Fuente: Ine.es
En 1956 murió Zenobia; en 1958, Juan Ramón Jiménez. Cincuenta años después se conmemoró la efeméride con multitud de actos y abundante dinero público. Lo que debía quedar de esa celebración era una edición de toda la obra de Juan Ramón Jiménez, la que publicó en vida y la que dejó inédita, en volúmenes sueltos, elegantemente impresos de acuerdo con su sobrio estilo y prologados por conocidos escritores.
La edición, ordenada y dirigida por Javier Blasco y Francisco Silvera, la coordinaba Antonio Piedra y en ella colaboraron el comité organizador para el Trienio Zenobia-JRJ, la Diputación de Huelva, la Fundación Jorge Guillén, la Junta de Andalucía y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.
En 2006 apareció el primer volumen, Rimas, prologado por Ángel González. Todavía siguen apareciendo nuevas entregas, que nadie lee, que nadie parece haber leído antes de darlas a la imprenta, ni el director de la colección ni ningún responsable de las abundantes entidades colaboradoras.
Poesía escogida I (1908-1912) se titula uno de los últimos volúmenes aparecidos. Eso es lo que se lee en la cubierta, pero la portada dice otra cosa: Prehistoria poética de JRJ (1895-1902), Primeras poesías (1898-1902), Arte menor (1909-1922), Esto (1908-1911). Y si miramos el índice vemos que, en un apéndice (hay numerosos apéndices, con diversa numeración y sin explicación ninguna), se incluyen «Nubes sobre Moguer (1896-1902)», «Violeta del naranjal y ninfeas del pantano (1896-1902)» y «Roces de otras voces (1896-1902)». Una nota previa nos indica que se trata de un proyecto de investigación titulado «Reconstrucción de los libros de poesía de Juan Ramón Jiménez (que quedaron inéditos a la muerte del poeta) a partir de los documentos de sus archivos», proyecto que tiene un responsable académico (Javier Blasco), otros científicos (Teresa Gómez Trueba y Francisco Silvera Guillén) y numerosos colaboradores. Y parece que como no encontraron medio mejor de publicar sus investigaciones las incluyeron en uno de los tomos previstos para la magna edición del cincuentenario, sin importarles que ni el título ni las fechas coincidieran.
No es el único caso de esos desajustes. Abrimos el tomo 22, que lleva en cubierta el título Poesía escogida V (1936-1956), y nos encontramos con este otro título en la portada En el otro costado (1936-1942). Da la impresión de que alguien presentó la lista con los títulos de los 47 tomos previstos, más uno de índices, sin saber muy bien lo que se iba a incluir en ellos y que luego, una vez aprobada la subvención, esos títulos no se podían modificar, aunque no se correspondieran con el contenido.
De esos cinco títulos de poesías escogidas, los dos primeros se escriben con la ortografía académica y los tres siguientes con la peculiar ortografía del poeta. Quizá la razón fuera que en sus primeros libros Juan Ramón aún no la había adoptado, pero entonces no se explica que en Poesía escogida II leamos en uno de los poemas «de vez en cuando, en un jesto rápido y único».
Una de las peculiaridades de estas Obras de Juan Ramón Jiménez es que los criterios generales de la edición no se publican en ellas, sino en un número de la revista «Cuadernos Hispanoamericanos» correspondiente a julio-agosto de 2007 (los criterios de cada uno de los tomos, tan necesarios, no se publican en ninguna parte).
Pero no acaban aquí los disparates de una edición financiada con dinero público. Entre los prólogos, encargados a conocidos escritores, algunos de ellos incluso admiradores y buenos conocedores de la obra de Juan Ramón Jiménez, abundan los dislates más o menos divertidos. José María Conget se encarga de prologar uno de los Libros de Madrid, pero a él lo que le apetece es otra cosa y aprovecha que en un párrafo Juan Ramón menciona la palabra Nueva York para hablar de la relación del poeta, no con Madrid, sino con Nueva York (recuerda a aquel alumno al que en un examen le preguntaron por Manuel Machado y como él había estudiado al otro Machado escribió «Manuel Machado era hermano de Antonio Machado. Antonio Machado es autor de?» y completó el examen hablando sólo del autor de Campos de Castilla).
Pero de todos estos prólogos el que se lleva la palma es el de Antonio Orejudo a Conferencias, I. Comienza indicando que nunca le ha interesado la figura de Juan Ramón Jiménez. Todo le molesta en él, comenzando por su sintaxis y su afán de corregir, pero lo que más le molesta son «sus faltas de ortografía» que le hacen «tropezar durante la lectura».
¿Faltas de ortografía Juan Ramón Jiménez? Antonio Orejudo no se ha enterado de la diferencia entre las faltas de ortografía y el uso de diferentes sistemas ortográficos (a la ortografía del poeta la llamará más adelante «infantil y genialoide»). Como muchas personas más o menos cultas, Antonio Orejudo ignora que la ortografía es algo convencional, que ha ido cambiando a lo largo del tiempo, que seguirá cambiando, que es producto de discusiones y acuerdos. Juan Ramón Jiménez, con muy buen criterio, discrepaba de ciertas normas académicas y proponía otras más racionales y respetuosas con el espíritu de la lengua. No se tuvieron en cuenta, pero su empeño en mantenerlas tiene un gran valor pedagógico: nos muestra lo convencional de la ortografía (los libros editados en distintas épocas tienen ortografía distinta y no por eso «dañan la vista» ni «destrozan el idioma».)
A Antonio Orejudo no le interesa Juan Ramón Jiménez y está en su derecho. ¿Pero a qué perder el tiempo él y hacérnoslo perder a nosotros prologando un libro del poeta? «En las conferencias de este volumen no vamos a encontrar a un pensador. Jiménez no lo es y, francamente, tampoco lo pretende», escribe Orejudo. «Y sin embargo estas piezas me han interesado», añade. Respiramos tranquilo. ¡A Orejudo le interesa Juan Ramón Jiménez! Y desea lo mejor para él: «Ojalá que a Jiménez no le suceda lo mismo que a Bécquer y a Lorca, quienes jamás se recuperarán del daño que les han infligido sus adeptos».
Luego demuestra no haber entendido nada de las conferencias. En la línea institucionista escribe Juan Ramón: «Preso han tenido siempre la aristocracia y la burguesía españolas, ayuno de todo, al pueblo, que entiende mejor que ellas a San Juan de la Cruz y a todos los poetas, aristocráticos por poetas y por amigos del pueblo auténtico». Candorosa y falsa le parece a Orejudo esa observación «como sabe cualquiera que haya intentado enseñar poesía en un instituto o incluso en la Universidad».
Y a continuación le acusa de no decir «ni una palabra de la situación real del pueblo real, de sus infrahumanas condiciones económicas, de su analfabetismo, de su sometimiento al poder, asuntos que sí trataron otros intelectuales y artistas de la época».
Qué atrevida es la ignorancia. Y qué poco aprecian su prestigio intelectual Javier Blasco, Francisco Silvera y los otros responsables de esta edición de las Obras de Juan Ramón Jiménez que tan bien representa la despilfarradora chapucería de una época que no debería volver a repetirse.