La poesía de Wisława Szymborska, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1996, es una de las más singulares y profundas del siglo XX. Su obra, caracterizada por un lirismo preciso y una reflexión constante sobre la existencia, se mueve en la intersección entre el tiempo, la memoria y la fragilidad de la vida.
Nacida en Bnin, Polonia, y residente de Cracovia hasta su muerte en 2012, Szymborska experimentó de cerca los embates de la historia, incluyendo la Segunda Guerra Mundial. Esta experiencia marcó su escritura con una aguda conciencia de lo individual y lo efímero, elementos que se reflejan en su relación con el lenguaje y en su abordaje de lo cotidiano como un espacio de revelación poética.
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Uno de los aspectos más destacados de la poesía de Szymborska es su tratamiento del tiempo y la distancia. En su poema "Estoy demasiado cerca", expresa la paradoja de la cercanía física y la distancia emocional, evidenciando cómo la presencia tangible de un ser querido no garantiza la conexión espiritual. La voz poética lamenta la imposibilidad de ser parte del sueño del otro, la incapacidad de habitar su imaginación como lo hacen los recuerdos difusos o las figuras evanescentes del pasado.
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Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo. No vuelo sobre él, de él no huyo Entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
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Este fragmento sugiere que la proximidad puede ser un obstáculo para la ensoñación, para la construcción de una imagen poética que solo es posible en la ausencia. "No toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido", escribe Mario Sarmiento, y esta idea resuena profundamente en la obra de Szymborska. En su poética, la ausencia se vuelve un espacio de creación, donde lo imaginado adquiere mayor peso que lo tangible.
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Maria Zambrano, en su reflexión sobre la palabra poética, afirma: "Lo que resulta imposible en principio es revelarse a sí mismo, es decir, hacer eso que se llama una autobiografía, porque habría que hacerla en la forma más pura y transparente, es decir, incluyendo los momentos y las épocas de oscuridad, en que uno no se está presente a sí mismo". En este sentido, la poesía de Szymborska es una constante interrogación sobre lo que significa narrarse a sí mismo en el tiempo, sobre cómo la memoria reconstruye y distorsiona la identidad.
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La poeta polaca establece un diálogo con el pasado, pero no desde la nostalgia paralizante, sino desde la conciencia de que todo momento está sujeto a la reinterpretación. Su obra "Fin y principio" es un claro ejemplo de esta visión, donde la historia, tras las ruinas de la guerra, debe ser reconstruida una y otra vez.
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Szymborska sabe que la vida es un constante devenir, que lo que hoy nos define mañana puede ser irreconocible. El silencio en su poesía es tan crucial como las palabras mismas. En sus versos, lo no dicho cobra tanta importancia como lo expresado, permitiendo que el lector complete los espacios en blanco con su propia experiencia y sensibilidad. Este uso del silencio como elemento poético refuerza la sensación de incertidumbre y fugacidad que atraviesa su obra.
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Su manera de vincular el pasado con el presente y el presente con el futuro confiere a su poesía una fuerza excepcional. Es un arte que, sin renunciar a la profundidad filosófica, encuentra en la cotidianidad y en los pequeños gestos la posibilidad de lo trascendente. La cercanía y la distancia, la presencia y la ausencia, el silencio y la palabra, son ejes fundamentales en la obra de Szymborska. Ella comprendía que el tiempo, el lenguaje y la memoria son siempre fragmentarios, y que solo a través de la poesía podemos intentar capturar fugazmente la esencia de la existencia. Como ella misma escribió:
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Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.
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Por Beatriz Saavedra Gastélum