Afuera,
ni el leve tintineo de algún trino,
ni el roce de una hoja
rezagada en la fuga del otoño.
En la casa, callados,
los pequeños crujidos que la noche
descubre en la madera,
las voces imprecisas del desvelo,
los pasos con que inicia sus periplos el día.
Entreabrí la ventana
y me encontré con ella,
con la primera nieve
de aquel año,
y también la primera
de mis ojos.
De lo alto llegaba o no llegaba
un vuelo de jazmines deshojados,
un manso oleaje de blancura,
trémula y transparente
y pensativa.
Un sí es no es que parecía
más que presencia y certidumbre plena
la memoria fugaz de otra memoria
entrevista en el sueño.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no lo sé.
Pero aún sigo allí tras los cristales
viendo caer o no caer la nieve
primera de aquel año
y de mis ojos.