XXXVI CERTAMEN DE POESÍA "BLAS INFANTE"

Un arquitecto, un poeta y un Ministerio de Cultura: auge y caída de la desaparecida revista 'Poesía'

Fuente: https://www.elconfidencial.com/el-grito/2025-01-09/revista-poesia_4037726/

Vicente Aleixandre, Richard Avedon, Dora Maar, Man Ray… La revista Poesía fue un milagro editorial y del diseño sufragado en los 70 por nada más y nada menos que el Ministerio de Cultura. Cómo fue posible todo lo anterior es un misterio y una hazaña al mismo tiempo. Hablamos con quienes la hicieron posible.


Pensamos en una revista de cultura, en cualquiera. La abrimos, ¿qué encontramos? Personas escribiendo sobre cultura. Pero no siempre esto fue así. Y también, no siempre esto ha de ser así. Porque hubo un tiempo –y hubo sobre todo una revista– que expresamente rechazaba ese proceder e hizo de lo contrario su mínimo y esencial programa.
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“Nosotros no hacemos otra cosa que contar". La frase la escribió Diderot, la defendió Francis Picabia –que dijo lo mismo con otras palabras– y la llevó a la práctica la revista Poesía, de la mano de su director Gonzalo Armero, en sus 45 números, en sus casi tres décadas de vida. “La manera de trabajar era dejar al lector en disposición totalmente libre de elegir, de decidir y de interpretar. Nunca se ha interpretado a un autor, nunca se ha interpretado una obra, se ha abandonado todo deseo hermenéutico, solamente hemos elegido los textos, las imágenes, ponerlas en orden, los textos de la redacción indispensables, y nada más”, afirmaba en una conferencia en la Fundación del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) en 2005 el mencionado (y malogrado, pues murió un año después) Armero.
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Cada número era una aventura, una odisea, un alumbramiento, un pequeño milagro. Era el año 1978 y todo estaba por hacer cuando el Ministerio de Cultura dio el sí a la propuesta que le hicieron el arquitecto Antonio Fernández Alba y el poeta y periodista Santiago Amón. Gonzalo Armero, con apenas treinta años y la experiencia de una publicación anterior, Trece de Nieve, se encargaría de dirigir la revista que habría de sustituir a la enjundiosa Poesía Española (que luego se llamó Poesía Hispánica).
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La revista se llamó Poesía a secas, y en ella se empezó a publicar a los autores que le interesaban: Vicente Aleixandre, Jorge Guillén o José Ángel Valente con sus poemas inéditos; Diego Lara, a cargo del diseño, con sus collages; Richard Avedon, Javier Campano, Dora Maar, Man Ray con sus fotografías… La poesía visual de Mallarmé, Francisco Pino o el mencionado Picabia también encontraron su lugar entre sus páginas, al igual que los caligramas de Huidobro, las cartas inéditas y conferencias de Federico García Lorca, las reflexiones de María Zambrano, la pedagogía del Black Mountain College, las traducciones de Javier Marías a textos de Wallace Stevens, J.D. Salinger o Nabokov…
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El origen
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Los primeros números comenzaron mezclando temas, autores, géneros... Allí cabía de todo: arquitectura, fotografía, pintura, música, poesía, cine… Eran los misceláneos. Después vendrían los monográficos, que se rumiaban a veces durante años. “Y no se hacían encargos a especialistas o textos críticos, sino que eran los propios autores y sus contemporáneos los que contaban la historia. Eso me parece lo más novedoso”, explica para El Grito Jacobo Armero, hijo de Gonzalo Armero. Aquellos monográficos se dedicaban a un autor (Pessoa, Juan Ramón Jiménez, Rimbaud), a una institución (la Residencia de Estudiantes) o a un personaje (el Quijote). A todo se le sacaba punta, se buscaba un ángulo menos conocido y se echaba el resto, buscando materiales raros, inéditos, imágenes…
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Así hasta configurar números de 300 y casi 400 páginas en ocasiones, a precios populares, como correspondía a una publicación dependiente del Ministerio de Cultura que “llegó a tener cerca de 10.000 suscriptores”, explica Lola Martínez de Albornoz, subdirectora de la publicación. Al principio dependía totalmente de dicha entidad, pero cuando entraron en vigor las leyes europeas de transparencia, el esquema no se podía mantener. “Había que buscar un editor externo para hacer la revista, pero el ministerio nunca se desentendió y siguió apoyando con la compra de ejemplares... Entonces la revista buscaba alianzas, patrocinios, para seguir publicándose. Se asoció con Gran Vía Gestión Artística Editorial, de Chiqui Abril, y salieron números como el de Falla; el número 38, que era el de Cravan; el del Guernica de Picasso… Y luego ya nos tuvimos que buscar la vida en cada número. Trabajamos con Siruela, con la Huerta de San Vicente para el de Lorca, el de Almada Negreiros fue una coedición con un sello portugués, el editor Titto Ferreira consiguió el patrocinio de Hermès para el número de Rimbaud... Cada uno era una aventura”.
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Y un acontecimiento, una auténtica fiesta de la creación y de la edición en la que se ponían a prueba a los mejores profesionales de la impresión, para conseguir las tipografías, los distintos tipos de papel, las láminas, los diseños, por no hablar de las separatas, facsímiles y pequeñas locuras que incorporaba. “En ese momento —explica Jacobo Armero— había una industria de artes gráficas muy importante, con mucha tradición. El oficio de los tipógrafos era todo un mundo, una cultura: las cajas bajas, las cajas altas, los tipos, el chivalete… Mi padre lo conocía muy bien y le fascinaba. Lo tenía todo en la cabeza: se trabajaba sin ordenadores, había que mandar a componer los textos: ‘Caja de 10 centímetros, cuerpo 12, interlineado 15, versales/versalitas, primera línea sangrada con un cuadratín…’”.
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De esa cabeza salían ideas que se convertían en auténticas proezas editoriales, como el pequeño librito, un folioscopio, cuyas páginas al ser pasadas rápidamente simulaban un entrenamiento del poeta boxeador Arthur Cravan, o la reproducción facsimilar de los dos números del Dalí News, el periódico que Dalí inventó para informar exclusivamente sobre sí mismo. ¿Más fantasías? Entre las hojas del número 11, que prestaba mucha atención a la arquitectura de Casto Fernández-Shaw, surgía un pop-up de la famosa gasolinera Gesa/Porto Pi, situada en la madrileña calle de Alberto Aguilera con Vallehermoso, mientras que el monográfico dedicado a Juan Ramón Jiménez llevaba la voz del poeta a los lectores; sí, sí, entre las hojas se incluía un vinilo blando donde se habían grabado poemas de san Juan de la Cruz leídos por Juan Ramón. “Nos lo ponía en casa“, recuerda Jacobo Armero con el vinilo en las manos.
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Los que la vivieron
Lola Martínez de Albornoz empezó a trabajar en la revista en 1991. “Para el primer número en el que colaboré fui a la Biblioteca Nacional de París a consultar unos tratados enormes sobre el poema de Mallarmé Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, para hacer la traducción. No era la primera, ya había varias en España, pero sí era la primera vez que se publicaba respetando la forma que le había dado el poeta. Es un poema visual”.
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Y lo mismo con el número monográfico de Rimbaud. “Yo vivía en aquel momento en Francia, en la región de Champagne, de donde era Rimbaud. Era el centenario de su muerte y Gonzalo me dijo ‘¿por qué no buscas los libros que salgan, las revistas… y me mandas todo lo que se publique?’” Así comenzó ese número, cuya elaboración duraría años. ¿Cuántos? Los necesarios. La cultura que no se produce para consumir, sino para durar –para ser y estar, sencillamente– se elabora a fuego lento. Ese número que se empezó a gestar con aquella sugerencia de Gonzalo Armero en los 90 acabó convertida en excepcional número monográfico en 2002, el 44, el penúltimo.
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“La revista coincidió con los primeros años de la movida, pero nunca tuvo nada que ver con ella... Se interesaba por lo clásico, lo que no pasa de moda; no era una revista de actualidad”, explica Jacobo Armero. Inactual e inútil –es decir, sin atender a réditos utilitaristas– eran dos adjetivos importantes y ambos aparecían en el editorial del número 1. Era una breve nota escrita por el director, que consideraba que el editorial verdadero no era ese, sino un texto bellísimo, reproducido también en aquella edición inaugural, que había encontrado poco antes en el Rastro y que firmaba el pendolista Ramón Stirling. Hablaba el calígrafo allí del precioso don de la escritura y su poder de “transportar nuestras ideas desde las zonas de un hemisferio a las del otro” y conectar “todas las naciones del globo”.
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Así es como un texto encontrado por azar decidió la política editorial de una revista inactual, inútil y sin adscripción, pese a depender en su primera década del Ministerio. “Y lo curioso es que no estaba nada politizada: fueron pasando los gobiernos –UCD, PSOE, PP– y nunca tuvo problema”, señala Jacobo Armero. En la mencionada conferencia del COAM su padre contó la anécdota que resumía todo su contacto institucional con el Ministerio de Cultura. Fue antes de lanzarse el primer número cuando el ministro, Pío Cabanillas, se había interesado por lo que iba a publicarse en la revista de su ministerio antes de que saliera y quería revisarla. El director le llevó entonces aquel primer número con la portada constructivista que había ideado Diego Lara, toda la diversidad de materiales, contenidos, tipografías… “La hojeó y me dijo: ‘Muy bien’, y esa ha sido casi toda mi relación institucional. Luego, todo lo que salía era a mi arbitrio, para bien y para mal”.
.Fotografía de un zapato "reproducida como lámina, así como silueteada para cubierta interior y colofón", según la catalogación que consta en el Archivo Lafuente. Se publicó en el número 25.
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Por Pilar Gómez Rodríguez