Fuente: http://www.larepublica.pe/
Sin fronteras. La poesía adquiere un nuevo rumbo con el avance tecnológico y las redes sociales. En el Perú ya se realizó la primera lectura de poesía empleando Skype, que conectó Lima y Yakarta. José Luis Mejía, poeta peruano, nos cuenta acerca de esta fascinante aventura que emprendió con otros poetas.
Christian Cortez.
¿A qué edad descubriste tu inclinación por la poesía?
En la mesa familiar, cuando mi padre nos recitaba o leía poemas. Durante muchos años tomamos desayuno juntos, luego fueron solo los almuerzos dominicales, pero la poesía jamás dejó de leerse en casa. No era raro escuchar a mis padres conversando y, de repente, él salía con un nuevo poema o sencillamente uno de amor para mamá. Me volví lector de poemas (romances, sonetos, décimas, poesía clásica, tanto la llamada académica como la popular). De Quevedo a Hernández, del Duque de Rivas a Chocano, de Vallejo a Neruda, anduve toda mi juventud leyendo poesía y, como una necesidad, empecé a escribirla.
¿Por qué escribir coplas y haikus? ¿Cómo ha influido Twitter en ello?
Las primeras poesías que escribí en mi adolescencia (ignorante aún de las formas clásicas) fueron unos engendros sin métrica ni ritmo, pero obsesionados por la rima, que era lo único que a los 13 años creía entender. Luego (yendo a contracorriente del versolibrismo y la llamada poesía coloquial) empecé a aprender las estructuras de la poesía tradicional. Los sonetos llegaron a mí con Quevedo. Ya con Borges aprendí del isabelino con su dístico final, con esos cierres geniales (los de Borges, no los míos). Luego exploré las muchas formas del soneto y anduve también por las coplas, las décimas y los romances. Un día conocí a Alfonso Cisneros y gracias a él aprendí a gozar de los haikus.
Mi relación con Twitter nace del trabajo previo que realicé para poder escribir mi novela ¿Hay alguien allí? (Alfaguara, 2010). Para entonces, ya había publicado poemas en mi página web y en algunos blogs y, más tarde, empecé a hacerlo en Facebook, así que lo de Twitter fue resultado de una experiencia previa en Internet. En un principio, hallé que (por sus dimensiones), el haiku se adaptaba muy bien al límite de los 140 caracteres. Aprecio especial el octosílabo, me llevó a las coplas, que tanto me divierten y en cuyas formas me siento más libre para ser unos días reflexivo, otros cínico, otros coloquial y otros ceremonioso. Su flexibilidad se acomoda mucho más al mundo de Twitter y al de Facebook.
¿Cómo así se realizó el recital del ICPNA? ¿Cómo se trabajó la idea y la propuesta?
El recital del ICPNA nace de la pasión y entusiasmo de Zejo (@elzejo), y de la serenidad y persistencia de Benjamín (@Benjaedwards). La idea la trabajamos de manera virtual, primero a través de correos electrónicos y luego utilizando Skype. En esta primera intervención hicimos uso de todas las posibilidades virtuales que teníamos al alcance (Twitter, Facebook y Skype) teniendo en consideración las dificultades técnicas para conectarse. Caminó muy bien y nos dio muchas ideas para el futuro.
En el recital se ironizó acerca de la relevancia de las musas en la actualidad. ¿Existen las musas?
Las musas, tal y como las concibieron los griegos, no existen (lo que no deja de ser una pena) pero sí la musa personal, la que inspira a cualquiera que se lanza a la tarea de crear, al artista. La palabra ha dejado su sentido mágico y se ha transformado en algo tangible, que está a nuestro lado (o que deseamos que esté) y que nos sirve de razón, de excusa y aliciente para seguir insistiendo. La inspiración, a fin de cuentas, trasciende el género, y las musas existen como a cada quien le vengan mejor.
¿Fue difícil realizar el recital estando en Yakarta, Indonesia?
Fue trabajoso, pero no difícil. Todas las coordinaciones funcionaron muy bien, los técnicos del ICPNA y las personas a cargo realizaron un trabajo impecable y la comunicación fue limpia y continua. La forma en que se planteó el escenario, incluyendo un sitio para el ausente (que gracias a Internet estaba allí), permitió una puesta en escena creíble que, como en el teatro, consiguió la indispensable “suspensión de la incredulidad” que hizo al público sentirse como si se tratara de una conversación entre tres amigos que hablan de cosas que les interesan.