Decía ser capaz de tener "todos los hijos de la Tierra" ("Los hijos infinitos", 1959), vivía una profunda identificación con la venezolanidad y ostentaba un humorismo ágil que le hizo ganarse incluso alguna reputación en medio del parlamento venezolano, donde llegó a enarbolar harto elocuentes pero jocosos discursos impregnados de crítica social.
Andrés Eloy Blanco Meaño (AEB) vivió sus principales pasiones con gran e igual intensidad. Pero la poesía y la política no fueron las únicas pasiones del cumanés.
El periodismo fue otra de las facetas del que llevó su pluma también hasta los cuentos, los ensayos y los textos legales.
Tras la huella de sus jóvenes inicios en la escritura quedan poemas como "La renuncia" o el popular "Los claveles de la puerta". Francisco Javier Pérez, presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, afirma que Andrés Eloy Blanco siempre tuvo ganas de escribir para la gente.
"Entendió una poesía para la libertad y la liberación, pues nace y vive sin ellas y a la liberación y a la libertad quiere levantar los mejores monumentos de su acción: la lengua libre como expresión del pensamiento libre y de la vida libre; los tres secuestros más cruentos de su dictadura y de toda dictadura: la vida, la lengua y el pensamiento".
Teresa Coraspe, poetisa anzoatiguense, cree que el sucrense estuvo inmerso en lo popular, manifestando esa facilidad de conectar con el sentir de la gente a través de obras como "La Juambimbada", "Angelitos negros", "La loca Luz Caraballo" y "La hilandera".
Horacio Biord, docente de la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas) e investigador de etnohistoria y antropología, cree que "Andrés Eloy Blanco, como muchos de sus contemporáneos, tuvo la intuición certera de la sociodiversidad venezolana".
El "poeta del pueblo" es más para Pérez: un poeta integral que en lo formal de su poesía "tiene más refinamientos de los que percibimos en un primer acercamiento. En lo conceptual, su poesía tiene más filosofía que la que podemos entender". Un lenguaje sencillo y unas ideas profundas.
Polifacético
Biord considera que gran parte de las producciones de Blanco reflejan la angustia de su presente histórico dejando entrever así su sensibilidad social y de qué manera el exilio, las dictaduras y la transición democrática dejaron huella en su obra, tan diversa como nutritiva (lírica, narrativa, dramaturgia, ensayo, oratoria, humorismo, parodia).
"En su época fue apreciado como poeta, orador y humorista. La posteridad lo ha conocido más como poeta", agrega Biord al tiempo que señala la dificultad que implica para los entendidos en el tema encasillar a Blanco en un género tanto como en una corriente literaria, debido a la multiplicidad de estilos.
Juan Liscano, en un libro compilatorio sobre AEB (editado por la Universidad de Oriente en 1986), coincide en que no es clasificable, por ser diversa su obra: un "mago del lenguaje", paseándolo por el vanguardismo y otros estilos. Pero es el humorismo un signo clave en su obra, el sello que lo marcó sin distinción de género. Coraspe cree que eso responde a la fiel ejemplificación que hizo AEB de la idiosincrasia criolla sin perder de vista, justamente, la buena disposición para las risas.
Biord recuerda la destacable participación del cumanés en el semanario humorístico "El morrocoy azul", donde publicó obras en prosa y verso. "Era también jocoso y simpático en lo personal. Pero era un recurso que llevaba a todos los ámbitos. Hay anécdotas variadas de las chanzas que hacía en el contexto del Congreso Nacional".
Y con ese insigne buen humor, AEB fue reconocido como peculiar, y al tiempo que fue único en la forma de su obra, hizo parte de un colectivo de autores que compartieron su tiempo con más o menos éxito.
El docente ucabista cree que otros grandes escritores en la Venezuela de su época fueron reconocidos y apreciados en el momento, como Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri y Mariano Picón Salas. Otros, en cambio, fueron reconocidos por la posteridad, como es el caso de su coterráneo José Antonio Ramos Sucre.
Coraspe recuerda también a Juan Salmerón Acosta, otro oriental, mientras que Francisco Javier Pérez se inclina hacia la facilidad de separar a AEB de los autores de su tiempo. "Poco a poco fue tomando distancia para crear una forma de poetizar que no se parecería sino a él mismo".
Cree que para recordar con justicia al escritor es necesario admitir que no se ha hecho una evaluación completa de su trascendencia, de la importancia de su huella, al ser única, al ser tan propia.
Cita un fragmento del poema que Blanco escribió en honor a la muerte de un amigo, el poeta mexicano Enrique Martínez.
"Se acaba el pan del alma compañero // El pan mejor del mundo peregrino: // Me dicen los amigos del molino que acaba de morir el molinero. //Enrique, el grande, ha muerto. // El campesino, que lo quiso llorar, dijo al obrero: // -No hay que llorar la muerte de un viajero. // Hay que llorar la muerte de un camino".
"Está claro, entonces, que seguimos llorando desde hace sesenta años la muerte de un camino y no la de un viajero; la muerte de un camino llamado Andrés Eloy Blanco", dijo el académico.
Viviana Mella Sandes