Fuente: http://www.eltiempo.com.ec/
Una muy buena noticia para la literatura cuencana ha circulado en los últimos días. El amigo y poeta Jacinto Cordero Espinosa ha sido postulado por la Academia Ecuatoriana de la Lengua, para el premio internacional Reina Sofía de España. Se lo hace en reconocimiento a su trayectoria en el mundo de la poesía, que ha estado marcada por una actitud sobria y austera en lo personal, pero que a través de la palabra, del poder de la palabra, ha gravitado de manera significativa en la creación y en la recreación de un lenguaje poético y de un mensaje profundamente humano.
Su poesía hunde las raíces en el humus del dolor y de la esperanza, de la incertidumbre y de la alegría, es decir, de esos sentimientos encontrados que, paradójicamente, hacen que los humanos nos desafiemos a continuar en el proceso -siempre inacabado- de dar sentido a nuestras vidas y de hacernos cargo de esta aventura intransferible, única, irrepetible.
La poesía, que es la esencia misma de la creación literaria, ha sido siempre el vehículo privilegiado para crear imaginarios posibles e imposibles, desde los cuales la vida vuelve a amanecer y vuelve a convertirse en ceniza. Éste es el santo y seña de la poesía de Cordero Espinosa: “Te miro huir en el barro fugitivo/ moldear las vasijas, los platos para alimento/ Bajo la tierra esperan/ los antiguos muertos en cuclillas/ rodeados de vasos funerarios y semillas/ dormidos en mitad del viaje hacia el día.” O lo que dice en su bello poema “País de la infancia”: “A espaldas del tiempo/ suena aún el río de la infancia/ y sus aguas no terminan de pasar./ Las aves y la noche buscan los mismos árboles/ donde un niño levanta/ los ojos hacia el crepúsculo.” Temprano en su vida comenzó Jacinto Cordero Espinosa con su tarea poética, en estricto ejercicio de una vocación que aún la mantiene vigente, luego de haber publicado una veintena de libros. Formó parte del Grupo Elan. Con Efraín Jara Idrovo, Eugenio Moreno Heredia, Hugo Salazar Tamariz, Teodoro Vanegas Andrade, entre otros, provocaron en Cuenca un verdadero sacudón en las concepciones y en las prácticas de la actividad literaria y, de manera especial, en el ejercicio de la poesía, rompiendo cánones tradicionales que habían estado vigentes hasta entonces.
Jacinto fue mi profesor de Antropología en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Cuenca. Luego fuimos colegas en la docencia durante muchos años. Siempre he admirado su don poético, que se expresa con palabras bellas y directas, que redondean un mensaje que nos obliga a pensar en el destino del ser humano. De cuando en cuando le encuentro en alguna esquina de Cuenca, elegante y sobrio, alto y erguido, con mirada penetrante y palabra fácil. Es la oportunidad para dialogar en medio de la mañana, darnos un apretón de manos y cada quién continuar por su camino, renovados por la amistad sincera.