Fuente: http://letralia.com/ciudad-letralia/fechado-en-panama/2017/02/04/vuelve-bolano-o-nunca-se-fue/
El título refleja a su autor, le retrata de pies a cabeza: su espíritu, la ciencia y ficción de sus intuiciones primarias. Roberto Bolaño, el narrador de los poetas, se sigue despidiendo y la editorial Alfaguara cosechando estos primeros frutos de un autor que partió en su tardía gloria, haciéndonos señas desde su última nave vikinga en el Mediterráneo.
Palabras y cenizas, la mar, la mar, retorna en cuerpo y alma el autor de Los detectives salvajes con los antecedentes de su más representativa obra, según anuncia la editorial que le promueve. (El libro del mundo iniciático de poetas que convierten la vida en arte y viceversa, en un México relatado extraordinariamente). Un universo vital que han vivido muchos poetas jóvenes en distintas latitudes, cofradías, clubes, universidades, talleres, parques, barrios, ciudades, buhardillas, sótanos, casas, sociedades secretas que enfrentan el mundo con las armas de su poesía, su palabra maldita, que intenta hacer estallar el establecimiento, la cultura oficial, porque la poesía nace de una espiga oscura que el trigo convierte en poema. (¿Asaltantes de la realidad oficial?).
Un autor vital
Quizás sea el autor con la mayor obra póstuma de todos los tiempos y nos da la impresión de que su historia literaria no tuviera fin. Se reproduce literalmente hablando como un conejo en el sombrero de un mago.
Hoy la gloria de Bolaño es para su literatura y sus herederos, para fortuna de sus nuevos lectores, sobre todo los jóvenes que quieren iniciarse en este inefable mundo de la escritura y la palabra.
Bolaño siempre vivió a contrapelo de su propia existencia, en la precariedad económica, y tuvo que recurrir a un negocito de bisutería, a la venta de estas joyitas “de mentira”, fantasía pura, que permiten nada más que la sobrevivencia, y también se ganó la vida como cuidador de un parque y esos concursos providenciales de las provincias españolas. Todo este arte de birlibirloque contribuyó a su mito posteriormente, el Bolaño al borde del precipicio, pero lo que le distinguió, como a Borges, Neruda, Vallejo, García Márquez, fue su propio mundo literario, su obsesión, tenacidad, certeza de lo que estaba escribiendo y hacia dónde iba su mundo literario. Esa fue su mayor arma.
Todos vamos en nuestro propio laberinto; sus no certezas, tanteos de ciego, fueron una boutade tras boutade, y me refiero a Borges, uno de sus maestros, un gran constructor de mitos.
Lo importante es que supo mezclar su mundo vital con las lecturas e imaginación, ingredientes claves para hacer una literatura “trascendente”, interesante, original, personal y que sea interpretada y aceptada por un público universal. El novelista se vio en la realidad y la realidad en el espejo de muchos.
El espíritu de la ciencia-ficción
Bisagra de dos siglos, puente hacia el futuro
Hoy la gloria de Bolaño es para su literatura y sus herederos, para fortuna de sus nuevos lectores, sobre todo los jóvenes que quieren iniciarse en este inefable mundo de la escritura y la palabra.
Por comentarios publicitarios, de solapa, comerciales, sabemos que El espíritu de la ciencia-ficción es una obra anclada en su trama de los 70, una especie de adolescencia de Los detectives salvajes, un punto de partida que pondría su pie en el acelerador y ventilador de la nueva narrativa de Latinoamérica, la novela que cerró y abrió el siglo XXI, tendió un verdadero puente hacia el futuro. Bolaño daba la impresión de agobio, exigencia y urgencia notoria de concluir la obra y subir un escalón que sólo el destino había registrado en su bitácora, pero que él intuía con una gran claridad. Descubrir el mundo de la escritura e irrumpir en la inocencia de una virginidad ya perdida.
Esta novela, El espíritu de la ciencia-ficción, comenzó a escribirla a inicios de los 80 y todo indica que la cerró el 84. ¿Autobiográfica? ¿Iniciática? ¿Un acto de fidelidad con el oficio visceral de la literatura? Poesía, amistad, vida, obsesiones, el pulso de un escritor que sudaba literatura. Bolaño monologaba con la noche y las palabras, Borges con las sombras de una oscuridad insalvable, pero sobre todo con Bioy Casares, un ficcionador como él.
No por nada sostenía, en una de sus cartas al novelista Porta, “aunque en el pulso se me rompan los tendones”, en clara advertencia de que ponía su hígado en el proceso literario de turno y en especial esta novela que le quitaba el sueño, al parecer, por esos días iniciáticos. Así fue con su vida, que le acompañó hasta los 50 años, implacable, no se dio tregua, y quería tal vez saltar un muro de silencio casi insalvable.
¿Enfermo de las palabras, la vivencia extrema?
Ante su devastadora enfermedad, nunca detuvo su escritura, no dejó de sumergirse en sus personajes, escenarios, obsesiones definitivamente, todo aquello que hace a un escritor vivir sus tantas realidades bajo su propio caleidoscopio e intuiciones.
Un mensaje para los futuros escritores digitales, a los que les pica la mano por publicar lo primero que les viene a la cabeza, la genialidad del instante esa que viaja en la red, diría Manrique, que es el morir.
Lo que no sabemos es que si Bolaño viviera hubiese publicado este primer espíritu ficcionador, porque definitivamente congeló ese proyecto y privilegió otros. Sin duda, su edición es una manera de seguir y trazar su itinerario completo de escritor, descubrir sus costuras, desvelos, acentos y tensiones. Era un hombre riguroso, detallista, obsesivo con su obra. Tal vez la guardaba como un ejercicio necesario, un antecedente virtuoso, esa antesala de una gran obra que está en mente. La literatura no deja de ser un ejercicio, búsqueda, inagotable sed en pleno ajetreo literario. Ahora sabemos que la cerró como un capítulo importante de lo que vendría a entregarnos como sus obras maestras, su impronta definitiva.
Vuelve, entonces, el pos-Bolaño en una de sus tantas versiones. No dejará de ser, en nuestra opinión, un escritor importante, como bisagra y tránsito de la literatura de habla hispana del siglo XX al XXI. Es, además, un personaje fuera y dentro de su obra, y no necesita ni a la ciencia ni a la ficción, sino a su presencia real, porque está en cuerpo y espíritu en cada uno de sus textos.
Hay que ir a la obra para indagar sobre los pasos de estos jóvenes adolescentes, detectives salvajes, enterarnos de sus peripecias, en suma, de sus vidas y complicidades en el DF, el territorio urbano de sus hazañas, sueños y vidas.
¿Un autor que ha sabido permanecer en un estado de eterna juventud? Son tantas las interrogantes en un escritor de la complejidad de Bolaño, que disparar una pregunta es una manera de cuestionarnos su obra de alguna manera. Así se nos presentó desde el fondo de su ordenador y ahora en un manuscrito como este, pequeña caja de Pandora.
Bolaño en el quirófano
Sólo queda disfrutarlo o indagar su obra como un verdadero detective, pensando que tiene inevitablemente un caso de la vida personal de un escritor convertido en literatura en vida y muerte. Los mitos terminan siendo diseccionados en el quirófano de los críticos, lectores y otros autores. Este caso no es diferente: examinar al propio detective, descubrir sus huellas, todas las pistas posibles para convertirlo en un verdadero caso.
En la arena de lo nuevo, su espiral ascendente no se detiene. En un grupo de 50 escritores contemporáneos, 2666 se ubica como la obra prima, no sólo de Bolaño, sino la mejor del idioma español en los últimos 25 años.
Un reconocimiento a la altura de una leyenda que se mueve por el DF, Sinaloa, Blanes, Europa, el Sur de Chile y su región central, y además rejuvenecido por las aguas del Mediterráneo, que lo recibió como un hijo meritorio del Mapocho.
Lo recomendable es leer, sin el peso de la crítica, la obra de un autor que sabía lo que estaba haciendo.
Los detectives salvajes ocupa un glorioso tercer lugar en esta lista, donde aparecen autores como Vargas Llosa, Javier Marías, Vila Matas, Javier Cercas, José Saer, Fernando Vallejo, Diamela Eltit, entre otros autores contemporáneos.
Bolaño murió con las botas puestas revisando hasta el fin de sus días su monumental obra, una herencia para sus hijos, pensaba e ingresaba a la historia de la literatura universal. Se fue con su acento español, vivencias mexicanas, pero nunca dejó de ser, aunque no se diera cuenta él mismo, chileno, un inconfundible chileno con su humor, ironía, tragedia, precariedad, insomnio y el ataúd viviente de su larga, angosta y loca geografía que le vio nacer entre terremotos y paisajes deslumbrantes de otros planetas. Y finalmente lo expulsó por su propio desencanto.
La isla de Los detectives salvajes
Estas encuestas arbitrarias, verdaderas carreras hípicas, tienen la validez de un ejercicio especializado, pero lo recomendable es leer, sin el peso de la crítica, la obra de un autor que sabía lo que estaba haciendo y, en homenaje a sus desvelos, debemos leerlo con pasión, sin más distracción que la propia historia que nos relata. Así lo leía una mujer en una isla, absorta, detenida en su palabra, fugada de cualquier otra realidad que no fueran esas páginas, en espera de una avioneta que la trasladaría lejos de sí misma. La isla mecía sus páginas en el interior de su imaginación, las manos que las sostenían, como le hubiese gustado a Bolaño, pensé días después. Allí, anclada con sus largas piernas, en un murito de la terminal aérea, sin estar más que dentro de esas páginas con sus cinco sentidos, la tarde era de una lenta espera.
Lo relato y describo como si hubiese visto esa escena, ensimismada subrayando cada página en coautoría con el mismo Bolaño, con quien dialogaba y la suave brisa de la isla cumplía con el mayor de los silencios nunca escuchado.
Lo real es que Bolaño pareciera seguir escribiendo desde el más allá: 8 títulos nuevos después que bajó el telón definitivamente hace 13 años. Poeta anarquista, novelista imaginativo, curioso, inconformista, polemista incómodo, vivió una suerte de orfandad patria, como diversos escritores chilenos y latinoamericanos, convertidos en diáspora.
Hizo su historia en el DF y Blanes, una zona costera, la entrada de la Costa Brava española. Se fue a vivir frente al mar, como Neruda, Huidobro y Parra, tres de los más reconocidos e influyentes poetas chilenos.
Tan chileno como el cochayuyo
Polemizaba con sus pares chilenos casi como un acto reflejo y no dejó de hacer sombra con la larga y angosta faja de tierra, que fue su patria de origen, mas no de afectos, aunque en su imaginario real la poética chilena no dejó de zumbar en sus oídos y conciencia de poeta hasta el final de sus días. Le quedó difícil la poesía, en un país de grandes poetas. Lihn en un principio lo rechazó y después recapacitó, pero aun así la poesía chilena no tiene las fronteras de Bolaño.
Nadie puede negar —ni el mismo Bolaño— que, poéticamente hablando, forma parte de la tradición chilena y es de donde viene inevitablemente, este insaciable lector borgeano. Chile fue “la bestia negra”, que duplicaba sus contradicciones, desafectos y defectos, sus sueños ocultos y anarquía visceral. Pocos escritores chilenos le defendieron, en medio de sus continuas polémicas con sus pares. No estaba destinado a sólo mirar o ver pasar el paisaje delante de sus ojos. Su rebeldía superó sus años mozos y la mostró hasta el final de sus días.
Este último manuscrito muestra el andamiaje de su escritura, el alpinismo verbal de su palabra, el idioma que oculta desvelos y las noches que arrastran sueños inconfesables.
La influencia de sus lecturas, los años vividos, las experiencias que pasan a ser parte esencial de la literatura, su correspondencia con escritores chilenos, motivaciones, su innegable y legítima obsesión por Chile, apuntan a una cierta oculta evidencia de su chilenidad. El golpe de Estado, como a tantos chilenos, lo marcó, más allá de esa visión mítica que depositaron sobre sus hombros quienes le vinculan con un personaje que se salvó de milagro tras esos eventos indignos de la historia de Chile. Allí comenzó a rodar el mito Bolaño, cuando a Chile le sobraban los héroes y las tragedias. Supo construir su propia historia en paralelo con su escritura, lo único que termina sirviéndole a un autor. Muchos critican el yo inmenso de Neruda, pero los narradores suelen ocultarlo aparentemente transformándose ellos mismos en personajes de sus novelas. La novela está totalmente contaminada de prosa, poesía, realidad-ficción, de sí misma, en un constante contrapunto que la navega en su eterna sobrevivencia y camaleoneo.
La patria son mis hijos, dijo alguna vez, aunque puso atención a los poetas chilenos —Parra, Lihn, Teillier, entre otros—, a la dictadura chilena, y se obsesionó un tanto con Neruda, como con sus maestros: Borges y el antipoeta, al que Bolaño resucitó con “su creciente fama española”, cuando disfrutaba de sus cuarteles de invierno. Parra reconoció el gesto, lo calificó de príncipe cuando murió y lo despidió con versos de Shakespeare alusivos a Hamlet.
Del Mapocho al Mediterráneo
Vivió, sobrevivió a una gloria pasajera, pero alcanzó a sentir el viento tenaz y el olor inconfundible de la popularidad entre sus pares y seguidores. Había ganado también dos prestigiosos premios, sepultando su dilatado pasado marginal, y le ponía cara al gran movimiento literario latinoamericano llamado boom. Abandonó Sevilla, en su última presentación internacional, como un general romano victorioso, con la desbordante gloria alcanzada a pulso en sus eternas batallas.
Bolaño había hecho un corte a partir de Los detectives salvajes, el boom y él no congeniaron, a pesar de su admiración por Cortázar, pero siempre devoto de Borges y otros argentinos, no puede desconocer influencias y tampoco podemos olvidar que fue un rupturista y aperturista generacional.
Encaró la vida y la muerte, más allá de todo oficio o manera de ser e instalarse en este mundo. Este último manuscrito muestra el andamiaje de su escritura, el alpinismo verbal de su palabra, el idioma que oculta desvelos y las noches que arrastran sueños inconfesables.
Alguien teclea, pulsa vocales y consonantes, donde ya no llegan nuestras palabras dormidas en algún último amanecer. Es un rumor extraño, el cuerpo de la amante inexistente o a punto de partir como si nunca hubiese querido llegar. Así las palabras sorprenden con su amanecer tibio, nuevo, inevitable.
Bolaño, poco antes de viajar eternamente por el Mediterráneo, dijo, premonitoriamente sin saberlo, quizás: “El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio. Esa es nuestra suerte”. Neruda, el poeta que le fascinó con su lectura de Residencia en la Tierra y que un psicomago años más tarde le convenció en México de que el gran poeta era Nicanor Parra, vaticinó palabras de vidente para Bolaño: Me seguiré viviendo.
Rolando Gabrielli