Fuente: milenio.com
La poeta Dolores Castro (Aguascalientes, 12 de abril de 1923) cumple hoy 90 años. Para celebrarlo, el Taller Dolores Castro, Ediciones del Lirio, Editorial Amanuense y el Centro Cultural Isidro Fabela, Casa del Risco le rendirán un homenaje a las 16:00 horas.
Ganadora de premios como los nacionales de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz y Mazatlán, así como el Nezahualcóyotl, la poetisa también acaba de ser reconocida en su estado natal y en Zacatecas.
Entrevistada por MILENIO, la autora de libros como No es el amor el vuelo, Tornasol, Sonar en el silencio, Oleajes e Íntimos huéspedes es aún tan platicadora como en sus años mozos.
Usted perteneció al Grupo de los Ocho Poetas Mexicanos. ¿Qué los caracterizó?
Fuimos un grupo sin grupo. Teníamos diferentes formas de ver la política y la religión, pero nos unía el amor por la literatura. Había poetas más destacados que yo: Rosario Castellanos, Efrén Hernández y Alejandro Avilés. Nos reuníamos cada ocho días en una especie de taller, donde leíamos, opinábamos y hasta logramos hacer una nueva antología de la poesía mexicana. Nos unió el padre Alfonso Méndez Plancarte, quien fue un investigador literario que había hecho la primera compilación de la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, y quien nos publicó el libro Ocho poetas mexicanos.
¿Qué distinguió a su generación?
Había pocas mujeres. Casi se podían contar con los dedos. Lo que nos diferenció fue el querer cumplir una vocación literaria de forma constante y apasionada, no hacerlo como pasatiempo. Tuvimos como ejemplo a la autora chilena Gabriela Mistral y a Concha Urquiza, poeta michoacana que vivió en Estados Unidos y quien para mantenerse se dedicó a hacer guiones de películas, sin alejarse de los sonetos y de modelos de la poesía tradicional.
¿Cómo define su trabajo poético?
La mayor parte de mis libros y antologías hablan de qué es lo vivido. Entre lo vivido y lo que uno tiene que hacer para mantener el cuerpo hay una diferencia: lo vivido pasa por la conciencia, la sensibilidad, la inteligencia; viene de los sentidos, pasa por muchos espacios: el espíritu, el alma o como se le quiera nombrar, y que no termina con la muerte. Para mantener el cuerpo me gusta expresar no solo lo que soy, sino lo que somos.
¿A qué poetas lee en la actualidad?
De mujeres, a Coral Bracho y Telma Nava; de hombres, a José Emilio Pacheco y David Huerta, entre otros. Estos autores, que siendo jóvenes o no tanto, hacen una poesía nueva que trata más de acercarse al habla. La de José Emilio, por ejemplo, con sus diferentes influencias literarias, tiene referencias universales y se expresa de una manera esencial propia de la poesía.
¿Cuáles fueron sus influencias literarias más importantes?
Las generaciones del 27, del 32 y del 50. En esta última están Rosario Castellanos, Griselda Álvarez y Margarita Michelena. En general, a mediados de siglo hubo una gran riqueza cultural porque fue cuando floreció el grupo de los refugiados españoles. Llegaron José Gaos, Manuel Altolaguirre y Pedro Garfias, entre otros.
A sus casi 90 años, ¿qué motivos encuentra para seguir escribiendo y dando talleres a jóvenes creadores?
Si son tres, cinco o siete jóvenes que llegan a mi taller, aspiro a empaparlos de esto que a mí me ha servido para vivir con un verdadero tesoro: la lectura. La vida es perdurable. Es tan bella que a mis 90 años no la veo como otras personas que suelen quejarse de que les duelen las rodillas, de no poder caminar bien, de olvidarse de todo. Lo más importante es seguir amando la vida, ver el Sol y dar gracias a que uno lo vuelve a ver. Tengo buenos amigos todavía, claro, entre los jóvenes; los amigos de mi edad ya desaparecieron. Soy la superviviente de todo. Me cuesta trabajo viajar, pero viajo; se me dificulta caminar y lo hago con ayuda de una andadera. Si la gente considerara el milagro que constituye estar aquí, sería feliz.