Fuente: http://www.cuartopoder.es/opiodelpueblo/2015/12/20/poetas-no-escogidos/751
Hace unos días salió en una revista literaria una selección con los diez mejores poetas españoles del momento. No fue algo demasiado grave porque cualquier otra revista iba a sacar otros diez completamente distintos media hora después.
No digo que la antología estuviera mal hecha, más bien todavía me resisto a creer que la poesía sea cosa de un momento y, peor aún, un deporte. En caso de que el deporte escogido fuese fútbol, faltaría al menos un poeta para hacer de portero, sin contar los suplentes.
Más bien sospecho que esa manía de hacer listas más bien tontas, de reunir poetas por ganaderías como si fuesen surtidos de pastas para la merienda, proviene de la abundancia de bardos que abarrota el ecosistema literario hispánico, una tradición que ya nos viene de lejos. “España, tierra de poetas,”escribió hace muchos años en Tiempos tremendos Paco García Prados, uno de los grandes olvidados en cualquier recopilación de los últimos tiempos. A bote pronto, entre los poetas no escogidos que podrían nutrir sin el menor problema dicha selección, hay al menos otros cuatro que acaban de sacar un libro a la calle: Juan Antonio Marín, Agustín Fernández Mallo, Juan Manuel Navas y Álvaro Muñoz Robledano.
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Portada de ‘La carne en calma’, de Juan Manuel Navas. / amargordediciones.es
Los dos últimos han salido en la colección Avena Loca, de la editorial Amargord, un proyecto personal de otro gran nombre casi siempre relegado que también podría mejorar cualquier antología: Jesús Urceloy. Distan trece años entre el anterior libro publicado por Navas, El cáncer de las mariposas, y esta nueva entrega, La carne en calma; y nueve entre Salvoconductos, último poemario oficial de Álvaro Muñoz Robledano, y Clus, su más reciente entrega. Esta demora, apenas aliviada por algunos textos sueltos publicados en revistas o en blogs de internet (Muñoz Robledano también publicó nueve breves poemas en un proyecto solidario de Luis Felipe Comendador: Cuaderno de falsos viajes), dice mucho de la exigencia ética y estética de ambos.
Lo que resultará curioso, al menos a los pocos afortunados lectores que los conozcan, es que los dos poemarios muestran una evolución sorprendente y sorprendentemente contradictoria con sus propios principios. Navas ha ido de la oscuridad a la luz y Robledano ha emprendido la trayectoria opuesta. Mientras El cáncer de las mariposas resultaba un libro casi impenetrable por la tensión de sus versículos (las citas de Rilke y de Saint-John Perse ya lo advertían), La carne en calma supone una apertura hacia la claridad, una bitácora de viaje donde el dolor personal se vislumbra a través de un cristal translúcido:
deambulo entre los hogares que he creado
y allí están mis manos y mis hijos
preguntándome quién soy
quién, tú, viajero sin maletas
que vienes a pintar árboles en nuestros
cuadernos blancos,
de dónde sacas todos esos lápices de colores,
dónde los guardas cada noche
antes de dormir inquieto como un condenado
quién, tú, pájaro sin anillos
que con mimo preparas nuestra cena,
forma sagrada,
con qué animales recién sacrificados,
en qué cazuelas que lavas y lavas
hasta que tus manos son sólo sangre,
hasta que tus hijos somos
tu hogar abandonado
Aunque la transparencia nunca ha sido el fuerte de Álvaro Muñoz Robledano, hay mucha distancia entre los poemas de Salvoconductos y los de Clus, que se anuncia, ya desde el título, como un libro cerrado. La nomenclatura alude al trobar clus, esa variedad de la poesía occitana -opuesta al trobar leus– que se traduce en una poesía dura, densa y áspera. Robledano ha quintaesenciado su lenguaje, ha borrado pistas y huellas, ha adelgazado el sentido hasta el límite. Sin embargo, al revés de lo que podría suponerse, no se trata de un ejercicio de narcisismo, ese defecto de fábrica de tantos vates, sino, una vez más, de una mirada hacia el ágora, una tentativa de mostrar lo que no se dice y de dar voz a los que no la tienen. Sólo que, en lugar de ejercer de ventrílocuo, de recurrir a la técnica, de engolar o desfigurar el lenguaje, Robledano se ha dejado habitar por el espíritu mismo del logos, una práctica ancestral que no anda muy lejos del chamán, del balbuceo del mendigo desquiciado en los soportales, del canto de la sibila. No veo otra manera de leer un poema como ‘En un manual de interpretación del tarot se encuentran las nuevas consignas del proletariado’:
ahorcados del mundo
evitad vuestra carta
o invertidla sin luz
que os delate que os hable
de vuestra condición
Ya escribí una vez, a propósito de Cuartel de invierno, que Alvaro Muñoz Robledano, más que un poeta social, es un poeta civil. El último que nos va quedando.
DAVID TORRES