Fuente: http://www.larepublicacultural.es/article9324.html
La compañía de Mercé Grané muestra personaje encerrado, que se muestra como lo introspectiva que fue la propia autora: Sylvia Plath. En formato de teatro y danza la protagonista trata de gritar su poesía, o de "ser gritada", mientras que ella es y, realmente, hace la vida hacia su interior.
Una poesía que es parte de sí misma, de sus sentimientos, como no podría ser de otra manera, pero que es su medio real de comunicación con un exterior que, encuadrado en su época, no se corresponde con su necesidad de libertad y un condicionante del momento: el hecho de ser mujer.
Si el formato es explícito en los textos y la parte narrativa de quienes lo integran, también se juega a la simbología, con las cargas que se le acumulan en la vida, y con la realidad que ella vive o quiere que sea, contrastando con su forma de percibir y de necesitar.
Y aparece el deseo y la indecisión, "me vi a mí misma sentada en la bifurcación de aquel árbol de higos, muriéndome de hambre... y los quería todos", explica la poeta en sus textos, en ese símil de las opciones que hay en la vida, y de cómo quiere que aquellas, mostradas como higos a su alrededor en el escenario, sean todas suyas. Pero no es capaz de elegir.
"Voy a dar un largo paseo", dice. Silencio. Las tentativas de suicidio de la autora, reiteradas como sus depresiones, acaban conduciendo al único desenlace. Se tratan los orígenes y el recorrido de la autora, en lo literario y en lo vital, tanto lo uno como lo otro tienen traslado al texto y a lo físico, ya sea mediante lo teatral como a través de diversas coreografías.
La autora parece desdoblarse en sus otros "yo", sus seudónimos, que también pasan por la alegoría de La campana de cristal, publicada como autobiografía bajo el nombre de Victoria Lucas, en cuyo relato es Esther Greenwood. Para el proceso cuenta con el acompañamiento de Elsa Álvaro y Mercé Grané, una hace su papel como personaje protagonista, la otra el biográfico, mientras ella, Mercedes Salvadores, se sirve de las escenas que crea para ser la narradora en unas ocasiones, la protagonista en otras.
"He intentado no pensar demasiado. He intentado ser natural. / He intentado ser ciega en el amor, como las otras mujeres, / ciega en la cama, con mi amante ciego, / sin buscar, en la densa oscuridad, un rostro ajeno".
Los personajes tienen un tratamiento interesante, ya que el de su marido, Ted Huges, resulta reflejado con un cierto toque dominante, un ser del que ella está excesivamente pendiente, ya sea en lo personal como en lo literario, pero que en la intimidad trata de compartirse, aunque seguramente se repitan los roles que conducen a algún rechazo, como parece desprenderse de las coreografías de ambos.
"Morir es un arte, como todo, yo lo hago extraordinariamente bien", dice hacia el final. Un final que quizá se extiende un poco, pero que recoge así la sensación de este ser que quiere luchar por convertirse en su poesía, mientras su idea del mundo la va devorando cuando se traduce en su propia vida.
Así obtenemos un proceso poético que comienza con una tremenda fuerza y que deja caer a la protagonista en esa agonía que representa su final a una edad excesivamente prematura. No es un formato precisamente de danza, más bien una dramaturgia con coreografías, pero en un recorrido que demuestra una investigación muy interesante acerca del personaje y es capaz de trasladarlo a través del escenario, a un público que, en general, no sabrá quién es Sylvia Plath. Con sus momentos delicados que contrastan con la brutalidad de su propia poesía, crea un efecto en el directo que merece la pena conocer.
Julio Castro – la República Cultural.es