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Jacobo Rauskin: "Trato de encontrar la emoción que vive en la palabra"

Fuente: http://www.ultimahora.com/jacobo-rauskin-trato-encontrar-la-emocion-que-vive-la-palabra-n828003.html

En esta entrevista, el poeta que celebra medio siglo en esto de interpretar el mundo que vive de un modo poético, decidió reunir sus mejores versos en la antología Hojas de un largo cancionero, que lanzará este martes, a las 19.30, en la Academia Paraguaya de la Lengua Española, calle 25 de Mayo casi Estados Unidos.

En esta entrega nos cuenta sus inquietudes en torno a la literatura y la razón por la que se expresa en tono poético, prefiriendo ese género a otros como la novela o la narrativa corta.

–¿Podrías adelantarnos algo sobre Hojas de un largo cancionero?

–Esta antología de mi propia obra poética es la más amplia que he organizado. Abarca cincuenta años de frecuente publicación y puesto que ha sido hecha por temas y afinidades, incluye generosamente los poemas que sobre numerosos asuntos he escrito desde mil novecientos sesenta y tantos hasta el presente. Abundan los poemas de amor, los poemas que giran alrededor de la memoria, tanto individual como colectiva, e incluso los que se nutren de la historia; hay páginas que se proponen el desarrollo de sentimientos tales como la angustia, la alegría, la esperanza, el descreimiento.

–¿Qué es para ti la poesía?

–Para mí, la poesía es arte del significado. Por supuesto, también es muchas otras cosas, solo que yo no me ocupo de ellas, sino del arte del significado. Escribo indistintamente en las formas tradicionales, en verso libre o en prosa. Trato de encontrar la emoción que vive en la palabra y no tanto la que vive en mí y aflora, creo, espontáneamente. La emoción del idioma como tal es inagotable fuente de reflexión. Pensar en los caminos de la lengua nos lleva a pensar en los caminos que llevan al arte del significado...

–¿Cómo se entiende eso?

–Por ejemplo, muchos, cegados por el culto a los sinónimos, creen que palabras como arroyito y arroyuelo tienen el mismo significado simplemente porque ellas cubren el mismo campo semántico. Arroyito es una palabra afectuosa, porque el diminutivo es afectuoso. Y arroyuelo es, en el mejor de los casos, una palabra descriptiva, quiere decir pequeño arroyo sin ningún matiz afectivo. Pero, en realidad, no es tan así porque el diminutivo suele tener un matiz despectivo, como en escritorzuelo. Busco en las clasificaciones que hace la lengua las lecciones que necesito para comprender eso de la poesía como arte del significado, arte hecho de matices particulares para cada palabra.

–Tu temática trata frecuentemente sobre el hombre común, sobre la exclusión social y cultural, y también sobre cuestiones.

–La cultura paraguaya fue periférica en el más claro sentido del término desde los albores de la nación hasta, por lo menos, el fin de la Guerra de la Triple Alianza. Después fue marginal. De qué otra manera se puede explicar, por ejemplo, la gravitación de Emiliano R. Fernández y la presencia de Ortiz Guerrero. Ahora, que han desaparecido en todas partes las nociones prácticas de centro y periferia, y lo marginal se ha expresado en obras que, como las de Rulfo y Borges, son ejemplos de la universalidad de los marginados, solo nos queda lo residual. Como la mayoría de los poetas latinoamericanos del sesenta, yo escribo sobre el carácter residual de la cultura clásica y, también, de la moderna.

Portada de Hojas de un Largo Cancionero, la antología de Jacobo Rauskin que se presenta este martes en la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
–¿Cuál es tu opinión sobre la joven poesía paraguaya?

–Hay una distancia cada vez mayor entre los poetas paraguayos que hoy comienzan y los que comenzamos hace mucho tiempo. Para nosotros, la poesía era un río en el que debíamos continuar. Hoy eso no existe, no diré que se trata de ignorancia, porque no me corresponde a mí tratar de ignorante a nadie, pero sí puedo decir que, en general, y con alguna excepción, naturalmente, no siento deseo de leer muchos de los textos producidos por poetas jóvenes de hoy porque sus autores se han separado de lo que yo entiendo por poesía.

–¿No tendrá eso algo que ver con la cultura en general?

–Claro que sí. La sociedad tradicional paraguaya es ya un puro pasado. No sé si quedan vestigios de ella más allá del rescate que de su memoria hacemos algunos escritores pertenecientes a mi generación. Que un país conmemore los aniversarios de grandes creadores del pasado habla muy bien de la gratitud de los hijos de quienes fueron en su momento ingratos con Agustín Barrios, Flores, Elvio Romero, Roa Bastos y paremos de contar porque la lista no es breve. Pero esa recordación produce otra nostalgia, la del presente que pregunta por el presente. Yo me pregunto, por qué los jóvenes escritores paraguayos no tienen la fuerza y la calidad de nuestros jóvenes cineastas en quienes reconocemos una expresión digna de cualquier artista en cualquier época.

Así escribe

La noche

Cincuentón, pronto sexagenario,

sin prisa, sin tugurio a modo de oficina,

dejo hablar a los años en Arcadia.

Al viento dejo hablar,

dejo hablar a la noche donde quiera

mi temblorosa estrella

que algo también en mí se estremezca.

La noche pide pan, pide vino.

Pide más, pide un pedacito de muslo

y sienes pétalos y pezones flores.

Quiere el cielo y la tierra.

Quiere constelaciones.

Quiere la flor del sexo, la pide

con la orquídea que sirve de rima y nexo.

Y el amor la confunde como siempre.

Y el amor la ilumina con un beso.

Tareas tan inútiles como la poesía

El río crece, el tiempo no ayuda.

Rema, rema la luz bajo la lluvia.

Que me perdone quien se sienta herido,

los inundados son del río, de nadie más.

Clavan techitos de multiflex,

de flexiplor, paredes

de un más que servicial cartón

o se dan por entero a otras tareas

que de por sí tampoco arreglan nada.

Y justo cuando nada se arregla,

cuando la noche habla de tregua

y enciende su esperanza, su lámpara

de veinticinco vatios gratuitos

en un barcito de morondanga,

se vive un apagón, se oculta el río,

se oculta la ciudad que ocupa el río.

La clase obrera ya tiene su museo

Son todos dentistas, policías, turistas.

Son curiosos curioseando.

Hay exposiciones, curadores hay.

La vieja fábrica es un museo abierto al público

en días de oficina y horas de museo.

El piso es puro mármol reconstituido, reimplantado.

El último obrero no ha vuelto,

dejó su ropa de trabajo.

La dejó colgada de un clavo de la memoria

a falta de pared.

La pared es textura saqueada.

Jacobo Rauskin