Fuente: lanación
ARÍS.- Pocas veces acertó el poeta Arnaldo Calveyra con una definición más precisa de su poética de doble horizonte que cuando habló del "décalage de escribir en español y vivir en francés". El poeta habita un lugar que es la caja de resonancia de sonidos que vienen de otro lado, de otro tiempo. En el stand de la Ciudad de Buenos Aires del Salon du Livre (Salón del Libro) de París
populosa feria del libro concentrada en no más de cinco días, lo escuchan atentamente Marilú Marini y Rodolfo de Souza, que leerán luego admirablemente textos de él; el pintor Antonio Seguí, que ilustró Allá en lo verde Hudson, el libro más reciente de Calveyra; y el escritor y cineasta Jorge Dana, entre paseantes y visitantes ilustres. Quien pregunta es otro poeta, Jorge Fondebrider, encargado de curar en gran medida las actividades del Gobierno de la Ciudad en el Salón, divididas en dos amplias zonas, poesía y democracia, aunque unidas por un título común "Démocratie. 30+30. Un regard sur l'avenir", que incluyó discusiones sobre política -en las que intervinieron Graciela Fernández Meijide, Francisco Delich, Pepe Eliaschev, Ricardo Sidicaro, Hernán Lombardi- y lecturas de Jorge Aulicino, Silvia Camerotto, Andrés Neumann, Jonio González, Bernardo Schiavetta y Graciela Aráoz. También homenajes. El de Calveyra fue uno ellos; el segundo estuvo dedicado a Luisa Futoransky poeta argentina aclimatada asimismo en París desde hace años
Pero primero estuvo Calveyra. Engañosamente frágil pero de memoria infalible y palabra sin rodeos, Calveyra fue contando su vida, desde su infancia en Entre Ríos, en las cercanías de Mansilla ("se dice que nací en Mansilla, pero es solamente una simplificación editorial"), hasta sus años de estudiante en La Plata, la época de su trabajo de fumigador en los muelles, en la que no frecuentaba a ningún escritor. Pero, así como pasa en sus libros, lo importante no es la anécdota que cuenta sino la voz que la cuenta. "Yo hablo y escribo en el español de Entre Ríos, que tiene otra entonación." Con la liviandad pudorosa de un sueño feliz, encuentra entonces, entre el tumulto estridente de la feria, otra definición microscópica y enigmática: "La poesía es muy volátil".
La experiencia de escribir en un idioma y habitar en otro, ese raro bilingüismo del que parte las aguas en que habla y escribe, se advierte asimismo en la vida y en la poesía de Futoransky. Se instaló en París hacia 1981, dos décadas más tarde que Calveyra, pero sus dilemas son en un punto semejantes. "Yo nunca escribí en francés. Después de treinta años -cuenta Futoransky-, mi vida cotidiana (los cheques, pagar el alquiler) pasa en francés, pero ni la melodía ni la armonía de mis palabras transcurren en francés. Borges tiene ese título tan entrañable, El idioma de los argentinos, y yo me manejo con el idioma de los argentinos." ¿Será imaginario ese idioma? "Tiene que ver con lo que nos nutrió en la infancia. Un ejemplo: yo publiqué un libro que se llama Prender de gajo y tuve una discusión con el editor español porque él me decía que gajo, para ellos, no quería decir nada. Entonces le dije que yo no tengo raíces: yo no vengo de bulbo ni de semilla; yo prendí de gajo." Cuando, en cierto momento de la charla homenaje, Fondebrider le preguntó por sus lecturas actuales, Futoransky mencionó a Andrea Camilleri y Natalia Ginzburg. "Ahora tengo una racha italiana." No habría que olvidar aquí el trabajo de Futoransky en el campo de la régie y su amor por las óperas de Verdi y Puccini. También su manera de leer parece deudora del oficio. Ella lee como si la lectura fuera una puesta en escena sin vestuario particular ni escenografía específica, aunque sí con marcaciones de respiración; una puesta en escena completamente inmaterial, la puesta en escena de una voz sola.
Voces en otra lengua
En el prólogo de Poésie récente d'Argentine, Fondebrider declara los principios de su selección: "Mostrar algunas de las alternativas de ciertas formas del realismo poético a lo largo de las últimas cuatro décadas". El propósito tiene una única restricción: que los poetas incluidos no tuvieran libros publicados en francés. Sylvester, Aulicino, Gruss, Rosenberg, Helder, Casas y Raimondi son algunos de los incluidos. Si bien la antología -coedición de Reflet de Lettres y Abra Pampa, en versión de Vivian Lofiego y Claude Bleton- encuentra su primer destino en los lectores franceses, incide en la discusión sobre el canon argentino.