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Caballero Bonald: «Don Quijote la habría emprendido contra los mercaderes, como Cristo»

Fuente: abc.es

Un insurrecto catarro, vestigio del eterno invierno, está causándole duelos y quebrantos a José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), poeta, novelista, memorialista, navegante, rebelde con causa literaria, infractor, insumiso, letrista, robinson crusoe, edmundo dantés, «enchironado» por el franquismo, rechazado tres veces por la Real Academia, y largos años después honrado con el premio Cervantes, que el próximo martes recibirá en Alcalá de Henares.

 

Sentado en la mecedora de las tardes, entre visillos, en su casa de la Dehesa de la Villa, con las sombras que exportan chopos y acacias, carrascos y piñoneros, Caballero Bonald pergeña su discurso cervantino.

En el imposible olvido está aquel grupo feraz y salvajemente poético de los 50, que se bebía la felicidad a chorros. Bebían para no olvidar, para escribir versos de amor y canciones desesperadas. «On the rocks», entre confidencias a medianoche, solos en la madrugada Caballero Bonald machadianamente bueno, Ángel González fieramente humano y Juan García Hortelano, sus dos grandes amigos. Caballero Bonald rasga su muesca de gratitudes en aquellos páramos de mediopensionismo, con Dionisio Ridruejo al fondo, persona a la que quiso mucho y con la que compartió cárcel durante el franquismo.

Caballero Bonald regresó para conquistar Argónida y las fauces de la Literatura (Nacional de las Letras, de la Crítica, Reina Sofía…). Y a su lado, su esposa, Pepa, que le ayudó a no perder el norte desde el faro del sur. Caballero Bonald dedicará su discurso del próximo martes, en la cuna de Cervantes, al prodigioso manco «perdedor, casi oculto, clandestino».

-¿Cree usted que hoy Cervantes sería un desahuciado de la Literatura?

-No, supongo que hoy no sería nada de eso… Cuando me refiero al Cervantes perdedor, marginado, me estoy refiriendo a esas continuas escapadas, a esos viajes repentinos, a tantas zozobras, penurias, incertidumbres que ocupan buena parte de su vida. Siempre me he preguntado qué hizo realmente Cervantes durante toda su juventud y su edad madura, cuando afirmaba que abandonó la pluma porque tenía otras cosas de qué ocuparse. Se trata de una imagen borrosa que añade un nuevo atractivo a la biografía cervantina.

 

-Cervantes peregrinaba por aquel Madrid de Felipe II y, muchos años después, Caballero Bonald se instalaba en el vientre de ese Madrid al que llegaba desde el voluble sur, deambulando días y días «perdido a cada paso entre sombras intercaladas dentro de otras sombras» («Entreguerras»). ¿Qué expresa para usted ese sentimiento de pérdida?

-Las pérdidas nos permiten acumular materiales presuntos para seguir escribiendo. De las pérdidas surge siempre alguna contrapartida salvadora. Lo único que realmente parece contradecirse con la literatura es esa presunción de poseer la felicidad, un estado de ánimo que impide que las propias palabras contengan algún atisbo de duda, de búsqueda angustiosa de algo.

-¿Contra qué molinos de viento la habría emprendido Alonso Quijano si viviera en estos tiempos convulsos?

-Don Quijote seguramente la habría emprendido contra los mercaderes, como Cristo.

-¿Qué paralelismo ve entre aquel Cervantes y aquel Caballero Bonald?

-¿Paralelismo? Ninguno, por favor, no soy tan indiscreto… Mi pertenencia a ese linaje literario que viene de Cervantes solo quiere decir que procuro aproximarme respetuosamente a un mundo literario superpoblado de libertad…

-En su testamento literario, «Entreguerras», escribe: «...Se había decretado entonces la maldición a los inermes, a los desahuciados en las cruentas contadurías de la brutalidad...» ¿Hoy nos están desahuciando el alma?

-Me gusta esa locución… Pero al alma, como alegoría de la libertad, no hay quien la desahucie.

-¿Vivimos en una sociedad cada vez más inhóspita?

-En cierto modo, sí. La sociedad tiende cada vez más a la desconexión, a la insolidaridad, y eso afecta siempre a las más elementales leyes de la convivencia.

-La gente se suicida o se quema a lo bonzo antes de perder la casa. ¿Es el miedo al «fragor abstracto de la vida»?

-Es literalmente el miedo a quedarse en la calle… Esa es una perspectiva atroz que se contradice abruptamente con los derechos humanos, aparte de constituir una especie de máxima representación dramática de la desesperación. Perder la casa es perder todo asidero con la dignidad. Permitir que eso ocurra, sea por las razones que sean, es para mí una acabada imagen de la vileza.

-¿Los «dioses de las tinieblas» serían hoy los bancos?

-No sé si son los dioses de las tinieblas, pero han usado bastante las tinieblas para sus manipulaciones. Digamos que en cada banco hay un sótano donde se reúnen cada noche los banqueros para hacer un recuento de las calamidades que pueden llegar a provocar…

-Hay siglas que son, parafraseándole, como «virus testarudos de autodestrucción»: EREs/IVAs falsos… ¿La corrupción es plaga? ¿Cómo salir de ella?

-Habría que proceder a una rehabilitación a fondo del edificio social, intentar un debate riguroso, sereno, del que estuviese erradicada toda violencia, no ya de obra sino de palabra, para empezar a regenerar esos miembros degradados de la sociedad. Estamos al final de un ciclo histórico y es hora de que se piense seriamente en todo eso.

-Si el ser humano está por naturaleza rodeado de catástrofes, ¿cómo se explica entonces la mecánica dulce de la primavera?

-Esa es una cita textual de «Entreguerras» y no se me ocurre añadir nada más. Me gusta el aire que tienen esos versículos de viejo apólogo moral.

-¿Piensa usted que en esta época hay que ser más desobediente civil que nunca? ¿Por qué?

-Quizá porque cada vez veo por ahí más gregarios, más sumisos. Una buena contraofensiva contra esas plagas son los movimientos de indignados. Aunque solo sea como síntoma.

-Usted es perito en naufragios −ha sobrevivido a dos−. ¿Qué naufragio no espera aún?

-Bueno, existe un código no escrito para uso de navegantes donde se afirma que aquel que ha conseguido sobrevivir a tres naufragios tiene ganada la inmortalidad. Yo he naufragado dos veces y las dos veces he logrado escapar, de modo que ya he desistido de navegar, no vaya a ser que me salve de un tercer naufragio y me haga inmortal. Y ya se sabe que la inmortalidad es un estado sumamente engorroso.

-Vivió Caballero Bonald con placer mudable en Jerez, Sanlúcar, Cádiz, Bogotá, Madrid, Palma, París, La Habana, Barcelona, Córdoba, Túnez, Copenhague, Damasco, Andratx. ¿La historia pasa como una borrasca de sañudos vengativos filos?

-La vida se compone de muchos regalos consecutivos, qué duda cabe, y también de muchas asperezas, de muchos vengativos filos... Si uno logra verla pasar así, como en una borrasca, puede ocurrir de todo.

-¿Nos convertiremos en escombros fidedignos? ¿O ya lo somos?

-Lo de «escombros fidedignos» es casi un homenaje a la adjetivación portentosa de César Vallejo… Se trata de una situación muy poco confortable, podría equipararse a la del que ha perdido su razón de ser.

-¿Sigue usted persiguiendo esa querencia de insurrecto que detesta vivir entre amanuenses?

-Los amanuenses son también los que escriben al dictado. Y los que escriben al dictado se parecen mucho a los que aceptan la esclavitud. Hay que luchar contra eso…

-¿Cuál es el compromiso del poeta?

-Antes que nada, el de ser poeta, es decir, el que le descubre a los otros una versión nueva de la realidad. Puede ocurrir que ese compromiso coincida con el de crítico de la sociedad, pero no tienen necesariamente que coincidir. A veces la propia historia exige una conducta crítica determinada y otra veces no tanto. De modo que se pueden separar sin más el trabajo creador de la actividad política. Lo que pasa es que el escritor trasvasará siempre a su obra, aun sin proponérselo de antemano, su propia ideología.

-«Soy el empecinado, el refractario a tantos prójimos que alardean de lúcidos, soy el que fui cuando empecé a no saber qué estaba haciendo». ¿Es Caballero Bonald el que reconstruye con pasión apócrifa la virtud del escéptico?

-No sé… Yo soy un escéptico en casi todo. Me tienta darlo a entender cada vez que puedo. El escepticismo es también una forma filosófica de dudar de que exista la verdad. ¿Qué es eso de la verdad? ¿Es una, es múltiple, es una quimera, una trampa? Pues a esas preguntas son a las que intento contestarme una y otra vez.