Fuente. http://www.letralia.com/ciudad/hernandez/150301.htm
Jesús Alberto León es un permanente viajero en la poesía. Vive en ella, respira en ella. Se trama entre los versos y extrae lo más sincero de su espíritu. Desde hace décadas lo sabemos entregado sin sosiego: cuerpo y alma en una labor que prestigia la memoria otra de las voces más interiores, las que nos atañen en tanto cercanía.
El poeta Jesús Alberto León, autor de los poemarios Desvestiduras (Contextos, 1991), Despojamientos (Fundarte, 1997), Riesgo de cercanía (Eclepsidra, 2001), Habitar el instante (La Nave Va, 2006) y ahora de Desasosiegos (Editorial Equinoccio, USB, Caracas 2010), ha viajado sin descanso, con rigor monacal, con la poesía a cuestas, con la liviandad de sus sonidos y con el peso de saberse responsable de un compromiso con él mismo y con el silencio que lo ha convertido en un observador acucioso.
El universo creativo anterior de este escritor venezolano estuvo centrado en la narrativa. En la década de los años sesenta publicó dos reconocidos libros de relatos que lo calificaron como uno de los más importantes narradores de aquella ya perdida Venezuela. Así, Apagados y violentos (Tabla Redonda, 1964) y Otra memoria (Monte Ávila Editores, 1968) lo sometieron al escrutinio de unos lectores exigentes, los mismos u otros que hoy lo leen en poesía. Una poesía que también ha propiciado críticas favorables por todo lo antes expuesto. Pero además de todo esto, Jesús Alberto León es científico: biólogo y matemático egresado de la UCV y Ph.D por la Sussex University. Ha sido profesor de universidades tan importantes como Stanford, Harvard, Sao Paulo y Trieste. Con su valija han transitado las humanidades y las ciencias en un solo viaje, que ha multiplicado las diversas maneras de mirar el mundo.
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Inquietud es el sinónimo de estas páginas articuladas por tres partes (Atisbos, Descalabros y Avatares) que las hacen cuerpo de una misma inflexión. Ser, sentir el ser podría albergar el título que nos regala el poeta. Un ser que habita en cada poema, que se deslava en cada verso, que se desahoga en cada palabra que pronuncia. Digamos, con el mismo aliento que lo sostiene, hace el poema, lo construye con la visión de Bachelard*: "El alma que ama el viento se anima...", se expande hacia diferentes espacios. Inquieto, el poeta se llena de ese aire para "Respirar levemente línea a línea / hasta llenar la página, quizás, / y detenerse luego, al revisar, / comprendiendo que se vivió un poema...". La levedad de su ser no lo aleja de la fuerza de la voz que lo atrapa. Así, el poema es el ser: es el poeta, su inquietud.
Decir, sentir, vivir el poema, ser el poema, anidarlo en "Una constelación de impulsos, de latidos, / reunidos con naturalidad / por la ley de los astros, por el giro / sosegado de cada palabra". Sostiene una poética, la devela más adelante en "Ni un solo verso fácil sirve de algo (...) No hay poesía sin más dificultad".
Quien se resume en estas líneas sabe que la inquietud, la falta de sosiego, es el poema mismo, la razón de ser, decir y sentir de la poesía. Asunto ontológico que deviene porfía: "las palabras insisten, se deslizan, / no cesan de gotear...".
Asomo, espacio interior que libera toda la carga de quien se sabe parte de un designio. No en vano Baudelaire visita estas hojas y hace decir de "los ruidos delicados" y "el perfil del silencio", en correspondencia con la ambigüedad, con el "susurro hondo de los huesos". Sigue siendo el poema la estructura que aqueja, que inquieta, y al calco de esas afirmaciones sentir que "Solamente borrándose / puede uno perdurar" y "resucitamos apartando animales".
El silencio, tema de alzada: Jesús Alberto León es el poema de su propia presencia: tiene en el silencio uno de su mejores aliados. No deja de estar en el poema. No deja de ser y decir. Se pasea por las líneas del texto y dice en clara referencia lo que ha sido siempre: "Uno aprende a callar / ...uno aprende a amputar los ruidos vanos / con un filo indignado". Si la procesión es interior, la voz se hace unánime con el conocimiento que se tiene de quien habla, de quien silabea, de quien vive en silencio, de quien calla y hace poesía desde donde "podría alguien creer que soy yo alguien". Un alguien cuya existencia se afinca en la luz, en la transparencia, en el poema que no habla pero sí dice, así como "El día va desnudándose / sin que uno pueda verlo".
Una pregunta desnuda la voz que asomaba al poema: "¿Volverá el esplendor?".
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La morfología de la casa detiene al poeta en medio de las cosas. Las nombra, las registra. Diario y cotidiano reacomoda el mundo, lo mueve. Afuera, un poco más allá del poema, la noche pasa y hace que quien se siente acosado sea parte de "La insomne vaguedad..."
En este libro un poema cabalga al otro. El ser de quien los escribió une sus destellos, el esperado esplendor en emisiones como éstas: "quién seré yo al decir, / al sonar cavilando"... "un estertor de muerte anticipada; / muerte que ahora esboza... / la dirección del viaje?". La vejez es expresada a través de un dolor físico que se hace ontológico.
Más adelante, el poeta reúne lo que considero uno de los versos más hermosos: "Los rostros que uno tuvo, que uno fue, / se acumulan debajo de la piel...". Aquí el hombre, el que escribe siente el cansancio del vivir, la fatiga de los huesos, de la carne desorientada. Renuente a ser sorprendido, le añade a su testimonio "que la muerte no vino / durante el sueño inquieto". Preguntas, respuestas oscuras. Dice y vuelve a decirse. El poema es una precisa complicidad. En la que "También soy la nostalgia", un hueco, un agujero por donde regresa luego de verse volar sobre sí mismo. El mundo, la lectura de lo que no está. El ser hecho cuerpo: "Yo podría deambular como un fantasma inútil".
Luego aparece el tiempo, el sistema que activa la inquietud, pero también el reposo. Borges se hace visible en un título que más tarde reaparece como interrogación: "¿Pero acaso es vivir pasar y ser mordido / por los minutos, alimañas mínimas / que se ocultan debajo de las horas, / esas baldosas del incierto piso / donde camina el tiempo y nos empuja?".
Bestia, animal que invade la piel, los huesos, la palabra. Basta saberlo para que el tiempo se detenga sobre ese nosotros que nos hace uno. "El tiempo no se va. Nos mira siempre. / ...nos quita cada trémulo momento / con dentelladas rápidas o lánguidas / según sus ganan lo apuren / o refrenen. / Pero el tiempo es el tiempo. No podemos / huir de su espionaje... / y sigue vigilándonos".
Con este libro Jesús Alberto León descubre otro tono y hace música con estos versos en los que el lector es un invitado especial, por esa razón la lectura encabritada, verso a verso, nos integra como parte vital de su memoria, esa pantalla en la que se reflejan la poesía, el silencio, la muerte y la eternidad, el viaje inalterable.
* El aire y los sueños. Breviarios, Fondo de Cultura Económica. México, D.F., 1989. P. 289.