Fuente: proceso.com
El homenaje que se negó a Rubén Bonifaz Nuño en el Palacio de Bellas Artes, luego de la explosión en la Torre de Pemex a principios de febrero (el poeta había fallecido el 31 de enero a los 89 años), se le rindió esta tarde en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM.
A las 18:00 horas se cerraron las puertas y muchas personas ya no pudieron ingresar al evento.
Fue un homenaje sencillo, como debía ser a un poeta: Con la lectura de algunos de sus poemas, escogidos por Juan Gelman, Eduardo Lizalde y Vicente Quirarte. El acto empezó a las seis de la tarde en punto.
Antes, un video de diez minutos de TV-UNAM mostró un perfil de sus diversas facetas (poeta, profesor, investigador, administrador, funcionario). Luego, tres universitarios (la actriz Daniela Arroio Sandoval, Tania Rosalía Saavedra Ortega, gestora cultural, e Iván Santín Hernández, poeta y maestro de filosofía) leyeron seis breves textos evocativos a lo largo de 12 minutos:
“Rubén Bonifaz Nuño: devoto del arte y amigo entrañable”, del escritor René Avilés Fabila; “Rubén y los clásicos”, del filólogo Bulmaro Reyes Coria; “Rubén Bonifaz Nuño y la poesía”, del poeta Marco Antonio Campos; “El escritor que regresa a donde dice no haber estado nunca”, de José Carreño Carlón, director del Fondo de Cultura Económica (FCE); “Rubén Bonifaz Nuño y la cultura nacional”, de Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, y “Rubén Bonifaz, universitario y humanista”, de José Narro Robles, rector de la UNAM.
El grupo musical La Mar entonó entonces el son jarocho “La bruja”, dado que el poeta nació en Córdoba, Veracruz.
Tras una primera lectura de poemas, la misma agrupación interpretó “Camino de Guanajuato”, de José Alfredo Jiménez, quizá porque era preferida de Bonifaz, quizá porque quisieron equiparar los tonos frente a la muerte, ya que el último poemario de éste fue La calaca. De él, cuatro poemas fueron leídos, además de tres sonetos de La muerte del ángel (1945), dos de Poemas no coleccionados (1945), y en una segunda ronda el número 16 de El manto y la corona (1958), dos de Tres poemas de antes (1987), y el 42 de Los demonios y los días (1956), y el 15 de Fuego de pobres (1961):
Tú, compañero, cómplice que llevo
Dentro de todos, junto a mí, lo sabes.
Hermano de trabajos que caminas
En hombres y mujeres, apretado
Como la carne contra el hueso,
Y vives, sudas y alborotas
En mí,
Y conmigo y para mí y contigo.
Pero el momento más hondo, el que dejó en el recinto el espíritu de esa poesía solitaria en busca de los otros siempre, fue cuando Lizalde leyó con su voz de bajo profundo, conmovido:
Yo sólo pretendo hablar con alguien,
Decir y escuchar. No es otra cosa.
Con gentes distintas en apariencia
Camino, trabajo todos los días;
Y no me saludo con nadie: temo.
Entiendo que no debe ser, que acaso
Hay quien, sin saberlo, me necesita.
Yo lo necesito también. Ahora
Lo digo en voz alta, simplemente.
Escribí al principio: tiendo la mano.
Espero que alguno lo comprenda.
Un enorme arreglo de flores blancas había adornado el frente del foro acústico de la Nezahualcóyotl, y luz difusa como telón de fondo con los colores universitarios (azul y oro) enmarcaron un gran retrato del poeta, cuyas obras completas apenas publicó el FCE a principios de año.
Luego de los aplausos finales vino el “Goya”, que cimbró el recinto. Habían transcurrido 115 minutos y estaban por caer las últimas luces rosadas en el cielo único de Ciudad Universitaria que, sin duda, desde su oficina, contempló miles de veces el poeta.