Fuente: http://www.diariolibre.com/opinion/2015/04/18/i1106161_manuel-rueda-poesa-frontera.html
Ahora que la frontera domínico-haitiana se ha convertido en noticia de actualidad, por las tensiones políticas que allí se concentran, convendría recordar que hace ya más de medio siglo el poeta Manuel Rueda, a quien se dedica este año la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, publicó sus «Cantos de la frontera» en ese extraordinario libro titulado «La criatura terrestre» (1963).
Con versos de fuego describía entonces las vicisitudes de dos pueblos que habían sido gestados por el colonialismo europeo:
«Allí donde el Artibonito corre distribuyendo la hojarasca / hay una línea, / un fin, / una barrera de piedra oscura y clara / que infinitos soldados recorren y no cesan de guardar».
A Rueda se deben los poemas más estremecedores que se hayan escrito aquí sobre el drama humano entre haitianos y dominicanos. Su profunda conciencia de «rayano», o sea, de hombre nacido en la fronteriza provincia de Montecristi, le permitió adentrarse como nadie en el vórtice mismo de los conflictos ,y revivir el ostracismo del paraíso perdido: «Ahora estoy desterrado del Edén, sobre la roca dura, / atento a mis entrañas, / roto mi corazón en dos pedazos de odio y abandono.»
Libro tras libro, la obsesión de Rueda se repetía para describir la desolación y el olvido de un territorio inhóspito al que los gobiernos habían dado la espalda, o para poner el dedo en la llaga de la miseria y el desamparo, o para conmovernos con la descripción del horror genocida:
«Isla tronchada donde más te dolía. / Vamos a la frontera donde moran / el ave de la fábula y el amuleto /a la muralla de los ojos en blanco / y el negro asesinado / donde el hueso golpea / y el tambor / golpea / y la cabra lunada / es ofrecida en holocausto.» («Visiones de la tierra», en «Por los mares de la dama», 1976).
Rueda incluyó en el «Congregación del cuerpo único» (1989) un descarnado poema, «Visiones y elegías», sobre la masacre de haitianos ordenada por Trujillo en 1937. Es un texto en cinco partes donde el poeta describe, sin concesiones de ninguna índole, el dantesco panorama de la persecución y el exterminio, ordenados por el sátrapa en un arranque de cólera, aunque fuese una medida largamente meditada. Recorrer los versos de estas terribles visiones es como tocar una herida que no ha cicatrizado aún en la conciencia nacional y que nos retrotrae a una era de ignominia y atrocidades.
De nuevo, en «Las metamorfosis de Makandal» (1998), obra cumbre de su poesía, Rueda recrea, a través de Makandal, el personaje que Alejo Carpentier había dignificado en su novela «El reino de este mundo» (1949), toda una cosmogonía insular que hunde sus raíces en la historia, la cultura y las creencias, y que sitúa al negro como epicentro del mito. Makandal, que es a un tiempo animal-hombre, muerto-vivo, hombre-mujer, entre otras muchas encarnaciones, atraviesa todas las estancias de la vida y la muerte, poniendo al desnudo los secretos de la especie humana.
Creo que el mejor tributo que podemos rendir hoy a la memoria de ese gran artista que fue Manuel Rueda es volver la mirada hacia su obra, y releer su poesía, tan actual que parece haber sido escrita ayer mismo.