Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/17/actualidad/1460914570_427514.html
El pasado miércoles, hizo un año de la muerte súbita de Günter Grass, aunque los síntomas del final le llegaron pronto. No era un hombre sentimental, o así no se expresaba, pero tenía un humor corrosivo e implacable, también contra sí mismo.
Con esa distancia que tenía para todo, incluida su persona, escribió antes del fin un libro de poemas que acababa de corregir cuando lo llevaron al hospital cerca de su casa, en Lübeck (Alemania). Tenía 87 años y fue premio Nobel de Literatura en 1999 y premio Príncipe de Asturias el mismo año. Fue el autor de El tambor de hojalata,su obra máxima.
Ese libro que Grass escribió poco antes de morir se titula De la finitud, ha sido publicado por su editorial, Alfaguara, y se presenta esta tarde en el Instituto Goethe de Madrid en un acto en el que intervendrán su traductor, Miguel Sáenz, poeta y académico, y el también académico José Luis Gómez, actor que se formó en Alemania. Gómez leerá versos de este inquietante, satírico, rabiosamente autobiográfico poemario.
En De la finitud Grass describe la actualidad para quitarle toda sustancia dramática, como si estuviera ocurriendo en otro territorio y en otro tiempo. Las guerras que dominan el mundo hoy le evocan al Nobel de Pelando la cebolla las mismas maldades que conoció de joven, cuando él mismo fue reclutado, de adolescente, para participar en el drama más sanguinario del siglo, cometido en nombre de la xenofobia nazi. Y aquí de nuevo, la xenofobia, esta vez la xenofobia europea, que saltó otra vez al escenario continental antes de que él muriera, es materia de su ironía, de su rabia o de su distanciamiento. Como el futuro, que ya ve como un claroscuro ridículo e innecesario.
Ya es tan consciente de que no va a seguir viendo dramas así, o comedias de la magnitud de las que suceden en el mundo, que cuenta, en una larga narración-poema, la decisión común, de su esposa, Ute, y de él mismo, de buscar los ataúdes adecuados para el término que a los dos, mayores ya, se les acerca. Encuentran al fin la madera adecuada, distinta para cada uno; acuerda con un ebanista el tamaño preciso para ambos y, finalmente, esas dos cajas reposan en un sótano. Hasta que los ladrones saquean la casa, se las llevan con otros objetos y las devuelven en una sucesión inquietante que él va contando como quien clava alfileres en el océano.
Minuciosidad y hechos
El libro entero, incluido ese suceso que aparece en su mitad como un símbolo del resto, está dibujado con la minuciosidad con que narra cada uno de los hechos que suscitan su curiosidad o su espada. El Grass poeta y narrador se sirve de su pincel oscuro para trasladar su visión de la naturaleza, sobre todo, pero no deja que de ese universo se escape él mismo, su rostro desdentado, del que se burla como si estuviera tachando su espejo y riéndose de él.
Hay algunos elementos de nostalgia, sin embargo; de Portugal, por ejemplo, en cuya casa de Faro se desprendía de los dolores o de las ansiedades de Europa, mirando hacia Marruecos. España está también presente, entre otras cosas porque de aquí eran los estudiantes que en un momento determinado le proveyeron de las cintas con las que alimentaba su insaciable (hasta que llegó el fin) Olivetti, la máquina de escribir que vivió con él como una amante hasta que ya no pudo más. Los hijos, los nietos, el paisaje, el sol, el hombre roto por la edad, el desdentado abuelo que come almendras tostadas con los más pequeños de la familia... todo ello está en De la finitud, un libro del que se sale conociendo a un cascarrabias que aquí se presenta también como un hombre capaz de ver su sombra como si fuera la de un árbol en decadencia.
JUAN CRUZ