Fuente: todoliteratura.es/
En este sentido, podemos definir la poesía de Manuel García Pérez como un destello en las tinieblas por lo que tiene de indagación, de reflexión, de hondura, así sus palabras, como lascas de luz, rasgan ese tupido y negro velo que no sólo es destino indisoluble de toda vida, sino también materia oscura sobre la que descifrar su sentido primigenio y último.
Pero veamos primero su trayectoria literaria, centrada hasta ahora en los campos de la narrativa y el ensayo. Manuel García Pérez, doctor en Filología y licenciado en Antropología, ha publicado las novelas juveniles Terra d´esperits (2005), La memoria del cuervo (2010) y Rostros de tiza (2012), esta última también en Germanía, además de publicar artículos relacionados con temas docentes y de Lingüística Textual. Sin embargo, fue en la poesía donde inició su carrera literaria, ganando en 1998 el Premio Nacional Creación Joven de poesía de Murcia, y algunos de sus poemas han aparecido en diversas antologías.
Introduce el libro un inquisitivo prólogo de José Luis Zerón Huguet donde comenta algunas de las claves de la poética de Manuel García Pérez, y que nos predispone para una lectura que nos sumerge sin ambages en espacios desolados, difíciles de transitar y no obstante prodigiosos por lo que tienen de evocación y elocuencia.
En cuanto a la estructura, el poemario se divide en tres partes cuasi simétricas. En la primera, que lleva por título "Diseminaciones de la escritura", el autor define su poesía: "Esta escritura resurge/ por indelebles espacios, /es inconsistente / aunque defina cuantos vástagos de la vid/ son arrastrados por las aguas."; y da título al libro: "La luz alumbrará/ vuestros torsos como sobre los escombros". Nos hallamos ante una poesía en apariencia hermética y oscura, donde el paisaje se hace eco de la mirada y refleja el interior atormentado del poeta.
En la segunda parte, "Si no fluyeran los pájaros", el lenguaje discurre por los mismos vericuetos, he aquí una loable unidad en la manera de poetizar y filosofar sobre las cosas de la vida y su reverso. Sorprende su asombrosa y vívida capacidad descriptiva para hacer físico y patente aquello inerte, y su empleo de vocablos inusuales: gredales, varga, gerifaltes, ninfosis, etc.
La tercera parte, "Hendiduras que las serpientes habitan", reúne poemas algo más breves, pero más densos si cabe, como prolongación de un discurso violento, de una inacabable batalla entre la luz y la sombra, entre el fuego y la ceniza, pero a veces la luz también es sinónimo de renuncia, de cesura, de evanescencia.
En definitiva, Manuel García Pérez demuestra poseer una voz madurada en el silencio de la escritura y su poesía es reflejo claroscuro de una vida estoica e intensa. Una lectura estremecedora que nos pone sobre aviso de un poeta que a la manera de un Paul Celan nos recuerda que la vida es interludio procaz, rito de paso, intermitencia de la muerte abarcadora.