Fuente: http://www.elnuevodiario.com.ni/
Es saludable leer poesía nicaragüense, especialmente la actual, aunque, por supuesto, siempre es más que regocijante abrevar en sus reputados antecesores. Me ocupa en este caso el último libro de Iván Uriarte Genealogía de las puertas, ganador del certamen “María Teresa Sánchez” que convoca el Banco Central de ese país y del cual, lastimosamente, no se dice nada. Tampoco aparecen datos del autor.
Pero no es necesario. Iván Uriarte es ya un reconocido creador además de un distinguido académico, investigador y coordinador de talleres literarios. Su obra crece marcada por la rigurosidad y su inclaudicable apuesta por una poesía prístina y por una crítica vertical y con sustento teórico. Aunque muchas veces se le ataque por ello.
Genealogía de las puertas está dividido en cuatro partes: i. Genealogía de las puertas, ii. Disertación sobre las arañas, iii. Discoteca al vacío, y iv. Viaje a la ausencia.
Debo decir de entrada que las dos primeras partes fueron las que más me sorprendieron y conmovieron; me parecen mejor logradas debido a su depurada técnica en el poetizar. Sin embargo, esto no es óbice para decir que estamos frente a un notable texto poético.
La columna vertebral del libro es la muerte. Mejor dicho, la reflexión poética sobre la muerte y sus intersticios, sus entradas y salidas a la escena cotidiana, sus llamados y sus silencios, sus estratagemas de araña/acechanza, cuervo/añoranza, ataúd y fosa. Dicho de otra manera, es la puesta (casi escribo puerta) en escena del eterno retorno de la que denomino La Vencedora, con la insufrible lucidez en la pobre actuación del poeta, quien, apertrechado con sus preguntas, asombros, videncias y quejas, juega con ella en un perenne abrir y cerrar de bisagras, goznes, en fin, puertas ¿hacia el mar, hacia la noche?).
Es la certidumbre e inevitabilidad de la llegada de Ella. Por ello se acompaña de otros creadores que ya cruzaron el umbral de su disidencia, especialmente aquel uruguayo bautizado como Isidoro Lucien Ducasse, pero conocido en la poesía nocturna como el Conde de Lautremont. Igual se percibe la presencia del dramaturgo y poeta de Stradford-upon- Avon y su visceral monologo To be, or not to be…
También escuchamos el gorjeo obstinado del cuervo de Poe: Never more, never more. Y por supuesto, la insoportable vida consciente del Príncipe Darío, el frío pertinaz y la ausencia de una hogaza en Vallejo, así como las andanzas del maestro Martínez Rivas por ese París donde Rubén fatigó las sandalias en busca de los bellos Malditos.
Pero también hay música subterránea y en sordina, en la cual, como en una discoteca al vacío, percibimos la viciada atmósfera del poder en una Nicaragua siempre al borde de los falsos profetas y los acaparadores de su niñez. Caen las máscaras y las alimañas deambulan por la ciudad y los campos en la hora presente que es, acaso, la hora del otro fin, el del principio.
Hay un descenso de los viejos frutos, una deteriorada luz, un antes de la partida, como escenografía del último viaje, o como dice el poeta, del viaje de la ausencia. Una ausencia que ya se padece en vida.
En algunos tramos el texto decae un poco debido a cierta retórica y a un exceso en la adjetivación: “… del nuevo conquistado gozado lecho…” p.37; adjetivación que a veces deriva en repeticiones innecesarias: “… hasta llenar sus melódicos / dentados afilados dientes…”. No obstante, el libro se sostiene por esa particular sensorialidad ante el misterio y lo desconocido, a pesar de su cotidianidad, con un lenguaje depurado, casi barroco pero efectivo, en tanto busca un estilo propio y una expresividad contemporánea, aunque se aprecie la huella de la alta tradición occidental.
Me congratulo de una lectura que aporta en términos conceptuales y poéticos; por ello agradezco al poeta Uriarte su envío. Y no dudo en recomendarla a aquellos que gusten de la buena poesía nica, esa que nos acompaña como un “paisano inevitable”.
(Adriano Corrales es poeta y narrador costarricense)