me la hicieron en sepias bastante feos. En la diagramación había personas inexpertas. Sacamos un librito feíto, pero era mi librito. Así que dije: ‘A lo mejor soy poeta’. Entonces trabajé un libro sobre un tema que me apasionaba: la casa. Se lo di a Mario Jursich y él se lo pasó a Darío Jaramillo en el Banco de la República. De pronto me llaman del banco a decirme que van a publicar Nadie en casa (1994). Juan Manuel Roca, sin conocerme avaló ese trabajo en una reseña. Eso me dio fuerza.

Confirmó que sí era poeta...

Me creció la ambición y dije: “Quiero el Premio Nacional de Poesía”. Decidí escribir sobre mi infancia, surgió El hilo de los días (1994) y lo mandé al concurso. Seguía siendo una persona en un rinconcito y gané. Daban un premio en dinero, con el que mandé a mi hija de 20 años a conocer Europa. Cuando gané el Casa de América de Poesía de Madrid (2011), lo anunciaron un jueves y Daniel se mató el sábado. Con el dinero hice un librito con la obra de Daniel para su primer aniversario. Las dos veces que gané premios en dinero lo empleé en cosas lindas para mis hijos.

¿Qué trajo consigo ese Premio Nacional de Poesía?

Se abrieron las editoriales. El hilo de los días salió con Colcultura en el 95. Siguió Norma, que tenía una colección de poesía divina, quería el próximo y escribí Ese animal triste (1996), un libro sobre el cuerpo.

Pasó de la casa al cuerpo...

Eso siempre me ha parecido muy simbólico. Porque el cuerpo es la casa donde uno vive. El tema del cuerpo me obsesiona: la idea que tenemos de nosotros, que venimos en un empaque que difícilmente cambia, la enfermedad, la muerte, el nacimiento. Empecé a escribir libros de poesía narrativos: este iba del nacimiento hasta la muerte a través del cuerpo Luego hice uno de poemas de amor, que no eran frecuentes en mí: Todos los amantes son guerreros (1998) que a su vez, contaba una historia. Ahí hice una pausa y empecé a escribir novelas. Hasta entonces era novelista frustrada.

¿No lo había intentado?

Intenté a otra edad y no había podido. Pero dije: “A esto tiene que llegarle su hora”. Además, trabajaba como loca y tuve tres hijos. Mis novelas distanciaron los tiempos de los poemas. Tretas del débil apareció en el 2004. Para mí es el mejor. Lo publicó Alfaguara. Éramos dos poetas en Álfaguara: Chespirito y yo.

¿Chespirito?

Sí. Era poeta. Él hizo un libro de poemas en serio. Así que fui la segunda y creo que la última, pero Chespirito es mi gran acompañante. Era una excentricidad que Alfaguara publicara poesía y lo hizo conmigo como un gesto generoso. El libro no circuló tan bien. Después fui a España y le di Las herencias (2008) a la gente de Visor. Gané el Casa de América y ahí voy.

También escribe columnas...

Las columnas me han dado muchos lectores y una dimensión diferente: la de intelectual. Los escritores desdeñan esa palabra. Pero me gusta la palabra intelectual, porque es la persona que está pensando la realidad en la que vive.

LILIANA MARTÍNEZ POLO