Fuente: elheraldo.hn
Sus obras literarias marcaron una época y representan uno de los momentos de mayor creación en la historia de las letras hondureñas.
Poetas, narradores, teatristas y ensayistas conforman una generación que con sus escritos logró crear conciencia de una nueva clase social llamada proletariado.
Influenciados por la gran huelga de 1954, marcaron una etapa decisiva en las letras nacionales adecentando las bases de una nueva literatura de vanguardia y del realismo social.
Fue un movimiento social que se extendió a varios países de América Latina. En México se le llamó Generación de la Espiga Amotinada, en Argentina Generación de los Parricidas y en Chile Generación del Medio Siglo, por mencionar algunos.
Había un compromiso social sin llegar a la militancia y la literatura proponía la reivindicación de valores sociales.
¿QUIéNES SON? Algunos críticos literarios dividen esta llamada generación del 50 en dos fases.
La primera integrada por escritores como
Antonio José Rivas (1924-1995), óscar Acosta (1933), Pompeyo del Valle (1929), Roberto Sosa (1930-2011), Nelson Merren (Héctor Bermúdez Milla (1924- ), Óscar Castañeda Batres (1925- ), Felipe Elvir Rojas (1927), David Moya Posas (1929-1970), Héctor Bermúdez Milla (1927), Jaime Fontana (1924), Miguel R. Ortega (1922), Filadelfio Suazo (1932), Ángel Valle (1927), Justiniano Vásquez (1929) y Armando Zelaya (1928).
Y ubican en una segunda fase a los autores Rigoberto Paredes (1948), José Luis Quesada (1948), Ricardo Maldonado (1949), Roberto Castillo (1950), Alexis Ramírez (1953), Galel Cárdenas Amador (1945), Eduardo Barh (1940) y Julio Escoto (1942), entre otros.
El escritor Rigoberto Paredes, en su obra “Honduras, medio siglo de historia literaria (1935-1985)” elogia esta prolífica generación, destacando a los poetas Antonio José Rivas, Pompeyo del Valle,
Roberto Sosa, Nelson Merren y Óscar Acosta, que se sumaron a una poesía global que logró romper viejos moldes y dio un viraje para estar al día con el pulso americano.
ANTONIO JOSÉ RIVAS. Respetado y admirado por la fluidez de su verso, enmarcado a veces en un buen soneto, el poeta José Antonio Rivas encabeza esta prolífica generación.
Nacido en Comayagua en 1924 y fallecido en la misma ciudad en 1995, realizó sus estudios primarios y secundarios en su pueblo natal, y luego estudió Leyes en la Universidad de Nicaragua y Honduras. Aunque no completó sus estudios, se ganó la vida como profesor de matemáticas a estudiantes de secundaria y ejerció un tiempo el periodismo.
Su obra principal es un poemario titulado “Mitad de mi silencio”, impreso en la Editorial Suárez Romero, de Tegucigalpa, en 1964.
En 1950 obtuvo la Flor Nacional en los Juegos Florales de la ciudad de León, Nicaragua; y luego el Segundo Premio de Poesía del Club Rotario Hondureño, en 1964.
En su libro “Mitad de mi silencio” (1964), por la preponderancia de metáforas e imágenes trabajadas con extremo cuidado, el uso de la palabra adquiere un sentido escultórico de gran calidad plástica que recuerda la rica tradición del barroco español.
Entre otros galardones se le cuentan el Premio Nacional Poeta metafísico, Calavera de plata de Barcelona (1967) y el Premio de Hispanidad de Barcelona (1968).
POMPEYO DEL VALLE. Su obra de versos sencillos elaborados con un lenguaje diáfano deja al descubierto a un escritor que da la sensación de creerse y ser en todo momento poeta.
Y es que no hay pretensión en sus poemas, quizá algunas veces ironía pero de forma sutil.
Nacido en Tegucigalpa en 1929, su obra ha sido decisiva en el rumbo que en las últimas décadas ha tomado la poesía hondureña a la que suma títulos como “La ruta fulgurante” (1956), “Antología mínima” (1958), “El fugitivo” (1963), “Cifra y rumbo de abril” (1964), “Nostalgia y belleza del amor” (1970), “Monólogo de un condenado a muerte” (1978), “Ciudad con dragones” (1980) y “Duración de lo eterno” (1989).
Y es que desde su primer libro, “La ruta fulgurante”, de fuerte acento revolucionario, la vitalidad y el optimismo, en cualquiera de los temas tratados, son características de su poesía.
Publicada dos años después de la huelga bananera, esta obra responde a un momento de ascenso en el movimiento obrero hondureño. En consonancia con la euforia que se vive en el ambiente, el libro es optimista. Tras él está Neruda.
En una entrevista a EL HERALDO en marzo de 2012 confesó que “Monólogo de un condenado a muerte” es el poema más doloroso que ha escrito.
“Expresa uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Trata sobre la muerte civil que me declara un grupo de jóvenes poetas, incluso algunos supuestos amigos, instigados por otros que tenían el afán de la gloria”, narró.
Su poesía está hecha con gran sencillez y delicadeza, sin hacer gala de pretenciosas complejidades verbales y en ella desborda el romanticismo. “Yo siempre he sido un empecinado romántico”, dijo.
ÓSCAR ACOSTA. Su poesía es profunda, serena, cotidiana y esencial. Las obras de este narrador, periodista, editor y diplomático de carrera retratan la calidad y elegancia de un escritor a quien Rafael Heliodoro Valle definió en el libro “Óscar Acosta poeta de Honduras”, publicado en 1996 por la editorial Guaymuras con motivo de su 60 cumpleaños, como “una voz nueva, clara, distinta. Un ejemplo de sobriedad para los que irrespetan la palabra”.
Nació en Tegucigalpa el 14 de abril de 1933. En 1955 publicó su primer libro de poesía titulado “Responso al cuerpo presente de José Trinidad Reyes”.
“El arca” (1956), es considerada su obra cumbre, un breve libro de relatos, que abrió un nuevo camino a la literatura hondureña y rompió la tradición costumbrista de la narrativa de la época.
“Poesía menor” (1957), “Tiempo detenido” (1962), “Antología personal” (1965 y 1971), y “Mi país” (1971), son algunas de sus obras más conocidas.
“Óscar ha sido para Honduras como un faro que irradia luz para difundir la esencia y trascendencia de su tierra primigenia. Con perseverancia y entusiasmo, con fervor y sentido cívico, ha cumplido a plenitud este papel tan digno y hermoso de enarbolar banderas y exaltar escudos como exponente de una Honduras que se torna incesante en la búsqueda de su verdadero destino…”, escribió sobre el poeta el doctor Edgardo Paz Barnica, en “Oscar Acosta, poeta de Honduras”, una obra con juicios, valoraciones y testimonios publicada en 1996 con motivo del 60 cumpleaños del poeta.
ROBERTO SOSA. Le conocían como el poeta de los versos sencillos. Era un hombre modesto escritor de obras solidarias y profundas.
Nació en Yoro el 18 de abril de 1930 y falleció en Tegucigalpa el 23 de mayo de 2011. Su obra trascendió las fronteras patrias.
En 1968 recibió el Premio Adonáis de Poesía (España), por su libro “Los pobres” convirtiéndose en el primer latinoamericano en obtener ese galardón. Y en 1971 su libro “Un mundo para todos dividido” se hizo acreedor al Premio Casa de las Américas.
Según su amigo, el escritor Eduardo Bähr,
Sosa “era congruente su personalidad con lo que escribía, lo cual es muy difícil en nuestro país. Escribía con una capacidad de fe en los conceptos, en la humanidad, en la gente, y escribía lo que pensaba, lo que cimentaba en su ideología”, dijo.
En sus versos no había hipocresía ni individualismo.
“Breve estudio sobre la poesía y su creación” (1967), “Los pobres” (1968) y “Un mundo para todos dividido” (1971) navegan en la poesía social, solidaria. En “Prosa armada” (1981) y “Secreto militar” (1985) hay una poesía política. Y finalmente en “Hasta el sol de hoy” (1987), “Obra completa”, “Antología personal”, “Los pesares juntos” (1990), “Máscara suelta” (1994) y “El llanto de las cosas” (1995) surge el amor como temática.
NELSON MERREN. “Estamos frente a uno de los poetas raigalmente más solos de toda la literatura hondureña”, así define James Poet Rodríguez al autor de “Calendario negro” y “Color de exilio”.
El Lobo estepario de la poesía hondureña, como le llamó la escritora Helen Umaña al emprender un viaje para desgranar la poética de Merren nacido en La Ceiba en 1931 y fallecido en Nueva York, 24 de mayo de 2007, es un eslabón fundamental en la lírica hondureña contemporánea.
Perteneció al grupo literario La voz convocada, que apareció en la ciudad costera de la ceiba en 1967.
Es considerado, junto a Roberto Sosa, como el fundador de la nueva poesía hondureña. Publicó sus pri
meros poemas en la revista “Honduras Literaria” de la UNAH en 1963. En 1969 obtuvo el Primer Premio Juan Ramón Molina de Poesía de la Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazán con el libro “Color de exilio”.
“Cada verso de Merren, bajo una envoltura cínica, crepita de dolor al recordar la barbarie nazi, grita su desprecio ante un mundo de estulticia y superficialidad; levanta su cólera ante la hipocresía y, para no ser agredido, se mete en la piel del lobo que huye a las estepas. Pero termina ubicándose al lado del hombre”, continúa Rodríguez.