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La constelación intemporal: Bukowski, te están jodiendo - Ecuador

Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/cultura/carton-piedra/item/la-constelacion-intemporal-bukowski-te-estan-jodiendo.html

Desde la primera línea de Bukowski, te están jodiendo, el recurso de la interlocución, de lo que en retórica se conoce como el apóstrofe poético, da cuenta de la preocupación central de este libro: el hecho inminente de que la institución-poesía se superponga a la poesía.

Si entendemos por institución-poesía toda la parafernalia que se erige alrededor del acto poético, la voz de alarma se intensifica al evidenciarse que en esa parafernalia el poema ya no tiene cabida. El verdadero poema: Bukowski. En este nuevo libro de Pedro Gil, el inventor de Henry Hank Chinaski trasciende la figura del escritor maldito y —metonimia de por medio— se convierte en la poesía misma. Aquellos que joden a Bukowski son los que lo convocan para hacerlo desaparecer; son las voces que intentan infructuosamente disfrazar con un halo de maldad el vacío de sus textos y de sus torpes acciones: “En los bares los karaokes los night clubs/ desaliñados remedos de rockeros punks versificadores/ arman recitales cagones homenajes/ basándose en tu fama en tu nombre/ si reúnes a una docena apenas alcanza/ a rescatar un verso blando fofo/ porque no se trata de una competencia de borrachos/ porque borracho es cualquiera/ porque beben dos días citan unos versos tuyos/ arman una pelea/ dan y reciben bofetadas de niña/ buscan el reconocimiento y no la creación”.

Joder a Bukowski es joder la poesía. Pedro Gil lo interpela, lo nombra, pero no en un intento de reivindicar a un poeta duro que se defiende solo, sino porque, al hacerlo, su propio poema se alinea en ese sustrato de la palabra que es resistencia, que reniega de toda parafernalia vacía, volcada sobre sí misma. Esos seguidores de Bukowski que en rebaños tratan de ocultar la escasa recursividad de su producción, no pueden siquiera intuir lo que es vivir ese otro lado de la noche al que se refirió, en otro poema, el boliviano Jaime Sáenz.

En este libro se alude a la ausencia de la poesía, pero también se plantea la lucha del escritor por no alejarse del ámbito de lo realmente poético. Las formas del poema se amplían: este no se limita a la palabra escrita. Hacer poesía es, por ejemplo, ser alcohólico como Bukowski, pero también como Edgar Allan Poe o Marguerite Duras. Gil teje su red de afectos; nombra, dibuja sus estrellas siempre alejadas del centro. A propósito, escribe Duras: “El alcohol hace hablar. Es la espiritualidad hasta la demencia de la lógica, es la razón que intenta comprender hasta la locura por qué esta sociedad, por qué este Reino de la Injusticia... y que siempre concluye con una misma desesperación. Un borracho es a veces grosero, pero raramente obsceno. Algunas veces se encoleriza y mata. Cuando se ha bebido demasiado, se vuelve al principio del ciclo infernal de la vida, se habla de felicidad, se dice que es imposible, pero se sabe lo que quiere decir la palabra”. Estos poetas en los márgenes son atravesados por la línea que traza la constelación intemporal; imagen, esta última, que para Walter Benjamin es la única forma que puede adquirir la verdad al revelarse.
Poemas son también los dibujos de Luigi Stornaiolo que se intercalan con los textos de Pedro en Bukowski, te están jodiendo. La afinidad entre ambos parecería ser anterior a esta publicación en conjunto, parecería ser de siempre. Si la poesía de Pedro dibuja cuerpos en los límites, los dibujos de Luigi poetizan sobre los límites de los cuerpos. La intensidad expresiva de los rostros brutales siempre encuentra su extensión en esos cuerpos que no son viejos, pero sí son antiguos, cuerpos de mil trabajos, de incontables horas de sexo y de drogas. Cuerpos que se muestran desde el gasto en la economía del deseo: como la figura del hombre que sostiene con los dedos de su mano derecha el bolsillo vacío de su pantalón y, con los de la izquierda, su sexo flácido. Los dibujos de Stornagiolo, sin embargo, no producen una sensación de fracaso, sino más bien nos dejan con la certeza de que el deseo circula, abandona solo para embestir con renovada potencia, tal como ocurre con la poesía. En otro apóstrofe, el yo poético de Gil dice: “Con dolor de parto se escribe, jovencitas./ Con dolor de parto se escribe, jovencitos./ Con dolor de parto se redactan los poemas”. Como la vida, la creación está sujeta a los ciclos, al ritmo y la frecuencia con la que el cuerpo y el pensamiento se contraen para parir.

Ana María Amar, en su libro Instrucciones para la derrota. Narrativas éticas y políticas de perdedores, hace una sugerente distinción entre el fracasado y el derrotado. Señala Amar: “Mi enfoque [...] distingue a los perdedores o derrotados de los fracasados. Esto significa comprender la distancia que media entre la resignación, la aceptación o, incluso, la traición de los segundos frente a la resistencia y la capacidad de memoria de los primeros. Los derrotados no se dan por vencidos; han tomado la decisión de persistir y, tercos, se obstinan en sus convicciones”. En los poemas de Pedro Gil jamás se vislumbra el tono del fracaso. La persistencia del propio cuerpo, diecisiete veces apuñalado, arrojado desde un segundo piso, encarcelado, encerrado, da cuenta justamente de que la figura del derrotado no es pasiva, sino que, como el colibrí del poema ‘Llueve en Guápulo’, está siempre tejiendo esperanzas. En su intransigencia ante el statu quo, acarrea una postura ética inquebrantable: “Esta noche me ha despertado y me dice que está bien/ que duerman los cansados del trabajo/ los cansados del hambre/ los cansados de drogarse/ las madres cansadas de cocinar, cuidar, esperar/ los dictadores, esos sí, que no duerman nunca/ que sus asesinados no los dejen dormir/ ¡que no los dejen dormir!/ Que no duerma el poeta en sus laureles/ un poeta de sueños de perro de vida suave/ solo puede dar a la humanidad/ escritos cursis sermones de autoayuda”. Esta no es la ética que para reconocer al otro lo cosifica o lo vacía de su diferencia, sino la del derrotado que una y otra vez, como Sísifo, busca sobreponerse a los trabajos de la muerte, al reino de la conformidad que siempre instaura el vencedor.

El amor surge en estos poemas en formas diversas y potentes. El amor profundo a Ubaldo Gil, su hermano mayor, fallecido, de quien dice con ese dolor eterno que deja la muerte: “me sentaba en sus piernas para nutrirme con proféticas/ coladas de avena,/ sabiendo que duro iba a ser el camino/ dura la guerra en este mundo asqueroso”. Ubaldo, quien impulsaba en Manta la editorial Mar Abierto, es ese hermano que “se parecía al mar” en su vigor inagotable. A Isabel Silva, su compañera, le dedica ‘Oración por la mujer de un drogadicto’. Ella aparece en divesos poemas, “caminando valle abajo” junto a Pedro, quien la muestra en toda su vitalidad y también en su fragilidad. Los poemas de Gil no resisten el registro del amor romántico; su factura es tal que no tranza con las sutilezas que requeriría ese lenguaje. Aquí entran en juego otras verdades, las que no pueden matizarse, las que exigen todo el arsenal de la lengua viva. El amor en Bukowski, te están jodiendo no es el espejo confortable de seres tocados por el sentimentalismo aburguesado que jamás cambia. El amor aquí se bate en otros escenarios: los del conflicto, los del límite, los de la pureza y la dureza de la piedra, los del tropiezo. Son otras sus temporalidades y otras sus alegrías; siempre mutando en formas que no pueden anticiparse.

El libro está dedicado a Ubaldo Gil y a Miguel Donoso Pareja, maestros de Pedro, en la vida y en la escritura. Estrellas imprescindibles de su constelación intemporal. Celebrar este poemario en alguna medida es celebrar esos encuentros vitales, los que marcan el alma de las personas, los que han marcado el alma de nuestro poeta.
María Auxiliadora Balladares