Fuente: http://www.latercera.com/noticia/cultura/2016/06/1453-685506-9-explorando-el-abismo-houellebecq-editan-libro-de-poemas-y-abre-exposicion-en.shtml
Su piel está arrugada, su boca cada vez más desdentada y su cuerpo más encorvado. Con 60 años, Michel Houellebecq, que cambió el tabaco por un cigarrillo electrónico, aparenta ser un jubilado indefenso. Pero el provocador escritor francés, que recibió protección policial luego de los atentados a la revista Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, mismo día en que su polémica novela Sumisión llegó a librerías, está de regreso con la vitalidad de un artista que muestra todas sus armas.
Acaba de traducirse al español su último poemario, Configuración de la última orilla, por editorial Anagrama. Paralelamente, se efectúan los detalles finales para la apertura, el próximo jueves, de su exposición Rester vivant (Seguir vivo) en el Palais de Tokyo, de París, en Francia. Muestra a cargo de su director, Jean de Loisy.
En cinco salas del recinto, distribuidas en 2.000 metros cuadrados, se podrá apreciar el singular universo del autor de Las partículas elementales. Creaciones propias, desde fotografías de territorios baldíos, retratos eróticos, varias imágenes de su perro Clément, hasta exámenes médicos integran la muestra. Además de colaboraciones con otros artistas como el pintor Robert Combas, Maurice Renoma y el cantante Iggy Pop.
Directo al vacío
“Un poeta muerto no escribe. De ahí la importancia de seguir con vida”, apuntó Michel Houellebecq en su primer libro Rester vivant, de 1991, de donde tomó el título para su muestra artística, en la que también se podrá escuchar su voz recitando sus propios versos.
Con 18 años, Houellebecq debutó en la poesía publicando en la revista Karamazov, del Instituto Nacional de Agronomía. El futuro ingeniero agrónomo se convertiría en el autor francés más traducido del mundo en la actualidad, que alcanzó su consagración con el Premio Goncourt 2010 por su novela El mapa y el territorio. Ahora, ya lejos del personaje de narrador resistido por la academia, Houellebecq entra por la puerta ancha al edificio dedicado al arte moderno, el Palais de Tokyo. Ahí están sus obsesiones y su faceta de fotógrafo: paisajes de España y Francia, además de desoladas imágenes en blanco y negro de edificios nuevos dedicados al comercio en París.
Sin embargo, a la hora de seguir explorando temas, el creador vuelve a escribir versos. En 2012 una edición bilingüe, publicada por Anagrama, reunió en Poesía sus cuatro primeros poemarios: Sobrevivir, El sentido de la lucha, La búsqueda de la felicidad y Renacimiento.
Ahora es el turno de Configuración de la última orilla, volumen que Houellebecq editó en 2013 en Francia, luego de pasar tres años viviendo en Irlanda, con su segunda esposa, Marie Pierre. En sus páginas se desarrollan poemas sobre el dolor, el amor, la muerte, el sexo, la rabia, la dominación y el absurdo. “El universo tiene la forma de un semicírculo/ Que se desplaza regularmente/ En dirección al vacío”, apunta en el ejemplar, integrado por poemas en verso y en prosa.
El libro abre con los versos: “Cuando muere lo más puro/ Cualquier gozo se invalida/ Queda el pecho como hueco,/ Y hay sombras por donde mires./ Basta con unos segundos/ Para eliminar un mundo”.
“Houellebecq le canta al amor”, tituló el diario galo Le Monde cuando salió Configuración de la última orilla en francés. Un amor, más bien, torcido, solo, a veces tóxico. “Perder el amor es también perderse a uno mismo. La personalidad se esfuma. No nos quedan ni las ganas, no contemplamos ya siquiera lo de tener una personalidad. Ya no somos, en sentido estricto, más que sufrimiento”, escribe Houellebecq, desde joven lector de la poesía francesa del siglo XIX. “Es una locura pensar que Laforgue, Mallarmé, Rimbaud y Verlaine hayan sido estrictamente contemporáneos”, señaló al diario Libération. En la misma publicación contó que HMT, el poema más largo del conjunto, nació con asombrosa fluidez hace 10 años: “Recuerdo haberlo escrito en un cuarto de hora”.
“En el fondo, siempre supe/ Que alcanzaría el amor/ Y que sería/ Un poco antes de mi muerte”, anota, y en líneas más adelante: “No existe el amor/ (No el de verdad, no el suficiente)/ Vivimos sin ayuda,/ Morimos abandonados”. Y sigue hacia el final: “Y el amor, donde todo es fácil,/ Donde todo se da al instante. Existe, en mitad del tiempo, La posibilidad de una isla”, apunta del verso que le dio título a su novela de 2005, La posibilidad de una isla.
El mordaz y viejo hechicero, como lo caricaturizó Charlie Hebdo el año pasado, escribe en ¡Lean los periódicos belgas!: “Los muertos van vestidos de azul/ Y los Azules, vestidos de muerto (...) ¿Matar a seres humanos por diversión?/ ¿Encontrarles sentido a los remordimientos?”.
A medio camino del libro deja registrada una frase: “Vivir tan al margen de los demás como sea posible”. Y ante el miedo y la falta de sentido, escribe en Cara B: “La naturaleza tiene que adecuarse al humano/ Y el humano tiene que culminar y hacerse inflexible/ Siempre me dio miedo caer al vacío,/ Estaba solo en el vacío y me dolían las manos”.
En el texto también alude a personajes bíblicos para seguir refiriéndose al amor y a la muerte, como en Meseta. “Un Adán sin Eva no es gran cosa,/ Suspiraba Adán delante de la programación erótica de TF1./ Habría debido casarse, tener críos o algo;/ Por muy buenos que sean los perros,/ un perro sólo es un perro”.
Javier García