El compositor cubano, autor de bandas sonoras como la de la película 'Fresa y chocolate', cruza el umbral y publica su primer poemario.
A José María Vitier (La Habana, 1954) la poesía le viene de familia; sus padres, Cintio Vitier y Fina García Marruz, eran poetas, pero a él le dio por la música. Música sinfónica, coral, piezas para piano y otros instrumentos, canciones, música de jazz, bandas sonoras -entre ellas la de la película 'Fresa y chocolate'-... componen la obra de sus cincuenta años de carrera, que recordó en un concierto, 'Música y rituales', hace un par de semanas en el Ateneo de Madrid. En la sede de la SGAE en la capital, Vitier abraza contra su pecho con orgullo el poemario que acaba de publicar: 'Poemas, prosas y piano acompañante' (Huso).
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«La culpable es mi amiga Mayda Bustamante -explica el compositor-, yo jamás pensé en publicar. Precisamente mi ascendencia familiar, el peso de la categoría de mis padres, ha sido lo que me ha alejado de la idea de publicar». Es un libro, asegura, «muy variado: tiene poesía, poesía rimada, poesía de verso libre, relatos, aforismos... El libro me crea una sensación nueva»..
La poesía tiene su propia música, dice Vitier, «Yo he escrito muchas canciones para gente como Pablo Milanés o Silvio Rodríguez, y he puesto música a poemas de grandes autores. Pero esa es la palabra cantada, que ha sido muy importante en mi música. Yo percibo, sin embargo, que en la poesía hay una música implícita, igual que hay una poesía implícita en cierta música».
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Escribe, confiesa, de manera compulsiva, pero solo hace quince años que empezó a hacerlo. «Empecé a hacerlo por impulsos emocionales, sentimentales, amorosos. Alguna canción a mi esposa, por ejemplo, con textos míos. Pero una cosa es escribir el texto de una canción y otra cosa es escribir poesía. Hay poemas a los que es imposible ponerles música, porque no la necesita». Como músico, le interesa mucho «la poesía también como sonido, la poesía dicha. Obviamente lo que más entrenado tengo es el oído, y esa sensibilidad al sonido propio de la palabra es la que me ha hecho considerar este libro como una continuación prácticamente de mi trabajo. Como una partitura más».
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La poesía y la música, continúa, comparten un origen, que es el silencio. «Las dos necesitan el silencio, contienen silencio, usan el silencio. Las dos son escrituras; la escritura musical tiene hasta una caligrafía. Yo compongo en el ordenador, pero empiezo siempre a mano. Y las dos hermanas, poesía y música, tienen siempre una pretensión, la de ser algo más. Lo que a uno le fascina de una música es que percibe que es algo más, que no puedo explicarlo, pero que encierra algo secreto. Igual pasa cuando lees un gran poema. Te quedas pensando y sientes que te ha pasado algo, que no estás completamente resumido en esas palabras, que la sobrepasas. Algo que te hace crecer como persona, yo creo, te eleva, vamos a decirlo así.
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Y es que al igual que la música no existe hasta que no se toca, hasta que no cobra vida, «la poesía transcurre también en el tiempo que ocurre. Y aunque el tiempo es su espacio, su hábitat, ella misma crea un espacio. Tanto la poesía como la música crean cuando funcionan, cuando están logradas, un espacio que no existía antes. Un espacio que paradójicamente es silencioso, pero en el que sientes que hay un crecimiento. Y ese es el objetivo. Hay un determinado ideal de belleza también, estético, muy personal, pero a mí siempre me gustó ver la música, cuando solamente me dedicaba a ella, como vaso comunicante con las demás artes; por eso me gusta tanto trabajar en el cine».
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Por Julio Bravo