Fuente: granadahoy
Tras más de una década de silencio poético, una etapa en la que, frente a la intimidad de la escritura, ha estado volcado en su dimensión pública como gestor político, llamado por su amigo César Antonio Molina a la cabeza del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música del Ministerio, Juan Carlos Marset regresa ahora a la poesía con Laberinto, una obra editado por la Biblioteca Sibila con el apoyo de la Fundación BBVA y que ofrece pistas de una intensa historia de amor pero también, hilados, superpuestos en un rumor sin solución de continuidad y con atmósfera onírica, recuerdos, ideas e imágenes, con el latido de Londres bombeando emoción y sentido casi siempre en el centro de sus más de mil versos.
"Los poemas largos que he publicado siempre han tenido una ciudad como eje", dice el también autor de Puer profeta, nacido de su fascinación neoyorquina y que le valió el Premio Adonais en 1989, y Leyenda napolitana,atravesada por la ciudad italiana aludida en el título. Marset tiene otras tres obras dedicadas en cierto modo a sendas ciudades, y una de ellas, dice, "por supuesto", es Sevilla. "Todas ellas son ciudades que he vivido, no solamente en las que he vivido. En el caso de Londres, desde que llegué [vivió allí dos años] tuve esa experiencia laberíntica, de hecho me perdía continuamente, hasta que ya cogí un poco el tranquillo. Pero no es un poema sobre el laberinto específico de Londres, sino sobre el laberinto que son todas las ciudades, todos los seres humanos, todas las tramas históricas", especifica.
"Hay varios laberintos" en este Laberinto, explica Marset -que sigue dirigiendo la revista Sibila e impartiendo clases en la Universidad Hispalense- en la terraza de un bar en el céntrico barrio de Santa Cruz, donde vive. "Está el de la Historia, el de la vida, el laberinto de la ciudad, que son todas las ciudades, el de la pasión, el lenguaje como laberinto, porque cada palabra es un laberinto, y no digamos ya tres palabras juntas... Me interesa el sonido de las palabras y el sonido de las ideas, que decía Rubén Darío", añade Marset, que ha pretendido también "bucear en las etimologías hasta llegar a las raíces indoeuropeas de nuestro lenguaje; y yendo hacia esas raíces he tratado de seguir ese extraño hilo conductor, en el que hay muchas mutaciones, muchas metamorfosis".
Al poema largo, no demasiado habitual en la poesía contemporánea española, llegó Marset con especial entusiasmo en los años 80, cuando quedó "fascinado" con este tipo de construcción poética sobre todo a raíz de su estudio de Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz; luego, ha recurrido a él "no por la extensión en sí, sino porque hay formas de intensidad poética que sólo se consiguen con la gran extensión". "Pero no me interesa desde una perspectiva narrativa -aclara- sino en su sentido poético más riguroso: que la música sea absolutamente inseparable de la letra, o el sentido del sonido, como quería Valéry".
Las menciones a otros poetas salpican continuamente la charla, lo mismo que ocurre con su extenso poema, lleno de lecturas (desde los poetas griegos a los modernos, con abundantes paradas entre unos y otros, de San Juan de la Cruz a Góngora o Bécquer, de Hölderlin o Wordsworth a Celan...), así como de muchas otras referencias al mundo del arte o el pensamiento. "La poesía es un lenguaje dentro del propio lenguaje -dice al respecto-, y las referencias se construyen así, con otros poemas, somos la acumulación de una tradición y también la tensión de esa tradición hacia un destino. Creo que cualquier poeta que lo sea o que pretenda serlo procura hablar el lenguaje de los poetas".
Durante los últimos años Marset hubo de emplear además otro lenguaje, complejo también aunque por otros motivos. "Es verdad que en la política se descubren muchas cosas siniestras", admite, aunque no se arrepiente de nada. "Los puros me criticaron por haberme supuestamente prostituido con la acción política, interpretando que yo lo hacía por vanidad o por ansia de poder... Pero en general creo que causó simpatía que hubiera un ministro poeta [César Antonio Molina], que hizo una labor importante, y otro poeta al frente de las artes escénicas y la música. Los que no pretenden ir por la vida de puros lo han visto con simpatía", dice Marset, que le envió un ejemplar de Laberinto al secretario de Estado de Cultura, José María José María Lassalle, "una de las pocas personas cultas y preparadas que tiene el cuadro del PP", y fue la suya, junto con la de Antonio Gamoneda, que celebró mucho la "dimensión metafísica" del poema, la primera felicitación que recibió.