Fuente: http://www.diariodeleon.es/noticias/filandon/palabra-sea-alumbramiento_1044146.html
En 2004 publicaba el poeta canario Andrés Sánchez Robayna su poesía completa con el título En el cuerpo del mundo, que abarcaba su obra entre 1970 y 2002. En el largo epílogo con que se cerraba, proponía el poeta una alta misión para la poesía: «su esencial trabajo de esperanza..., el supremo testimonio espiritual de la búsqueda de una reconciliación del hombre consigo mismo y con la muerte..., la religación del mundo visible y del mundo invisible».
No es pequeño el cometido para una palabra, la poética, que la sociedad consumista considera inútil. Pero Sánchez Robayna es uno de los poetas más conscientes de lo que significa hoy la poesía. Su poesía misma es una inquisición sobre el asunto; pero a ese sentido reflexivo se suma la importancia de la materialidad de la palabra en el diálogo que se establece entre el yo y el mundo físico, no para quedarse en la superficie tangible del mismo, sino para revelarlo, buscando «la palabra que sea alumbramiento». De este modo se implican el placer de los sentidos y la reflexión intelectual.
El poeta canario publica ahora Al cúmulo de octubre, una antología amplia de su obra que cubre desde los inicios de su escritura hasta su libro último, La sombra y la apariencia (2010); pero hasta llegar aquí , Robayna había recorrido un largo camino ascendente. En Clima (1979), Tinta (81) y La roca (84), los elementos materiales, la superficie visible de las cosas (olas, sol, rocas, médanos, cuerpo, etc.) contribuyen a dar entidad física a una poesía en la que lo fonológico cobra importante relieve, en una línea purista de depuración expresiva. Pero Robayna creaba ya un espacio que lo singularizará en adelante: el espacio insular en el que inscribe su visión del mundo. El paisaje isleño es el texto en el que poeta lee y el que el poeta escribe. Es un texto metafórico al que el poeta alude con frecuencia: «escritura del agua», «arenales leídos en el papel del mar», etcétera.
Eso significa que «la lengua de la tierra» está cuajada de signos; la labor del poeta es hallarles sentido, un sentido que se va espesando en los poemarios posteriores, donde las composiciones aumentan su extensión hasta dar en el poema único, aunque en fragmentos, que es El libro, tras la duna (2002), un poemario formidable en el que el ritmo de vaivén, como el oleaje, sirve a la densidad de un pensamiento poético sobre la memoria, el deseo, el mal y el lenguaje del cuerpo y del mundo.