Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/01/babelia/1470046845_387632.html
Desde la publicación de Pedregal en 1971 hasta su muerte, César Simón (Valencia, 1932-1997) fue un escritor de presencia discontinua, casi solo latente, cuyos libros no le abrieron las puertas de la inmensa minoría juanramoniana, pero sí las del tabernáculo donde su obra fue convirtiéndose en objeto de culto de unos pocos poetas y lectores.
No le ayudó a romper ese cerco su aparición tardía; tampoco su lenguaje seco, ni su escritura absorta. En su madurez, la poesía compartió espacio con los dietarios, en los que contiene la respiración para escuchar el secreto del mundo y sentirse vivir, tarea que alguna vez definió como “estar alto, lejos, oculto y desdoblado”.
Nos llega ahora su Poesía completa, de cuya edición se ha encargado el también poeta Vicente Gallego, que compone una introducción inflamada de fervor encomiástico. Para ahorrarse la información enmarcadora que precisaría el lector nuevo, remite a otros trabajos antológicos suyos, y deja la bibliografía final en otras manos, con algunos desajustes evitables (prólogo y bibliografía no coinciden, por ejemplo, en la fecha de edición de su primer libro).
Se excluye con buen criterio Siciliana, que en su día se integró en una colección poética, pues sus prosas se acomodan más a la de dietarios como Perros ahorcados (1997) y En nombre de nada (1998). En este último afirma Simón que no le interesa el lenguaje proposicional; solo “el de la pasión, la exclamación y la duda, y el de la invocación. Y el del silencio”. La postulación del silencio es recurrente en este autor más abstraído que concentrado, paralizado por el estupor más que por la emoción, contemplador sin contemplaciones, y creador de una poesía con la retórica pegada al hueso, áspera como el esparto, dura como el pedernal, enjuta, luminosa, contenida y ascética. (No sé si él hubiera asentido a esta caracterización, pero su verbalización probablemente le hubiera resultado pringosa por la acumulación de adjetivos, a los que era reacio).
Una belleza de secano
Su estilo bebe en Azorín, capaz de plasmar lo esencial en lo concreto, pero rehúye a Miró, demasiado buen escritor, pues “se revuelca y nos revuelca en la belleza”, que le incomodaba si era explícita en exceso: “Creo, ya lo habré dicho, en la belleza / mas no entendida carnalmente. / Creo, con fiebre y con ardor, / en nada”. El poema ‘Vacío’, de El jardín (1997), expresa su concepto de una hermosura pobre y como de secano, pero también su nadismo (¿de estirpe molinosista?), donde el no saber y la nada se asientan en el lugar en que suele invocarse religiosamente al verbo: “Este hermetismo de la vida / en el silencio se revela. [...] Así, los pasos se deslizan / suaves y lentos, y se acercan / a la sagrada comunión / vacía”.
El volumen incorpora el inédito El pretexto y el fervor, sobre una historia amorosa con desenlace. Fruto de las reservas que le expusieron Gallego y otros íntimos cuando solicitó su juicio, decidió prescindir de los poemas más anecdóticos o narrativos. El tiempo le impidió efectuar la poda, y ha sido Vicente Gallego quien, atendiendo a sus instrucciones, ha reducido aquellas 62 composiciones a la mitad. Aun así, el libro parece poesía muy de diario para quien viene de leer el que lo antecede, El jardín, donde César Simón hace cuentas definitivas con la muerte.
Bienvenida sea esta Poesía completa de un autor de la cuerda artística de un Montale, un Tàpies, un Robayna. Su lectura me ha suscitado el enigma de cómo un poeta físico, que habla de la naturaleza de las cosas que pueblan un universo inmanente, puede provocar, sin embargo, una sed de trascendencia como la que sentimos al entrar en sus versos.
Poesía completa. César Simón. Edición de Vicente Gallego. Pre-Textos. Valencia, 2016. 456 páginas. 30 euros
ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA