Estoy aquí, profunda, silenciosa,
borrándome la tierra que dejara
por este móvil tiempo descendido,
este vago país donde la muerte
asoma el rostro húmedo a mi rostro
de quietud y de espejo.
Ya se extingue en mi frente, ya se apaga,
el fuego del estío,
su estatura
de dios entre los árboles,
su paso
guarnecido de ciervos y de hojas.
Lentamente se hunden en mis venas
los últimos colores, ya me dejan
las tardes que refulgen un momento
con el mágico sol de los venados,
las nubes de tormenta sobre el río,
el olor de la lluvia como un ángel
detrás de la ventana.
Ya mis ojos olvidan
la mirada del cielo,
mi mano la costumbre de los frutos
la amistad de su dulce arquitectura.
Ahora me rodean verdes muros
de transparente soledad, ocultas
ciudades gota a gota levantadas.
Undívagas criaturas se detienen
a mirarme pasar,
la desceñida
de su mundo, ceñida
de secreto
bajo la piel amarga de su exilio.