Fuente: abc.es
«Guillermo de Torre fue un humanista que vivió al pie de la letra. Una figura gigantesca de la cultura española del siglo XX. Le interesaba pensamiento, el arte, la literatura, y fue un pionero en fomentar el diálogo entre culturas, sobre todo española e hispanoamericana, y también un pionero de los estudios de literatura comparada».
Así se refiere al poeta, crítico, ensayista y editor madrileño el profesor Domingo Ródenas, autor de «De la aventura al orden», una antología (con diversos inéditos) de la vasta obra de De Torre, que edita la Fundación Banco Santander dentro de su siempre interesante colección Obra Fundamental.
Domingo Ródenas ha preferido centrar su trabajo en el Guillermo de Torre maduro, lejano ya de aquel «jovencito impertinente, belicoso, insolente», que a los quince años debutaba como articulista en varios periódicos y que era «un adalid de las vanguardias, sobre todo del ultraísmo, incluso un vanguardista inconsecuente».
Un joven al que Pedro Salinas y Jorge Guillén llamaban «Guillermito» (el aprecio de los dos poetas llegaría años después), que ya había publicado un libro rompedor, «Hélices», a los veintitrés años (1923), y otro volumen trascendental y decisivo, «Literaturas europeas de vanguardia» (1925). Pero Ródenas resalta que dentro de la «polimorfia de su obra» hay otro De Torre, valedor de «una obra inmensa de crítica de arte, de crítica cultural, de ensayos interpretativos de nuestros clásicos como Lope, un maestro de la literatura comparada, lo que le llevó a preguntarse por qué nuestros clásicos no eran clásicos universales».
Un cambio drástico
Sin embargo, cumplidos los veinticinco años, Guillermo de Torre se convertía en otro hombre, dentro del ámbito de su poliédrica formación cultural, «cuando se manifiesta y pone en práctica su vocación de crítico». Para entonces, ya había intimado con una artista plástica y una mujer realmente atrayente, originalísima y peculiar, Norah Borges, hermana pequeña de Jorge Luis Borges, el genial escritor argentino. «En 1927 –explica Ródenas– ya es una inteligencia mesurada y, ya en Buenos Aires, pronuncia una conferencia magistral titulada Examen de Conciencia que ya nos muestra al genial crítico».
La vida, ya se ha dicho, de Guillermo de Torre transcurrió siempre al pie de la letra. Por ejemplo, como subraya Domingo Ródenas, «siempre estuvo metido en numerosas empresas de mediación intelectual entre Hispanoamérica y España y también fue uno de los primeros en hablar al otro lado del Atlántico de los nuevos poetas del 27».
Otra de las grandes motivaciones de De Torre «fue intentar establecer un diálogo entre los intelectuales del exilio (en su caso el prefería llamarse autoexiliado) y los que habían quedado en España». En su también incansable trabajo editorial, «Guillermo de Torre estuvo entre el grupo fundador de la colección Austral y luego con Gonzalo Losada en la creación de la Editorial Losada. Más adelante quiso fundar una revista, El Puente, que no pudo llevarse a cabo, proyecto que acabó, ya en 1963 convertido en una colección editorial del mismo nombre, en la que fructificó su propósito de reunir intelectuales del exterior y del interior de España, como María Zambrano, Julián Marías, Corpus Varga, Ayala. Igualmente fue un hombre decisivo, aún más que Borges, en la creación de la revista Sur de Victoria Ocampo».
Después de viajar varias veces a España a partir de 1951, De Torre, un hombre que detestaba los nacionalismo, aunque era un hombre muy madrileño, murió en su querida y borgiana Buenos Aires en 1971.