Fuente: levante-emv.com/
Quien se asome a las palabras de Lorenzo Oliván verá la luz que se alimenta de la sombra; atravesará las grietas que abre una poesía capaz de estar en el ramaje y en las raíces. Una luz compleja, más ardua, que permite «ver» lo que la realidad tiene de visible e invisible.
Su capacidad de perforación y finura permite una incursión en la zona secreta de lo que está presente. Un libro descollante de poesía que incumbe.
La materia esencial de la poesía es siempre lo secreto, es decir, aquello que no termina nunca de coincidir con lo que aparece, aun cuando está en lo que aparece. De ningún modo es una materia ajena, pues, a la realidad. De hecho, la realidad funciona como marco inevitable de la poesía, tanto en un sentido amplio
y así incluye a la que se tiene por poesía más conscientemente verbal como en uno más concreto, el que se hace efectivo cuando lo real es fuente reconocible de asuntos para el poema.
De todos modos, en función del énfasis o del punto de vista dado en cada poeta, las actitudes susceptibles de ser adoptadas son diversas. En un extremo se situaría una poesía, digamos, de la superficie, ocupada en contactar con las capas más asequibles de la realidad, y en el extremo opuesto una poesía, digamos, del núcleo oscuro, interesada en lo profundo, en el buceo hacia un supuesto centro real de máxima gravitación. Ambas atesoran virtudes. Y ambas se enfrentan a peligros: la primera, al peligro del realismo romo; la segunda, al del hermetismo ineficaz por saturado.
A lo largo de su trayectoria una de las más sólidas del actual panorama poético, asentada sobre varios libros de aforismos, cuatro libros de poemas, una excelente labor de traducción y el reconocimiento de premios de prestigio Lorenzo Oliván ha eludido la polaridad citada en beneficio de una poética donde quedan entrelazados el pensamiento y la visión. Sin renunciar al anudamiento explícito a lo real manifiesto, ha sabido introducir una sonda inteligible en la oscuridad de lo que se ve. En sus aforismos y en sus poemas, lo percibido por el ojo nutre de inmediato al pensar, que entonces ve otra vez, pero siendo ahora lo visualizado rasgos o trazas de las vísceras o el esqueleto que sostienen a lo evidente.
En esta su quinta entrega, Nocturno casi, Oliván depura su mirada y la lleva a un punto de magnífico equilibrio. Muy experimentado en la dialéctica de lo expuesto y lo escondido, logra una mezcla óptima entre la claridad habitable y el hermetismo, por él administrado más como tinte que como textura. Hermetismo, por otra parte, que no resulta de premeditación alguna sino más bien de meditación. El trabajo del pensamiento produce en esta poesía, por exigencia natural, enfoques exentos de cualquier obviedad, abordajes limpios pero teñidos en su desarrollo por la tintura que va segregando un análisis lírico capaz de levantar capas o abrir rendijas imprevistas.
Entiende Oliván que la poesía gracias a su capacidad de perforación y finura, gracias a su sutilidad, mediante la cual se filtra como agua desveladora tiene el deber de penetrar hasta el hueso de las cosas («Anclaje») y, una vez allí, hacer seguro nuestro vínculo con lo real. De ahí que el tránsito hacia ese anclaje tránsito que no es sino el poema adquiera las características de una incursión en la zona secreta de lo que está presente. A la luz más fácil («La noche a tientas»), la de lo palmario donde nos demoramos, se le contrapone la luz más difícil, la oscuridad que es sustrato nuestro y de las cosas, la que debe ser conquistada también por la poesía si quiere dar cumplimiento a su empeño de estar en el ramaje y en las raíces. Así, el título del libro se esclarece. No encierra ninguna sinonimia con lo crepuscular o triste, sino una referencia a la luz compleja y pensada, a una luz más ardua, la que posibilita el acceso a la comprensión poética de la realidad en lo que ésta tiene de visible e invisible.
Oliván ha organizado el libro de manera sumamente lúcida. Ha dispuesto sus cargas con gran sentido. Nos va llevando desde la conciencia de un yo despierto y a la vez doliente hasta los poemas de la segunda sección, los más numerosos, donde oscila el péndulo de la superficie y el fondo, de la posición y la perspectiva, de la identidad y la erosión, del amor y la pérdida. Y ya en la tercera parte, nos reserva preparada por poemas rotundos como Cuerpos, I, Contra ese fondo, Estatua interna o Visión de un sol de invierno la vuelta de tuerca del último poema, que abrocha el libro con el reconocimiento afilado aunque sereno del reverso definitivo: la mortalidad. «Lo hondo», esta composición de cierre, es una pieza con todas las condiciones para perdurar, un poema antológico, pleno de gravedad metafísica y extraña ligereza.
He aquí un libro descollante, de gran poesía. Nocturno casi consigue, además, incumbirnos mediante versos nítidos, de pulida precisión, tensionados con exactitud en su música y en su idea. Un conjunto de poemas que abren una grieta y la grieta es imagen importante en éla la que vale la pena asomarse. Quien lo haga verá la luz que se alimenta de la sombra.
POR ANTONIO CABRERA