Fuente: diarioargentino
No es casual que los tres hermanos siguieran los pasos paternos y se dedicaron a la docencia. Su hermana mayor profesora de Matemáticas. Su hermano menor, profesor de Educación Física. Y ella, profesora de Historia.
Se podría decir que un historiador es un seleccionador y luego un reconstructor de hechos, siempre embargado por las mezquindades del tiempo.
Octavio Paz en su prefacio a “Quetzacóalt y Guadalupe” de Jacques Lafaille, enseña: “La historia participa de la ciencia por sus métodos, y de la poesía por su visión.
Como la ciencia, es un descubrimiento; como la poesía, una recreación. A diferencia de la ciencia y la poesía, la historia no inventa ni explora mundos: reconstruye, rehace el pasado. La memoria más que un saber, es una sabiduría”.
Y como toda historia que se precie de maestra de la vida, sin duda, será consejera de la moderación y la prudencia. Estas cualidades están en cada oración que expresa la profesora Leticia Mascheroni en el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, en la tarde del jueves.
Y si la historia estuvo presente en gran parte de este diálogo, el espíritu docente cobijó cada una de sus respuestas. Ella misma reconoce que esa condición de vincularse con la educación le viene desde la cuna. “Prácticamente he pasado gran parte de mi vida en las aulas, porque mi padre era director pero en una época en donde el director vivía con su familia en la escuela”.
La definición invita a la precisión. “Una escuela que recuerdo con cariño es la N° 42, hoy es la número 35 República de Chile. Allí empecé la escuela primaria, cuando la actual zona de la Terminal de Ómnibus era campo. Luego trasladaron a mi padre a la Escuela N° 44 Francisco Hernández López Jordán que hoy lleva el número 36 y queda en la calle Moreno. Era una hermosa casa. Tengo de ese barrio gratos recuerdos”.
-Siempre supo que iba a ser docente…
-Mi vocación primera era ser médico cirujano. Pero eran épocas distintas. Lo más cercano para nosotros era estudiar el Profesorado en Concepción del Uruguay y así elegí Historia; una materia que me gustaba mucho desde la secundaria. De esa etapa recuerdo con mucho cariño y agradecimiento a profesores como Urquiza Almandoz. Él era además profesor de Literatura y todas sus clases eran maravillosas. Manuel Maqui fue otro docente que tuve y al que siempre tengo presente. También hice un año en Paraná y allí tuve maestros de la talla de Beatriz Boch y Facundo Arce. Maestros que enseñaban más allá de su materia y alimentaban la pasión por la lectura, el estudio, la investigación.
-Recuerda su primera escuela como profesora de Historia.
-Sí. Fue en 1968 en Gualeguay, porque aquí en la ciudad no había horas cátedras disponibles. La ruta no estaba asfaltada y se tardaba más en ir de Gualeguaychú a Gualeguay que hoy a Buenos Aires. Más tarde doy clases en Larroque y finalmente logro trabajar en mi ciudad como maestra. Estuve cinco años en la Escuela Gervasio Méndez. Fue una experiencia maravillosa porque me permitió tomar contacto con la escuela primaria, compartir con mis colegas y directivos y esas relaciones fueron un gran aprendizaje que me permitió desarrollarme en el nivel secundario.
-La relación familia-escuela era más sólida que la que se percibe en la actualidad. Lo mismo la relación director-maestro y maestro-alumno…
-Nosotros como alumnas teníamos con los profesores una distancia considerable. Era una relación cordial pero de mucho respeto. Un respeto intrínseco, no teníamos la confianza como se la interpreta en la actualidad entre alumnos y docentes. Con contarle que me tuve que acostumbrar al tuteo, ya le describo bastante. Es cierto que el tuteo tampoco hay que entenderlo como una falta de respeto, sino como otra forma de comunicarse. No niego esa condición, pero tuve que acostumbrarme a eso. Y así como en toda sociedad la constante son los cambios, hay que comprender luego si algunos cambios son para bien o no. Lo importante es sostener valores que a su vez deben oficiar como base de toda relación. Los intereses pueden cambiar, pero los valores deben ser permanentes. Podrán cambiar las formas, pero la esencia se debe mantener.
-Se quedó pensando…
-Sí. Siempre sostengo que las generalizaciones nunca son oportunas ni prudentes.
-Por ejemplo, no todos los jóvenes son atrevidos…
-Exactamente. Y los propios jóvenes se sienten muy mal cuando se generaliza y encima con una connotación negativa. Lo estamos viviendo en estas horas con las inundaciones en Buenos Aires, con esos miles y miles de jóvenes solidarios, que comparten su tiempo y sus talentos para ayudar al prójimo. Cuando está en contacto con los jóvenes, por más de cuatro décadas como es en mi caso, sabemos que hay muchísimos que son excelentes personas dentro y fuera del aula. Son colaboradores, buenas personas, buenos amigos. Y eso es un mensaje muy alentador para construir siempre una sociedad mejor. No hay que olvidarse que ellos se desarrollan dentro de un sistema que es más permisivo, más corrupto, con más tentaciones, con menos contenciones y que mi generación no las tuvo. Por otro lado, mis alumnos de primer año tenían trece años de edad y yo 65. Al existir esta natural diferencia de edad, soy yo la que debe acercarse a ellos y ubicarme en el contexto social y cultural en el que ellos deben desarrollarse.
-Acaba de renunciar a estar frente a un aula en el Colegio Las Victorias. ¿Cómo se siente?
-Al principio con mucha angustia, porque ese era un espacio que disfrutaba mucho. Uno sabe que puede modificar conductas, acercar una palabra oportuna, más allá de enseñar Historia. Y por otro lado soy muy consciente que ya es hora de dejar el lugar a otro; aunque me dedicaré a desarrollar otros proyectos vinculados con la enseñanza de la Historia.
-Toda época tiene sus paradojas, sus contrasentidos. ¿De la actual cuál le llama la atención?
-Esta es una época donde existe mucha oferta para leer. Es una época donde existe tanta posibilidad de lectura y que está al alcance de la mano, y sin embargo se lea cada vez menos. Incluso hay que ver qué se lee, porque todo son factores de enseñanza. Miremos los juegos electrónicos cada vez más violentos y agresivos.
-¿De los muchos aspectos que posee Gualeguaychú, cuál es el que más le llama la atención y al mismo tiempo la entusiasma?
-Lo social y lo cultura. Es justo reconocer que una comunidad no tiene compartimentos estancos. También la economía, la urbanidad, la política, la educación, todos son factores que se amalgaman. Pero siento una especial atracción por los factores sociales y culturales. Poder comprender cómo se vivía en otras épocas. Y cuando más me adentro en la historia de mi ciudad, más me admiro en los procesos de cambios que no son solamente los edilicios. Las costumbres han sufrido profundos cambios y no quiero emitir un juicio de valor apresurado en el sentido si fue mejor o peor, pero sí en principio reconocer que son distintos.
-El rol de la mujer ha sido importante. Esta es una cualidad que viene prácticamente desde el fondo de la historia de la ciudad…
-Por supuesto. La creación de la Sociedad de Beneficencia es un hito en la comunidad. Fue creada y sostenida por mujeres. Si bien vestían pesados pollerones, con sus tacones metían ruido y ritmo a un nuevo despertar como sociedad y se imponían ante una cultura que era eminentemente machista. Sacudieron la sociedad.
-Pasó con las Magnascas…
-Camila Nievas y Luisa Bugnone dieron otra apertura al mundo de la cultura. Al principio fue La Patria y el Hogar, como es el antecedente del Instituto Magnasco, dieron otra dimensión de la mujer en la sociedad. Hay que ponerlo en contexto, porque para eso se necesitaban mujeres fuertes, sólidas, capaces de enfrentarse a muchos prejuicios colectivos. Camila Nievas no era solamente grande por su contextura física sino por su alma, por eso logra lo que logró. Hoy el Instituto Magnasco es un baluarte de cultura imponderable. Admiro cómo la ciudad ha ido creciendo con el esfuerzo popular. Siempre se buscó que las obras generarán, crecieran y maduraran en Gualeguaychú aunque para ello se tuviera que golpear puertas en la Provincia o en la Nación. Hablamos de obra quijotescas, que permitieron superar ese destino de aislamiento histórico que se tuvo. Se pudieron tender puentes no para distanciarse sino para generar más vínculos. Y así como un David Della Chiesa abrió el camino hacia Buenos Aires, hoy disfrutamos de una autovía en la ruta nacional 14 que remiten siempre a esfuerzos compartidos para el beneficio de todos. Y tienen un significado tremendo, porque son obras a perpetuidad. De una manera u otra nos vinculan, nos integran y favorecen los intercambios culturales. Es cierto que antes todo demandaba más esfuerzos, pero también es verdad que debemos saber aprovechar las herramientas que contamos en la actualidad. Y esto es válido para el proceso de enseñanza-aprendizaje, porque la educación más que una cuestión técnica es un arte.
-A propósito. ¿A la comisión del Instituto Magnasco cómo llega?
-Una vez me llamó la actual presidenta del Instituto, Norma Martínez de Martinetti. Fue más o menos en 2004-2005. Con la propuesta lloré de alegría, porque siempre fui de joven al Magnasco a nutrirme y ahora siento que estoy haciendo una devolución de todo lo que me ha dado y me sigue dando.