Fuente: https://theobjective.com/cultura/literatura/2025-03-21/guerra-literaria-poesia-manuel-machado/
Llega a las librerías la serie de conferencias que el poeta pronunció en torno al modernismo y la generación del 98.
Los periodos de transición pueden percibirse como crisis o como oportunidades; tal vez sean ambas a la vez, como suele quedar patente cuando se echa la vista atrás para hacer balance. La historia del arte y la literatura se nutre de esos momentos de quiebre, que no dejan de ser un fiel reflejo de las transformaciones sociales y los vaivenes políticos de la época. Desde hace años, vemos cómo la narrativa se ha despojado de artificios y hay un predominio de géneros «híbridos» entre realidad, ficción e incluso otras artes, como las memorias, la autoficción o una forma de ensayo personal. Estas tendencias son producto de la sociedad de la inmediatez y la fragmentación, con la incertidumbre por el futuro y el análisis de asuntos que antaño fueron tabú en primera línea del debate público, y que se extienden a las manifestaciones literarias.
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Ese tránsito ocurre ahora como ocurrió antes. En los albores del siglo XX, después de la Restauración borbónica y las derrotas coloniales, los artistas jóvenes se mostraban poco proclives a perpetuar unos modelos conservadores que consideraban obsoletos. Muchos habían estado en París, se habían codeado con los impulsores de las vanguardias y habían encontrado en esa ruptura con el realismo decimonónico un faro, un posible camino que seguir. Manuel Machado (Sevilla, 1874-Madrid, 1947), por aquel entonces un poeta que daba sus primeros pasos, residió en la capital francesa durante cinco años. Trabajó como traductor y compartió piso con autores latinoamericanos que serían a su vez renovadores de sus respectivas literaturas y referentes del modernismo, como Rubén Darío.
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De vuelta en Madrid, Manuel Machado colaboró con diferentes revistas y frecuentó la bohemia de la ciudad con su hermano menor, Antonio (Sevilla, 1875-Colliure, 1939). Entre 1898 y 1914, pronunció una serie de conferencias en torno al modernismo, cuya primera parte se reúne en La guerra literaria I (Guillermo Escolar Editor, 2024). En el prólogo introductorio para la compilación, el autor hace una declaración de intenciones que determina todo lo que viene luego: «Yo soy muy dueño de divagar a mi antojo. O mejor, yo no soy muy dueño de no divagar. Y divago. Es decir, escribo sobre esto y aquello lo que buenamente se me ocurre. Lo que no hay es la obligación de leer» (p. 7).Cristina Ros
Esta voluntad de alejarse de cualquier academicismo es la constante del movimiento del que se ocupa a continuación, esto es, del modernismo. El ensayo principal, Los poetas de hoy, lamenta la indiferencia con la que se vivieron la muertes de los últimos poetas relevantes, Campoamor y Zorrilla, y expresa su preocupación por lo que le parece mala salud de la poesía española a lo largo del último medio siglo: «La holganza y la incultura –incultura e incultivo, mental y material– arrastraban a este grande y desdichado pueblo a los más crueles desengaños» (p. 17). Denuncia la falta de apoyo institucional, la falta de ideas y la dificultad para abrirse a Europa, de donde apenas llegaban influencia con cuentagotas, gracias a lobos solitarios como Alejandro Sawa. Esa España arrastraba un enorme complejo por las traumáticas derrotas de ultramar, dice que vivía «a la sombra de glorias muertas, leyendo una historia primitiva y falsa» (p. 17).
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Todo eso cambió «cuando comenzó a surgir la nueva España, y, como siempre, muy por delante la poesía nueva» (p. 21). La irrupción de esos poetas jóvenes que se convertirían en la Generación del 98 trajo aire fresco y, gracias a su creciente contacto con el bullicio creativo del modernismo europeo, volvió a situar la literatura española y el resto de sus artes en el mapa internacional. Con el tiempo, el movimiento floreció en todas las áreas: «La novela con Baroja y Azorín, el teatro con Benavente, la poesía lírica con Darío, Juan Ramón Jiménez, Marquina Villaespesa. El periodismo […] con cronistas de verdadero arte, como Gómez Carrillo. La crítica artística y filosófica con José Ortega y Gasset […] hombres del antiguo renacimiento, como Rusiñol, pintor, poeta, dramaturgo, y con ese enorme propulsor de ideas y conmovedor de conciencias que se llama D. Miguel de Unamuno» (p. 27).
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La guerra literaria I
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Personalidad, no retórica
En su intento por definir el modernismo, Machado usa el concepto de «anarquía»: «No hay que asustarse de esta palabra […] solo los espíritus cultivadísimos y poseedores de las altas sapiencias pueden ser anárquicos, es decir, individuales, personalísimos, pero entiéndase bien, anárquicos y no anarquistas» (pp. 29-30). Ahí está la clave para él: la personalidad del artista, la subjetividad, entendida no como ego, sino como una fuente de singularidad que contrasta con los modelos rígidos del canon: «El arte no es cosa de retórica ni aun de literatura, sino de personalidad. Es dar a los demás sensaciones de lo bello, real o fantástico, a través del propio temperamento cultivado y exquisito» (p. 30). Contar con el público, en detrimento de la Academia, es otra clave: la creación cultural debe contribuir a instruirlo, a estimularlo, a enriquecer su perspectiva del mundo.
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La clave, a su parecer, había sido acoger las vanguardias y reaccionar contra la inercia que dominó el siglo XIX. De aquel periodo deplora que se despreciaron las letras y las artes «en gracia al amor de las ciencias, entonces victoriosas en el mundo», aunque ese amor, no obstante, era «puramente platónico, puesto que jamás un nombre de Castilla figura en la larga relación de inventores y cientistas» (p. 17). Es interesante cómo, pese al tiempo transcurrido, las amenazas para la creación artística y la difusión cultural no son tan distintas y se repiten, hoy, con disfraces nuevos: la puesta en valor de la ciencia, junto con la noción de «utilidad» del estudio, se utiliza en el siglo XXI para justificar el arrinconamiento de las humanidades en los planes de estudio y la precariedad del sector.
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El libro se completa con dos piezas más: Génesis de un libro, una lección magistral de poesía en la que, siendo coherente con sus principios, renuncia a dictar unas reglas teóricas: «Y, pensando y buscando cómo llenar hoy este vacío, he venido a acudir con lo que tenía más a mano, es decir, a mí mismo» (p. 38). Su propia visión del arte y del hecho creativo, para lo que abre «las puertas del taller» al público. Con la mirada afilada del gran lector que hay detrás de un escritor de su altura, selecciona obras y disecciona poemas, enseñando a leerlos, a fijarse en el matiz de la palabra. Por último, Fernández y González rinde homenaje al escritor Manuel Fernández y González (Sevilla, 1821-Madrid, 1888), popular por sus novelas por entregas, que a juicio de Manuel Machado «desparramó y derrochó el oro de su soberbia imaginación sevillana en centenares de obras, que no han de pasar muy allá del tiempo» (p. 69).
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La naturaleza del poeta, y por extensión de cualquier creador genuino, se puede resumir en esta sentencia: «Para ser artista basta con saber ser uno mismo» (p. 30). Uno mismo, y no un imitador ni un conformista. Uno mismo, pero abierto a las influencias, solo que con el genio suficiente para tomar lo que es relevante en ellas para integrarlas luego en un estilo propio y sin pastiche. Uno mismo, siempre, escriba lo que escriba, haga lo que haga, porque, sí, incluso cuando un poeta se pone a escribir ensayo, se puede oír su voz personal por encima de cualquier exposición técnica. Y ahí está su valor, en su mirada, su sensibilidad única, que gracias a ello tiene algo que aportar más de un siglo después. La forma por delante del qué. Manuel Machado lo supo y, más aún, supo transmitirlo.
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Por Cristina Ros