Somos menos gregarios que en otras regiones, y eso, que es bueno en principio, se vuelve negativo si se convierte en cainismo y falta de reconocimiento del otro", afirma el poeta Jordi Doce.
El poeta y traductor gijonés Jordi Doce, finalista del premio al mejor cuaderno de poesía del Reino Unido que se fallará el lunes, trabaja desde hace más de diez años como editor y traductor literario autónomo. Coordina la colección de poesía de la editorial Galaxia Gutenberg y a la vez da clases en másteres de edición y gestión cultural, traduce libros, hace crítica literaria... "Siempre digo que tengo varios sombreros sobre la mesa y que me los voy poniendo y quitando según el trabajo que debo realizar. Todo en mi trabajo es gratificante: me dedico a lo que me gusta, que es hacer y traducir libros (o hablar y escribir sobre ellos), veo materializado el fruto de mi trabajo en un plazo breve de tiempo, y estoy rodeado de gente afín que comparte mis intereses. No se me ocurre nada negativo, la verdad. Como mucho, que a veces me falta el tiempo y las tareas se juntan y crean embotellamientos. Pero incluso así disfruto, porque la urgencia te obliga a pensar y reaccionar con rapidez, con agilidad, y las ideas parece que brotan solas".
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El gusanillo de la edición "me picó muy pronto, cuando un grupo de amigos de la facultad de Filología creamos la colección de cuadernos de poesía ‘Heracles y nosotros’. Hacer revistas y pequeños libros parecía la extensión natural de la escritura. Pero yo diría que la edición se convirtió en la opción laboral más inmediata cuando vi que no era posible hacer carrera académica o universitaria. A finales de 2001 me llamaron para trabajar en la redacción madrileña de la revista mexicana ‘Letras Libres’, y hasta hoy. Cada destino laboral ha sido una oportunidad para seguir creciendo y acumular experiencia. Trabajé casi siete años en el Círculo de Bellas Artes y allí aprendí a hacer catálogos de arte y tuve la suerte de trabajar con diseñadores y artistas de primer nivel. Ahora mismo no me veo haciendo otra cosa, y tengo la sensación de que soy mucho más feliz que si me hubiera empeñado en entrar en el mundo académico".
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La estancia en el extranjero que más le ha marcado fueron "los ocho años que pasé estudiando y trabajando en el Reino Unido (1992-2000). Primero en el norte (Sheffield y Leeds) y luego en Oxford. Allí, además, nació mi hija. Sheffield me impresionó: era una versión extrema o hiperbólica del norte industrial que había vivido en Asturias, como si me hubiera trasladado al escenario de una novela de Dickens con toques de neorrealismo de posguerra. Una ciudad que había sido una potencia siderúrgica, rodeada de minas de carbón, con una cultura obrera muy fuerte, y a la que la reconversión industrial de la era Thatcher dejó temblando. Hasta finales de aquella década no empezó a recuperarse del trauma, y yo creo que nunca lo ha hecho del todo".
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Oxford, en cambio, "fue como un escenario de cartón piedra: fascinante, sí, pero un poco irreal. Disfruté mucho del tiempo que pasé allí, pero creo que nunca de terminé de creerme la película de mi propia vida en aquel plató. La verdad es que esos ocho años fueron importantísimos, porque allí terminé de formarme intelectualmente y allí cumplí treinta años, que es una edad bastante decisiva. Todavía en aquella época las universidades británicas contaban con unos medios –para empezar, sus bibliotecas– que aquí no teníamos ni de lejos". El problema del mundo de la edición, explica, "es que tradicionalmente ha tenido su base en Madrid y en Barcelona, o como mucho en grandes ciudades como Sevilla o Valencia. Pero ahora, con los medios tecnológicos y de comunicación de que disponemos, cualquiera en provincias puede crear un foco activo de difusión cultural y editorial. Y se puede hacer con relativamente pocos medios. Así que lo mejor es seguir tu olfato, tus gustos, tus inclinaciones, trabajar duro y desconfiar de los atajos, las soluciones milagrosas y los crecimientos rápidos. En el ámbito cultural es muy fácil hacer suflés que se desinflan al instante. Nuestro trabajo es una carrera de fondo, un trayecto de larga distancia, y es fundamental ser paciente y perseverante y sobre todo no dejarse cegar por ciertos brillos mediáticos".
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Asturias es "la memoria simultánea del mar y de la montaña. La playa San Lorenzo de niño. Excursiones en bicicleta a las playas de Estaño o de la Ñora (y a veces incluso a Rodiles) en la adolescencia. O más tarde, a los veintipocos, las salidas al monte que duraban tres o cuatro días y que te limpiaban de todo, nervios, falsas preocupaciones... Tengo también el recuerdo de las viejas sidrerías a las que íbamos en familia a comer centollo, o de cuando podías ir a Tazones sin encontrarte hordas de visitantes. Lo gastronómico pesa, claro (y que conste: ni rastro entonces del famoso cachopo). Hay otros recuerdos infantiles menos luminosos: tengo la sensación de que en mi niñez llovió mucho, desde luego mucho más que ahora, pero seguramente estoy equivocado. Aquellas tardes de invierno en las que no podías salir a jugar me parecen ahora eternas".
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Cada vez que se cierra una puerta "suele haber otra muy cerca que no tarda en abrirse y que conduce a un lugar que acaba siendo más interesante. Uno propone y la vida dispone, y en ese tira y afloja se nos van los años. No tengo constancia de haber sufrido ningún revés profesional importante, porque al final todo forma parte del curso de la vida. Sí recuerdo que tuve bastantes dificultades para homologar mi título inglés de doctor en España, y que esto me produjo entonces mucha frustración, pero en retrospectiva me doy cuenta de que fue para bien. Procuro no confundir la queja con la protesta. La protesta suele ser colectiva y aspira a cambiar las cosas. La queja tiende a ser todo lo contrario: individual, intransitiva y estéril. Siempre que me recuerdo quejándome de algo me siento ridículo, así que procuro tomar las cosas como vienen".
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Asturias desde el exterior "se ve poco, la verdad. Siempre me ha llamado la atención que en los programas del tiempo el locutor dice –o solía decir– ante el mapa: ‘Galicia, Cantábrico y País Vasco’. Somos ese lugar al que la gente va en verano huyendo del calor y en busca comida abundante y playas apartadas (aunque cada vez menos). España es un país muy centralista y centralizado, con un Madrid que todo lo devora, e incluso con la mejora de las comunicaciones seguimos estando lejos de la capital, o más lejos que otras regiones. Habría que reforzar aún más el eje del norte y también la relación con nuestros vecinos inmediatos. La despoblación y la pérdida de capital humano es un problema de primer orden para el que no veo solución a corto plazo. A riesgo de generalizar, creo que somos menos gregarios que en otras regiones, y eso, que es bueno en principio, se vuelve negativo cuando se convierte en cainismo y falta de reconocimiento del otro. Para ser tan pequeños, podríamos estar mucho mejor avenidos".
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En el ámbito cultural y literario echa en falta iniciativas "como el Instituto Andaluz de las Artes y las Letras o la Editora Regional de Extremadura. Allí parece que han sabido aparcar sus diferencias –estéticas o ideológicas, tanto da– y crear estructuras que permiten financiar y proyectar el trabajo de los escritores andaluces o extremeños fuera de sus fronteras. Aquí no hay término medio, o somos muy grandones o muy papanatas, incapaces de valorar lo de dentro, lo que tenemos, como es debido. Y eso mismo nos lleva –con las debidas excepciones– a no saber difundirlo fuera ni proyectarlo más allá del Huerna. Desde lejos, y puedo equivocarme, veo falta de generosidad y también de colaboración entre proyectos e instituciones, como si cada ciudad fuera un feudo independiente con sus propias leyes y costumbres".
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Por Tino Pertierra