Fuente. http://www.costadigital.es/html/sociedad.php?id=12924
El otro día cuando Álvaro Salvador me firmaba su último libro, “Fumando con mis muertos”, editorial Vandalia, hablamos de esa escena magnífica de “Grupo salvaje” en la que los perseguidos abandonan el pueblo flanqueados por dos hileras de campesinos pobres que cantan el adiós definitivo de quienes emprenden su última aventura camino de la muerte. Ahora veo esa escena, oigo su música, “La golondrina”, y leo, una vez más, el libro de Álvaro.
He visto hacerse este libro como quien ve crecer los hijos de un amigo. No voy a hablar de la contundencia del título, ni a contarle al lector la bibliografía poética de Álvaro Salvador ni la relación de temas y asuntos que reaparecen, con nuevas perspectivas, desde sus libros anteriores.
En “Fumando con mis muertos” están algunos de los mejores poemas de su obra entera. Es normal en quien escribe desde la búsqueda y los hallazgos de la madurez poética y personal. Es un libro lleno de nostalgia y elegía, de pérdida y ausencia, pero también de dicha y disfrute de situaciones cotidianas o sorprendentes, de vida y una mirada bondadosa sobre el mundo y sus cosas.
La infancia, tan lejana, “fue por encima de ellos gasolina / magdalena de aroma con motor a diesel, / a caballos de fuerza y carne / y hueso, / a Nitrato de Chile, / a la brisa filtrada por el estercolero”. Los mirlos negros de picos amarillos son el paso del tiempo, vuelven en la estación debida, “dos mirlos han alzado su nido en mi jardín” y el poeta envejece.
Está en “Fumando con mis muertos” el viaje que es alimento de la poesía, pero no como añoranza o símbolo, sino en lo cotidiano de la extrañeza de una ciudad nueva y desconocida: “Alojarse en Nueva York es difícil y caro”. Alvaro Salvador, como algunos de sus maestros de la Generación del 50, no olvida en este libro la denuncia de la humillación y el abuso. “Contra usura”, que me parece uno de los mejores poemas del libro, es un homenaje a Ezra Pound, pero también una acusación contra quienes lo recluyeron: “El viejo Ezra era un poeta, sólo un poeta, un poeta / excepcional, un poeta judío, / un poeta experimental, un poeta exótico, un poeta oriental, sólo un poeta, / un poeta estadounidense, un poeta italiano, un poeta revolucionario, / solamente un poeta, uno de los mejores poetas de su tiempo / (...) Pero al final de su vida, el viejo poeta Ezra, genial y delicadísimo, / refinado y cultísimo, comprometido con su tiempo, / fue detenido, humillado y encarcelado, / obligado a vivir en una jaula, a la vista de todos, / como un animal”.
El lector de la poesía de Álvaro Salvador encontrará en “Fumando con mis muertos” la voz de siempre, pero con matices nuevos, reflexiones distintas, ira y mansedumbre, bondad y rebeldía, y un lenguaje lleno de aciertos y sorpresas.
Organizado en seis partes, “Fumando con mis muertos”, es un libro tan rotundo y directo como su título. La última parte, Jubileo, un solo y breve poema, que es a la vez un deseo de futuro en la beatitud sencilla de lo cotidiano y la aceptación dichosa de la vida y su última frontera.
Una casa modesta
a la orilla del mar,
una ventana al sol
clemente del ocaso.
Un camino entre árboles,
un bar quizá, pequeño,
un cine de verano.
Un buen libro
-de otro-,
un vino gran reserva
y una buena mujer.
Y a esperar con paciencia
-y con paz-
que este sol tan templado y clemente
se despida una tarde sin viento
para no volver más.
Tomás Hernández