Fuente: http://www.ritmosxxi.com/sylvia-plath-poesia-tenida-sentimiento-tragico-12897.htm
Sylvia Plath es una de las poetisas con más renombre del siglo XX. Su biografía es mundialmente conocida por su suicidio, que tiñe casi toda la obra de un sentimiento trágico. Pero hay otros aspectos en su biografía que cabe mencionar para este comentario a su obra en relación con un poema escogido que no es otro que Últimas palabras.
Nacida en Boston, desde pequeña ya mostró su audacia literaria con la publicación de su primer poema a la edad de ocho años. Por esa época su padre Otto morirá, lo cual marcará toda la trayectoria de su obra y su vida. Al comenzar la universidad tuvo su primer intento de suicidio, y posteriormente recibió la beca Fulbright después de su rehabilitación en un centro psiquiátrico. Partirá a Cambridge donde conocerá a su posterior marido y poeta Ted Hughes, el cual consiguió eclipsar a la protagonista de este texto y aprovecharse de ella para él poder escribir y vivir una vida llena de excesos. Tras dos años de matrimonio, se separaron por la infidelidad de Hughes con Assia, dejando a Plath sola con sus dos hijos, lo cual será la cumbre de un episodio casi traumático y Sylvia acabará con su vida en el invierno de 1963.
Muchos son los análisis que hay sobre la vida de la protagonista y con los años se ha llegado a la conclusión de que Sylvia sufría un trastorno bipolar, pero aún así y dejando a un lado los análisis biográficos, su obra es incluso más potente que su vida.
Últimas palabras es un buen poema para que, por su análisis, podamos conocer mejor la poética de Plath. Pertenece al poemario el Coloso publicado en 1960. Desde el título encontramos ese deseo de confesión con sus "últimas palabras", que es la confesión del deseo de suicidio. A Sylvia con los años se la relacionó con la literatura confesional, la poesía de la desnudez del yo interno y doloroso. Pues como decíamos, estas últimas palabras nos desvelan el deseo de la muerte visto en la imagen que plantea del sarcófago, las vendas con las que la envolverán para enterrarla, y su cuerpo ya frío.
Siguiendo con la imagen del cuerpo, es interesante como Plath es capaz de salirse de él, y presentarse como la voz de un suceso inevitable, profeta de lo que ocurrirá tras su muerte en: "véolos ya; los pálidos distantes rostros (...) se preguntarán si tuve importancia (...) me envolverán en vendas". De esta forma Sylvia en el poema nos habla como si fuese un ángel que todo lo ve desde el cielo, incluso hace alusión a los dioses y a Ishtar con la cual llega a compararse. La figura de Ishtar es realmente interesante, ya que es la diosa babilónica del amor, de la vida y de la fertilidad, asociada primordialmente con la sexualidad y la prostitución sagrada. Si creemos que es relevante es porque esta diosa engloba la imagen de mujer buena, amante y la imagen de mujer fatal, cortesana. Es una dualidad que Sylvia utiliza en sus poemas, como vemos también en este, crea la imagen de su muerte entre flores, pero también entre cacharros, una imagen celestial mezclada con lo cotidiano, además despreciado. Este paralelismo entre cielo y tierra no sólo lo vemos, como hemos dicho ya, en el cuerpo muerto de Sylvia en la tierra y su voz ya mezclada con los dioses, sino en las imágenes que ella poetiza, como la idea de Sarcófago utilizado en el antiguo Egipto para enterrar a los faraones, además en la tradición a estos faraones se les enterraba con joyas para que las conservasen en su más allá, y es cuando Sylvia no olvida su vida trágica, sino que quiere conservarla metiendo sus cacharros con ella en el ataúd.
Otro aspecto interesante es la fragmentación de su cuerpo, el cómo se ve ella, que alude a esa fractura entre imagen y realidad. Esto lo vemos en: "Mi espejo se empaña: y no reflejará ya nada" o en las continua alusión a trozos de su cuerpo, pero no a ella entera como en "huye como vapor en mis sueños, por la boca o los ojos" "en mis manos" "las suelas de mis pies" "los ojos azules". El que no refleje ya nada su cuerpo tiene que ver con la muerte, el vacío ante esta, como lo vemos en la metáfora del abandono del cuerpo por el espíritu: "No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños, por la boca o los ojos" pero también tiene que ver con el que ella no quiera verse en este, porque se ve una mujer fragmentada, rota interiormente, que no es capaz de ver el todo, sino las partes y huir con su espíritu a un lugar donde el dolor desaparezca: el cielo.
También hay que hacer alusión a: "Imagínalos huérfanos como los primero dioses de padre y madre" es una frase que alude a la muerte de su padre, que la dejó tan marcada desde la infancia, y ese dolor que ella sufrió se lo imagina en la gente terrenal, para que vean lo que ella tuvo que soportar y por ello dice seguidamente: "se preguntarán si tuve importancia" se preguntarán si ese dolor era tan importante para su futura muerte como para seguir adelante.
Además, y haciendo un paréntesis, el poema nos ha recordado, aunque no sé si de forma autorizada, a la imagen del cuadro de Ofelia de Millais (1852) en el que se nos presenta esa imagen de mujer muerta con un rostro angelical, que hace referencia a la Ofelia de Shakespeare que muere ante el dolor de la muerte de su padre y ante el desamor de Hamlet. Puede parecer baladí, pero esta imagen coincide con la imagen de Sylvia Plath en su sarcófago rodeada de flores y cacharros, y ante el dolor de su padre y el desamor de su marido Ted Hughes.
La fuerza trágica que conlleva el poema hace que la muerte invada al espectador con imágenes casi reales, y nos lleva a pensar en el grado de importancia de esta poetisa, al margen de su muerte, con una poesía arrolladora, que se lleva la vida por delante, y nos deja el vacío en los labios. Sylvia consiguió su propósito, pero nos dejó una gran literatura bajo sus pies.
Últimas palabras
No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas listas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. Véolos
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
Ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
Imagínolos huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia
¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar!
Mi espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
Las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.
No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. No puedo impedírselo.
Un día se irá para no volver. Así no son las cosas.
Permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. Ronronean casi.
Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. Déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,
que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aulentes.
Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
Conocerme a mí misma. Seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Ishtar.
Paula López Montero