Fuente: https://www.abc.es/opinion/salvador-sostres-soledad-arrepentida-fuerza-20250130151842-nt.html
Es un dolor desdibujado, irreal, persistente, destructor, de herida no sangrienta porque no se concreta
El verso completo es: «Como un paquete de soledades arrepentidas de su propia fuerza», de Vicente Huidobro. Esta soledad profunda que nace de relacionarse no con las cosas y las personas, sino con su idea. No con mis sentimientos, sino con mi deber de tenerlos según mi concepción del mundo y de mi lugar en él. Ahí está mi monstruosidad y la esperanza.
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No siento nada que no esté ordenado por un pensamiento, por una directriz clara y concreta de mi convencimiento sobre cómo este sentimiento tiene que ser. Lo que mucha gente no entiende de mí es que no cambio de sentimiento sino de idea y el afecto y el desafecto son sólo terminales, daños colaterales como por los que las bandas terroristas se disculpan a veces. Nunca o casi nunca me he relacionado directamente con un sentimiento. Digo «casi nunca» porque dudo de algunos aspectos en la relación con mi hija, pero ni siquiera estoy seguro de poder decir que estos aspectos son reales y podría muy bien ser que mi idea sobre ser un buen padre, que incluye tener sentimientos automáticos y no sólo reflexivos, me haya condicionado el entendimiento hasta el punto de haberme hecho creer que los tengo.
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En lo demás todo es racional, no calculado pero sí pensado, no oportunista pero sí diseccionado, no planteado en términos de ganancia o pérdida pero sí de una lógica férrea, fría, sustituible por otra lógica pero no por un impulso. Ahí está la brutalidad de fondo que me hace inmune al vínculo estrictamente emotivo si no está respaldado por una idea; y la facilidad para levantar un muro de acero y desprecio entre mi vida y algunas personas o maneras de interactuar con ellas cuando en mi cerebro pasan a ocupar un lugar distinto. Mi soledad se arrepiente entonces de su propia fuerza, mi soledad empaquetada y culpable de su inteligencia. Es un arrepentimiento superficial, insincero, que nunca toma las riendas pero ahí está y me avergüenza y me duele y cuando estoy débil me perturba y me da miedo porque pienso que ni queriendo podría contener a la bestia si algún día se levantara contra lo que más íntimamente pienso que soy en este momento.
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Es un dolor desdibujado, irreal, persistente, destructor, de herida no sangrienta porque no se concreta pero no por ello me tortura menos. Es un dolor compensado por la esperanza porque las ideas son más fuertes que las emociones y somos más resistentes y protegemos mejor el castillo los que pensamos que los que sólo sentís, y las emociones se derrumban siempre y la idea perdura más allá del agotamiento y el destello y solo en el centro de mi soledad descarnada mantengo encendida la temblorosa, milagrosa luz cuando los enamorados y los desenamorados, los emotivos y los sensibles se han marchado ya para reinventarse, rehacer sus vidas, ¡Tenemos derecho a ser felices!, dejándolo por supuesto todo a oscuras.
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Por Salvador Sostres