Fuente: http://www.radioangulo.cu/bitacora-de-odiseo/3179-una-voz-de-chile
Vengo de Chile, país de mineral y olas. Así, como de metal y mar, son sus ciudadanos, metal maleable que al trabajarlo con la sinceridad del acercamiento, se abre en lo amable y cordial. Mar que abraza en vida que no se detiene.
Allí, pude constatar, se reverencia mucho a un irreverente en todo. Un hombre que ya respira en a edad donde otros duermen bajo las piedras, pero lo hace con su virilidad e inteligencia intactas. Y es bueno que se le venere pues este hombre ha sido un insurrecto que se ha virado contra toda idiotez, falsedad y chapucería que se le impone al género humano para adormecerlo y someterlo. Cuando en 2011 lo recordaron para condecorarlo con el Premio Cervantes, ya a sus 97, cuando hacía mucho lo merecía, el poeta, en un saludo enviado, agradeció a los ofrecedores "Por haberlo sacado del ataúd", frase con el doble filo de la sorna por lo tarde que lo tenían en cuenta, pero que encerraba una verdad exacta, muchos ya lo hacían callado y mustio. Sin embargo, ahí esta, irrevocable e indomable como la poesía esencial, irónica, sagaz, tremendamente humana que ha escrito.
Nacido en San Fabián de Alico, zona agrícola de Chillán, Nicanor viene de una familia de artistas populares. El padre era improvisador de versos. La madre, tejedora (¿qué cosa es escribir poesía sino tejer palabras?). La hermana, Violeta Parra fue muy conocida como folklorista. Nicanor estudió matemáticas y física, las que enseñó como profesor, pero fue la creación literaria la que atrajo su atención. Obtuvo el premio Nacional de Literatura en 1969 y en 1991, y el internacional Juan Rulfo en 1992.
El autor, a sus cien años aún mantiene el temperamento herético y contestatario que lo llevó en la década de los cincuenta a convertirse en una suerte de disidente de la poesía, cuando desarrolló lo que él denominó la "antipoesía". Esta tendencia que después fue seguida, imitada y, como sucede con todo lo creativo, abusada hasta su extenuación – ya sabemos que los originales abren un camino y los mediocres se encargan de cerrarlo --, es el resultado de las búsquedas a que movió el agotamiento formal y sustancial de la poesía tras las vanguardias. La poesía americana, pasados sus dos grandes momentos inspirativos, el modernismo y el vanguardismo, se había sumido en un letargo epigonal. Unos proseguían con nocturnos y odas melifluas, de una pureza estéril y un pulido lenguaje empalagoso. Otros se esforzaban en un surrealismo trasnochado, en un vanguardismo externo, de palabrería inconsecuente y fortuito enrevesamiento.
Poeta insertado en una tradición de regeneradores de la poesía donde destacan nombres como Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, a Parra no le quedaba más recurso que desarrollar su propia visión de lo poético. Entonces para decapitar aquel modo de hacer almidonado, complaciente con lo establecido, de experimentación ya canonizada, muy burgués, el autor se impuso escribir desde una manera que fuera todo lo contrario a aquella poesía, denominándola anti-poesía. Esto no quiere decir que no hubiera poesía en sus textos, sino que no la había dentro de los modelos al uso. Era simplemente poesía dentro de una nueva sensibilidad. Esta implicaba ser iconoclasta con los patrones establecidos, violar cualquier retórica e incluir todo el lenguaje, no solo el gramatical sino el coloquial también, el que habla el vecino y los transeúntes, romper todo esquema pre-establecido en cuanto a estructura o temas y principalmente emplear la ironía para desempolvar este viejo mundo.
Sin embargo sus textos no dejaban de ser poesía, pues el lenguaje no es la poesía sino solo su modo de mostrarse al mundo. En su sensibilidad reactiva e indoblegable, siempre hay la perspectiva de alguien que hurga en el envés de las cosas para dar con lo inadvertido que nos revela algo por lo cual no llegamos a esa madurez existencial tan necesaria a la humanidad.
Si bien con su cuaderno Poemas y antipoemas, de 1954, en que inauguraba su peculiar expresión, causó – como todo lo nuevo – cierta desazón, a medida que sacó nuevos libros, como Cueca larga, Versos de salón y Hojas de Parra, estimuló nuevas expectativas y un publico rebelde ansioso por escucharlo. Muchos de los jóvenes autores de los 50 y 60 en el continente, aquellos que abrazaron el conversacionalismo y la nueva poesía, lo tomaron como maestro, e.g. Roque Dalton y Luis Rogelio Nogueras.
Un ejemplo de su actitud siempre viril y rebelde ante la insensatez la dio cuando los sucesos de las neoyorkinas Torres Gemelas. Expresó entonces que aquel acto era solo una muestra de la voluntad de destrucción que vive el mundo: destrucción de la cultura, de la naturaleza, de la gente. Así, que ante el hecho escribió un poema donde dice: "y me crujieron estrepitosamente las tripas/ y me puse a escupir este poema". El poeta pudo decir otra palabra en lugar de tripas, más eufónica, menos sórdida. Decir, además, que el acto lo movió a escribir o garabatear el poema, pero prefiere escupir. Sin embargo, el impacto no hubiera sido igual. La transmisión de un sentido de radical bajeza, de irracional odio y destrucción se da con esos dos vocablos ácidos, oscuros. Aquella declaración y esa línea que abofetea y sacude todavía hoy tienen una vigencia tremenda porque el mundo sigue desplegando su voluntad de destrucción. Solo hay que asomarse a los diarios.
Entonces, la poesía se alza como reacción urgida por lo que nos revuelve las tripas y nos hace escupir. En definitiva, el poema es emoción esencial traducida por la palabra y hay tan disímiles emociones como modos de hacerlas tangibles. Parra ha escogido la voz más pura, concreta e impactante para que ningún matiz de su sentimiento se pierda en el camino. El autor demuestra así la fuerza de su expresión, una energía que nos golpea para que no nos durmamos, para que no cedamos ante el espasmo. Podemos gustar o no de ella, pero no podemos negarla.
¡Largos años de vida erecta y combativa, Nicanor Parra! Bien que se te reverencia por tu creatividad indómita, por hacer de la poesía un anticorrosivo contra la brutalidad y la estupidización. Gracias por no dormirte en las mieles del halago y la mullida oportunidad, sino estar siempre de pie, con tu palabra alerta, lúcida y afilada al lado de tu gente de metal y mar.
Manuel García Verdecia, en Holguín, a 11 de mayo de 2015.