Fuente: abc.es/
Un libro para todas las estaciones A veces uno abre un determinado libro de poesía y, desde el comienzo, sabe que ha encontrado un tesoro. Es como cuando uno conoce a alguien y sabe que será un amigo para toda la vida.
Hay libros que, una vez leídos, te llaman, te acompañan, vuelves a ellos, hasta te los llevas a la cama. Hay libros de poesía que son libros de poesía, de los de toda la vida, no un mero ejercicio intelectual o un artificial gesto barroco, ni tampoco un deslumbramiento elitista o una narración de poliéster de la experiencia. Y estoy de suerte porque he encontrado un libro que no es una caricia, ni un artesano juego de metáforas, ni un pretexto para el lamento. Un libro que es, entre otras cosas, un puñetazo, un navajazo, un razonado programa de sinrazones, que es lo que debe ser un poema.
Hablo de un libro que empieza con acuarelas, pasa por haikus que hablan de lluvias orientales, se arriesga a cambiar de la fragilidad de la acuarela a la armadura del aguafuerte, para terminar en una sed de vida, habiéndose saciado de muerte. Es esta parte, «Sed», la que hacemos más nuestra, la que nos llevamos al trabajo, la paseamos por la ciudad y, al final, nos emborrachamos de ella. Borrachera lirica de sed seca. Y releemos «Casa de cambio», el último poema del libro, y aprendemos de una vida y de una muerte. Aquí no hay lamentos, no gritos ni llantos, es el poema un hondo y escalofriante homenaje, una celebración de la vida a través de un mundo muerto: animales disecados, esqueletos y bestias imaginadas. ¿Qué me interesarán los dinosaurios, y qué los armadillos o los cientos de raros ejemplares de otras salas? Pero vengo al Museo de Historia Natural a este lado del parque y del Atlántico, para que tú contemples por mis ojos lo que no viste cuando aún vivías.
En el libro contemplamos el mundo, la lluvia, la vida, la muerte a través de los ojos del poeta ahora que vivimos y le agradecemos que nos haga sentir que nos corre sangre por las venas. Apreciamos que la mirada del poeta, como una lluvia pertinaz, nos empape, nos penetre y nos inunde nuestra propia mirada y de esta forma ver el mundo de otra manera. La lluvia es el título del libro y ha sido editado por la Editorial Renacimiento en su legendaria colección Calle del aire. El autor: Antonio Rivero Taravillo. Un libro que tiene el agua como hilo conductor, que cala aunque uno lleve paraguas, que sacia la sed de velocidad y de agobio, un libro sereno, «oriental», lento, como una lluvia perezosa que te enriquece y te ahoga el alma. La lluvia cotidiana, que cae en utensilios domésticos, que desnuda a hermosas muchachas, que limpia un puente colgante y que ilumina uno de los mejores poemas del libro: «Muchacha en la copistería», que a mí, posiblemente por afinidad, me ha traído el recuerdo de la poesía de Kooser. Es una bendición ver cómo uno de los muchos «hats» de Rivero Taravillo, el de impecable y valioso traductor, da un soporte a su poesía, elevándola por encima de capillitas de provincias y grupos generacionales de barrio y emparentándola con nombres señeros de la poesía irlandesa, inglesa y norteamericana.
«La Lluvia» es un libro donde la razón aparece, aparentemente, empapando el corazón. No es así. Es este quien, al final, se deja oír y sentir. Uno acaba el libro serenamente emocionado, oyendo la sístole y diástole de truenos sorprendentes del lenguaje, relámpagos inolvidables de pura orfebrería de la imagen que te deja tu vida hermosamente atormentada. Un libro no solo para la temporada de lluvia. Un libro para todas las estaciones.