Fuente: https://www.todoliteratura.es/noticia/60721/poesia/voy-de-vuelo-de-san-juan-de-la-cruz.html
Sin duda, la lírica renacentista es esencial en la historia de las letras españolas, Boscán, Garcilaso, Fray Luis de León, Fernando de Herrera, Santa Teresa de Jesús y por supuesto San Juan de la Cruz, que pese a lucir menos de mil versos, su espacio es determinante. Otro extraordinario poeta, Jorge Guillén, señalaba esta circunstancia, considerando que Juan de la Cruz era el poeta más breve de la lengua española y probablemente de la literatura universal.
Más allá de los valores místicos y religiosos, este Voy de vuelo representa una de las mayores cimas de la poesía amorosa universal. Poesía densa e intensa, de la que Lutgardo García Díaz en una bellísima introducción titulada “Música callada” nos da cuenta. Una poesía con un extraordinario poder de sugerencia, con matices apasionados, sensuales, inquietudes en los ritmos y en los ecos, sonoridades e imágenes, sin desmerecer un delicado erotismo como búsqueda de amor. En definitiva, una sabia sinfonía que pese a todo, como bien señala Lutgardo García: “La poesía de Juan de la Cruz es un misterio. No hay un caso en nuestra lengua que esconda, bajo una aparente claridad temática y formal, tantos secretos ocultos”. Quizá la soledad, el silencio y el sufrimiento conforman también un tríada que genera más belleza y misterio de lo posible. En contraposición, el término más luminoso que irradia en la poesía de Juan de la Cruz, es la palabra gozo. El hecho de escribir, desde luego lo es para la experiencia mística. Un gozo espiritual, ciertamente que en términos de Roland Barthes: “ En effet un texte qui produit le plaisir est un texte écrit en plaisir: Le texte que vous écrivez doit me donner la preuve qu’il me désire. Cette preuve existe: c’est l’écriture. L’écriture est ceci: la science des jouissances du langage”. Por otro lado, me interesa destacar que el prologuista es Doctor en Medicina en activo, Profesor de la Universidad de Sevilla y escritor con el accésit del Premio Adonáis y el Premio Hermanos Machado en su carpeta. Esa condición de médicos muy en consonancia con la literatura, merecería un acercamiento riguroso.
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Las imágenes para esta poesía completa de Juan de la Cruz, corren a cargo de Rafael Leonardo Setién que desarrolla su actividad profesional como Profesor de la Facultad de Bellas Artes en la Universidad del País Vasco, siendo además un dibujante y pintor de calidad. Desde luego, lo demuestran sus exposiciones individuales, colectivas, nacionales e internacionales, acaso el volumen 12 de la colección de Libros de Artista, “Sevilla”, pero especialmente haber completado el desafío de ilustrar la poesía de Juan de la Cruz sin caer en tópicos ni típicos. De hecho, escribe unos preliminares con el título de versos de Juan de la Cruz: “Entréme donde no supe”. Aludíamos al abstracto modo de enfrentarse a las ilustraciones. Sin embargo, el pintor quería ahondar precisamente en la ciencia de la figuración. Para ello, trae también a colación a Santa Teresa de Jesús, cuyo encuentro entre la escritora y el escritor no pasa desapercibido a los ojos del pintor. Su propuesta pictórica es tan indiscutible como lograda, tan bella como expresiva. El diálogo de Rafael Leonardo con Juan de la Cruz se establece de acuerdo a ciertas premisas. En primer lugar, la propia dinámica lírica será absorbida por la imagen, a saber, “la indeterminación, los sentimientos, la alusión, el delirio, la alucinación, las metáforas divinas, las imágenes etéreas. En segundo lugar, el concepto de simetría como eje constructivo, “lo terrenal frente a lo espiritual, lo masculino frente a lo femenino, el ciervo y el cazador”, los colores sencillamente impactantes son la reafirmación de esa dualidad, acaso paradoja. Sería justo reconocer, una nueva figuración al tomar conciencia profunda de su propio mundo y del contexto sobre el que debe enraizar la esencia del color, en azules y negros reveladores, pero también en rojos, naranjas que anhelan unificar esa doble llama, con un fondo homogéneo que a veces parece elevarse, especialmente cuando los rostros de Juan y Teresa glosan las alegrías y los sufrimientos, concretando el ser y valer de las estructuras geométricas que se citan, también los ángeles, las cruces, las flores, los sueños.
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A veces, las imágenes recuerdan columnas vertebrales, tal vez radiografías a pleno color.
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Un ejercicio sobresaliente de libertad creativa y si se quiere de fortaleza del alma representadas por esas guirnaldas de flores que bien pueden ser las anheladas virtudes que Juan y Teresa escriben. Por supuesto, el vuelo, la aguda metáfora de la ascensión y de verdaderos ejercicios espirituales. Se perciben en esa sucesión de ilustraciones que suprime lo superfluo para que la realización espiritual de toda persona interesada no solo se pueda realizar sino que se deleite. De nuevo, Pedro Tabernero muestra sus amorosos lances para el libro editado con arte, esmero y respeto.
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Por Albert Torés García