Fuente: http://www.diariodesevilla.es/article/ocio/2165417/tiempo/las/hormigaslas/otras/especies.html
En los años 80, el filósofo checo-brasileño Vilém Flusser escribía para sus nietos, es decir para nosotros, y en sus visiones nos imaginaba como "hormigas-enanos" que despreciarían el propio cuerpo, como hormigas soñadoras y empequeñecidas que jugarían con teclados barajando el mundo con antenas y dedos hechiceros.
Sin duda uno de los efectos más maravillosos de este inagotable librito tiene que ver, como pueden comprobar, con la interpretación de la escritura sentenciosa y aforística de Flusser, un hombre a la fuga que no se sabe bien si maldice o envidia nuestra suerte mientras fuerza la lengua, compuesta por todas aquellas que llegó a dominar, como ejercicio para extender las fronteras del pensamiento. Se trataba, quizás, de componer un antídoto justamente contra la lengua única y su correlato de estrechez mental y barbarie, de la estirpe de la que practicaron en Europa los nazis, aquellos que le obligaron a una drástica huida en la que abandonó a su familia checa a la condena de la extinción; deserción comprensible que terminó por dirigirle a aquel remoto Brasil.
El universo de las imágenes técnicas, que nació como complemento de su anterior Hacia una filosofía de la fotografía, acumula inciertas profecías a partir de lo que Flusser calificó de "cambio ontológico", el que trajo consigo el pasaje de la hegemonía de las lenguas naturales a la del código informático, a una proliferación de imágenes técnicas (fotografías, películas, vídeos, televisión, terminales informáticos) que transformaba ya desde esta situación embrionaria nuestra manera de relacionarnos con el mundo. En definitiva, la revelación del ingreso de la humanidad en una situación post-histórica, pues el cambio llevaba adherido la definitiva caída de telón sobre el hombre histórico, aquel informado por textos y con la conciencia linealmente articulada por éstos. Había en este vuelco, y siempre será así en el juego dialéctico flusseriano, motivos tanto para desesperar como para esperanzarse, una vez admitido, eso sí, el irrevocable cambio de paradigma que anunciaba este avezado lector de Ortega y Gasset, ya que a partir del momento en que la desintegración del mundo en bits había desvelado el abismo de la nada tras las apariencias, eran las imágenes telemáticas las encargadas de tapar estos siniestros intervalos y formar superficies a nuestro alrededor y en nuestra conciencia. No habría desde este momento, y aunque algunos lo hayan olvidado, pregunta política interesante que no involucrara a la técnica, que no considerara la situación de este hombre post-histórico, disperso y programado.
El tránsito de lo alfanumérico a lo digital abría así una brecha y anunciaba un nuevo paradigma informativo, si bien la tarea a cumplir en esta naciente sociedad seguía siendo la misma, la de oponer resistencia a la segunda ley de la termodinámica que sentencia irremediablemente al universo a la muerte y, por tanto, a la desinformación. "Luchar contra la estúpida tendencia del universo a desinformarse" resume, en palabras de Flusser, este cometido, claro que la mediación de los aparatos entre los acontecimientos y nosotros planteaba desde entonces tanto inusitadas ventajas como todopoderosos impedimentos. Entre las primeras y los segundos oscilan las reflexiones visionarias del filósofo, alternando la descripción de un determinismo tecnológico de corte apocalíptico que alumbra una sociedad totalitaria caracterizada por funcionarios de la imagen y receptores narcotizados, con la de los albores de una sociedad telemática basada en el diálogo inter pares, entre aquellas hormigas desdichadas, pero creativas y expertas en el coleccionismo y contrabando de imágenes.
Desde nuestra cotidiana atalaya, en nuestro mundo de teléfonos inteligentes, redes sociales e interconectividad total y constante, podemos verdaderamente apreciar este asombroso visionarismo en el pensamiento de Flusser, quien fue capaz de acechar con el ojo del espíritu lo que se avecinaba tras su máquina de escribir, sus fotos analógicas o la esforzada retransmisión de un programa televisivo. Y es esa sensación, que la retórica relacionaría con el oxímoron, de libertad y condena que solemos experimentar al desenvolvernos con las nuevas tecnologías, la que mejor clarifica en qué consiste la naturaleza ambivalente del decurso de las ideas flusserianas sobre la sociedad digital, ya que cualquier ruptura, cualquier uso de los aparatos en pos de una nueva computación de las virtualidades (es decir, cualquier apuesta por generar situaciones informativamente ricas, es decir, poco probables), debe contar con la tendencia del aparato al automatismo, reflejo de los programadores y de la acendrada alergia al cambio, a lo nuevo, a abandonar la narcosis de lo siempre-igual (el Immergleiche en la terminología de Adorno).
Es preciso no olvidar entonces, para no caer en la angustia cibernética del pesimista no integrado, que ya desde el subtítulo, y como mantra durante el texto, Flusser califica su objetivo de Elogio de la superficialidad. Las imágenes, que tapan el abismo proyectando sentido sobre el mundo, concretan así el deseo de hacer lo imposible -pues ahí radica nuestra condición de entes opuestos a la entropía-, por mantener la vida dentro del desorden universal. Flusser, que como Wittgenstein parecía mantener un asombro primigenio ante el mundo, encontraba en el diálogo la tabla de salvación frente a la telemática. Sólo en la apertura a otros yoes, que podrían almacenar y distribuir actos creativos informativamente valiosos, tendrían futuro las hormigas soñadoras, siempre y cuando entendieran este intercambio como una música imaginativa que se improvisa entre unos pocos.
EL UNIVERSO DE LAS IMÁGENES TÉCNICAS. ELOGIO DE LA SUPERFICIALIDAD
Vilém Flusser. Caja Negra. Buenos Aires, 2015, 192 páginas. 17 euros
No sé qué fue antes, si el AVE o Agustín Fernández Mallo. Los poetas discutiblemente jóvenes de hoy han crecido con el AVE y con Fernández Mallo (La Coruña, 1967), y han llegado a muchos sitios mediante ellos, seguramente sin entender demasiado ninguna de las dos cosas. Madrid-Barcelona en poco más de dos horas. Un siglo nuevo en poco más de 600 páginas. Alta velocidad. Que si era necesario, que si es una estafa, que si que no, pero ahí están. Ningún país con más kilómetros de alta velocidad; un volumen con 15 años de poesía que quitaron años a la poesía, y la salvaron de sí misma.
Ahora, en su nueva entrega, Ya nadie se llamará como yo, el poeta avisa, previene ante lo que vendrá después, ante lo que el lector se va a encontrar en las próximas 600 y pico páginas: "No busco revelaciones sino herramientas / con las que abrir las cosas como se abre / una conserva". Y después de esos kilómetros de alta velocidad por 14 años de poesía y de herramientas, el lector queda con la sensación de que verdaderamente Fernández Mallo ha conseguido abrir muchas cosas en una poesía que quería tratarse más como conserva que como género en contacto, mutante, vivo. Es cierto que la poesía necesitaba un cambio radical, como lo es que él fue uno de esos pocos valientes que se adentraron por lugares donde no le esperaba nadie. Así lo expuso en Postpoesía, trabajo que fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo en 2009: "Hablamos de la necesidad de un cambio tan radical como en su día lo operaron las vanguardias". Es cierto que la poesía no tiene la obligación de decir nada nuevo sino de decir lo fundamental con no demasiadas palabras, pero si con no demasiadas palabras se dicen cosas muy nuevas, e incluso fundamentales, tampoco vamos a ser tan cafres de mirar para otro lado. Para que se dé este fenómeno no necesitamos nada extraordinario: un poeta con ganas de coquetear con herramientas, y un lector que entienda que poesía es aquello que infringe los límites. Y entonces las cosas se abren y la poesía brota tranquila, sin que nadie le exija demasiado. Ya en el prólogo del libro Amor.txt de David Refoyo lo apunta de nuevo: "El reto de la gran poesía -con independencia de escuelas y estilos- siempre ha sido crear naturaleza".
Ante unas generaciones esclavizadas en la búsqueda de la voz, que muchas veces no es más que un funcionariado poético cuando llega (porque si llega llegará tarde, y menos mal), Fernández Mallo se apropia de lo que ronda a esa voz, sea eso lo que quiera ser, y se apropia de lo que ésta desprecia, sea eso lo que pueda ser; como indica Pablo García Casado en el prólogo que abre el volumen, la poesía de Fernández Mallo es una "apuesta por la superación de la poesía como reducto intelectual historicista y esclerótico, por un discurso activo, potente, lleno de actualidad y significado. Por poemas que saben nombrar el caos, la acumulación sucesiva de mensajes y palabras, la comunicación en el mundo contemporáneo". Se coincida o no con sus intenciones o tono, es incuestionable el papel de este poeta de poner a la poesía en su sitio incómodo, en un momento donde ésta necesitaba sitios incómodos en buenos poemas.
Abrir su poesía reunida con su último poemario, partir desde el ahora para entender y quizás justificar el pasado, es una prueba de honestidad desde un nuevo libro que se sostiene sobre lo confesional, sí, pero que no rehúye de la imaginación y la vanguardia de sus libros anteriores, de la madurez entendida como posibilidad de hablarle a la cara a la muerte y no parecer ridículo: "Ahora sé que la muerte existe / y es analfabeta", para después acabar en otros lugares más inverosímiles, en esos lugares que tanto le gustan: "Hoy como luz / y vomito luz". El cuerpo, siempre presente, tubo fundamental de ensayo, empieza a ser ahora el centro consentido de todas las cosas, las que están y las que ya no están, cuando antes el cuerpo era mero descarte, expectativa de algo que confluía con otra cosa mejor: "sellaron aquello con cemento / más blanco que un ojo ciego. / Fue la primera vez que no vi llorar a mi madre", y por ahí insiste: "eché de menos cuando en cualquier comarcal / acelerabas y nos adelantábamos al tiempo". Con las mismas herramientas deja ahora de mirar hacia fuera, a dejar de huir de la emoción, para caer en ella, y así explicarnos al hombre antes que a la materia. "No lo sabía: El mármol se friega como se friegan / unas escaleras". Visión más que voz: "todo animal en movimiento genera individuos / de otra especie". Y por ahí anda, con nombre singularísimo de una especie por fin familiar.
YA NADIE SE LLAMARÁ COMO YO + POESÍA REUNIDA (1998-2012)