Envuelto en luz de amor,
en el blando regazo de tu Madre,
¡oh, mi dulce Jesús!, te muestras a mis ojos,
radiante de amor (3).
El amor:
misteriosa razón
que te alejó (4) de tu mansión celeste
y te trajo al destierro.
Deja que yo me esconda bajo el velo (5)
que a la humana mirada te disfraza.
Solamente a tu lado, ¡oh Estrella matutina!,
mi corazón pregusta un avance del cielo.
2 Cuando al nacer de cada nueva aurora
aparecen del sol los rayos de oro,
la tierna flor que empieza a abrir su cáliz
espera de lo alto un bálsamo precioso:
la rutilante perla matutina,
misteriosa y henchida de frescura,
es la que, produciendo rica savia,
hace abrirse a la flor muy lentamente.
3 Tú eres, Jesús, la flor que acaba de entreabrirse,
contemplando aquí estoy tu despertar primero.
Tú eres, Jesús, la encantadora rosa,
el capullito fresco, gracioso y encarnado.
Los purísimos brazos de tu Madre querida
son para ti tu cuna y trono real.
Es tu sol dulce el seno de María,
tu rocío, la leche virginal.
4 Divino Amado y hermanito mío,
columbro en tu mirada tu futuro:
¡pronto a tu Madre dejarás por mí,
pues ya el amor te empuja al sufrimiento!
Pero sobre la cruz, ¡oh flor abierta!,
reconozco tu aroma matinal,
reconozco las perlas de María:
¡es tu sangre la leche virginal!
5 Este rocío se esconde en el santuario,
hasta el ángel quisiera poder beber de él:
al ofrecer a Dios su plegaria sublime,
como san Juan repite: "¡Hele aquí!".
¡Oh sí!, miradle aquí a este Verbo hecho Hostia,
eterno Sacerdote, sacerdotal Cordero.
El que es Hijo de Dios es hijo de María...
¡Se ha hecho pan de los ángeles la leche virginal!
6 El serafín se nutre de la gloria,
del puro amor y del perfecto gozo;
yo, pobre y débil niña, sólo veo
en el copón sagrado
de la leche el color y la figura.
Mas le leche es un bien para la infancia.
Del corazón divino el amor no halla igual...
¡Oh tierno amor, potencia incalculable!
¡Mi hostia blanca es la leche virginal!