Fuente: http://www.latercera.com/noticia/opinion/ideas-y-debates/2014/09/895-596370-9-cueca-cronica-y-poesia.sht
EN UN proyecto de admirable coherencia e indiscutido valor patrimonial, Ediciones Tácitas viene publicando una serie de libros que estaban totalmente perdidos y que vinculan la poesía con la tradición oral y las fiestas populares.
Ahora acaba de salir La cueca, de Antonio Acevedo Hernández, el primer dramaturgo que se rebeló a las complacencias del teatro que imitaba las comedias españolas y se sumergió en los dramas de nuestro pueblo, recreando los anhelos y las frustraciones de los habitantes del campo, de los barrios pobres de la ciudad y de los mineros.
Acevedo Hernández dejó su hogar a los 10 años y trabajó en todo tipo de oficios, desde barrendero a obrero de la construcción, pasando por el de cargador de feria, peón de fundo y carpintero. Todas estas experiencias contribuyeron a su amplio conocimiento de la cultura chilena, del que el estudio sobre la cueca es un ejemplo formidable. Editado originalmente en 1953, fue el primer texto en recopilar una gran cantidad de letras, además de oponer distintas versiones respecto de los orígenes del baile nacional.
De hecho, uno de los aspectos más destacados es el carácter tentativo del ensayo. Acevedo Hernández tiene pocas certezas; prefiere apelar a su memoria, a sus intuiciones y, sobre todo, a su extraordinaria capacidad de observación. La narración de las festividades del Dieciocho en el Parque Cousiño está libre de prejuicios y es rica en detalles. Tampoco falta la ironía: "La alegría devora muchos animales", comenta en medio de la descripción de las ramadas, de la confección de vestidos, del trabajo de los vendedores ambulantes, de los romances furtivos sobre el pasto y de los versos de los "puetas" que se batían a duelo, en auténticas maratones líricas acompañadas por la guitarra y el vino.
Al igual que los poetas populares, los cuequeros se nutrían de la actualidad para componer sus letras. En otras palabras, las noticias se bailaban. El trabajo de Acevedo Hernández puede leerse, incluso, como una antología espontánea de la historia de Chile: hay cuecas de la Colonia y la Independencia, de la Guerra del Pacífico, de la guerra civil de 1891, del Centenario, del auge y caída del salitre, y hasta del primer chileno que cruzó en avión la Cordillera de los Andes.
Otras se refieren a situaciones que han estado latentes toda la vida, que retratan nuestra idiosincrasia. Por ejemplo, hay cuecas dedicadas a las "conductoras", que eran las precursoras de los inspectores del Transantiago. Estas mujeres eran despreciadas por la población, porque además de cobrar el pasaje en los tranvías arrastrados por caballos, estaban encargadas de controlar que nadie pasara colado.
Los quiltros abandonados también son tema. Acevedo Hernández cuenta que, tras encerrarlos en unas jaulas donde cabían hasta 20 animales, la perrera los aniquilaba con gas por el hecho de vagabundear por la calle. Como dice la cueca: "Si no aparecen dueños/ van a la hoguera.// Van a la hoguera, ¡ay, sí!/ pobres perritos/ el no llevar collar/ es el delito".