Fuente: http://www.latribuna.hn/2015/08/30/otros-sonetistas-hondurenos/
El domingo 16 de agosto leímos, en este rotativo, el interesante trabajo de Segisfredo Infante, titulado “Sonetistas al azar”. El autor nos remonta al Siglo de Oro Español y nos menciona a don Francisco de Quevedo como maestro insuperable del soneto. El soneto, hemos escuchado, es para algunos críticos la gema más preciosa que puede brindarnos el numen del poeta. Boileau dijo que “Apolo inventó el soneto para tormento y desesperación de los poetas”.
Motivados por la lectura arriba mencionada, hemos revisado algunos textos que nos sirvieron en la secundaria, de los cuales extraemos algunos conceptos: “Más que una simple combinación estrófica, considérase el soneto una breve y artificiosa composición sujeta a reglas formales estrictas. El soneto –del italiano: sonnetto, que suena bien- fue aclimatado en el Parnaso español por el poeta toledano Garcilaso de la Vega, a imitación de la lírica italiana, particularmente de Petrarca”. El mismo autor, dice que la poesía es sinónimo de belleza. En amplio sentido la poesía es todo lo bello, en la naturaleza o en el arte. “Por eso afirmamos que es poético un paisaje, como lo decimos de un sentimiento, de una acción generosa, de un noble ideal; e igualmente de un cuadro o una sinfonía musical”.
Segisfredo no oculta su admiración por Borges y nos dice que el renombrado autor argentino, ya casi ciego, volvió a cultivar el verso clásico español. De sus padres, Borges escuchó el inglés siendo aún un niño. Después se familiarizó con otros idiomas, como el francés y el alemán; de ahí la riqueza de su cultura y la singularidad de su estilo, tanto en la poesía como en el cuento. La primera de sus seis conferencias dictadas en Harvard, se titula “El ENIGMA DE LA POESÍA” y de ella tomamos lo que sigue: “Siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer”.
Como la escogencia que Segisfredo hizo de los sonetistas fue al azar, creemos quedaron fuera algunas figuras sobresalientes de la literatura hondureña. En esta ocasión nos referiremos, brevemente, a dos poetas que han cultivado con delicadeza el soneto y que además, igual que Borges, nos han brindado magníficos cuentos. Ellos son Santos Juárez Fiallos (QEPD) y Miguel R. Ortega.
Del poeta Juárez Fiallos -que según opinión de Nery Alexis Gaitán introdujo el cuento psicológico en Honduras-, tomamos el primer soneto de los cincuenta que aparecieron en la Revista de la Academia Hondureña de la Lengua en 2004 y que se titula, “Pequeño Canto”. Dice así: “Bajo la noche de Tegucigalpa/se enreda la poesía como hiedra, /el silencio es rosa que se palpa/y se afirma el contorno de la piedra. /La luna sobre el filo de Azacualpa/desmadeja su ovillo de hilandera, / cuando emerge sin par Tegucigalpa/vestida con su traje de cantera./Y al verla del Picacho, de repente/se me antoja muchacha adolecente,/-más ingenua tal vez Comayagüela-,/Que pensando quizás en una cita,/va llevando abstraída a su hermanita/tomada de la mano hacia la escuela”.
El abogado Miguel R. Ortega ha publicado obras que versan sobre temas propios de su profesión: El arbitraje internacional (1958) y golpe de estado, poder constituyente y Constitución (1971). Es autor de la más completa biografía del paladín centroamericano, titulada “Morazán: Laurel sin ocaso” (tres tomos). Pero para los fines de este artículo diremos que conocemos tres poemarios y tres libros de cuentos suyos. Sobre su obra literaria, el polígrafo hondureño Rafael Heliodoro Valle y el destacado poeta Jaime Fontana han escrito comentarios laudatorios. También el recordado Claudio Barrera se expresó de esta manera: “Pero quien le dio el golpe a la piñata lírica, fue Miguel R. Ortega, al llenar de una belleza nueva y singular las catorce líneas del soneto”.
De su obra “Voces desde el Sur del Alba... en los labios del viento”, tomamos el bello soneto Saudade: “Cuando usted ya no pueda hacer alarde/de que el tiempo su asedio tiende en vano; /cuando el invierno gris su lana carde, / mi devoción le oprimirá la mano./Y cuando evoco su perfil lejano,/la misma duda entre mis labios arde:/¿Es que fue mi partida muy temprano/o fue su arribo demasiado tarde?/ Dos minutos eternos: sus pupilas,/otearé entre el ocaso y las esquilas,/o a la lumbre otoñal de mis hastíos./Y su recuerdo avanzará en la niebla,/cual la nostalgia que los muelles puebla/cuando han zarpado todos los navíos”.
Por Dagoberto Espinoza Murra