Fuente: diariodeleon
Nacido en La Alberca, el poeta y narrador José Luis Puerto, que vive desde hace años en León, donde trabaja como Catedrático de lengua y literatura española, se siente ciudadano del mundo, europeo, «pues la cultura y la historia de Europa nos impregnan en nuestras mentalidades y modos de ser».
Asimismo, muestra su querencia por el oeste, ese espacio mítico que discurre «a lo largo del corredor de la Vía de la Plata…, lo que se ha llamado el dominio leonés… que iría desde Asturias a Huelva y que recibe herencias portuguesas», aclara Puerto, quien reivindica su origen en la Raya, «en una fraternidad con las gentes humildes, con esos seres intrahistóricos que nutren mi creación y mi existir».
La Alberca es para él un ámbito mental, un territorio de la memoria y de las primeras experiencias vitales, «claves en mi modo de entender el mundo: la pobreza; el misterio, la fascinación y la magia; la poderosa presencia de una naturaleza paradisíaca; así como la existencia de un lenguaje encantado, que, noche a noche, me transmitía mi abuelo Pablo, uno de los seres decisivos de mi vida», porque La Alberca de hoy, sellada por el turismo es otra cosa, pese a que conserve aún buena parte de su encanto y atractivo.
En su caso, la docencia de la literatura y la creación han ido de la mano. «El contacto con los jóvenes, así como el hecho de transmitirles el conocimiento, ha sido algo importante en mi vida, pues me ha hecho tener de continuo la mente abierta hacia todo lo nuevo y todos los cambios». No obstante, es consciente de que la creación lleva su propio ritmo, «se rige por una lógica que está más allá de lo social; ha tenido y tiene en mí su propia autonomía», aclara el autor de una sustanciosa obra, tanto poética y narrativa como etnográfica.
Su poesía de la memoria, que ha sido traducida, entre otros al inglés y al árabe, se halla recogida en diversas antologías tanto nacionales como internacionales. Sin embargo, cree que las antologías, los premios, «todo ese ruido de lo social, del mundillo literario, es secundario», porque «el escritor ha de ser fiel a sí mismo, a su mundo, a su destino, a su estar en el mundo, dentro de esa tradición hölderliniana que me fascina».
El polifacético José Luis, que recientemente ha publicado Trazar la salvaguarda, entiende la poesía como un arte de espiritualización a través de la palabra. Comenzó escribiendo poemas cuando tenía diez años y desde entonces le ha guardado fidelidad a este arte, que «nace siempre de la vida y la trasciende… está presente siempre en el telar del corazón, de la psique; de modo que la escritura, más que un proceso físico, es un proceso anímico y mental», porque para el autor de la antología poética Memoria de un jardín -marcada por la emoción y la contemplación, por el sentir y el pensar que se aúnan en la palabra poética- escribir es estar en el mundo de un modo determinado, «en un contacto continuo con el mundo del espíritu, que se manifiesta en la naturaleza, en los otros, en las luces, en la temporalidad, en todo aquello que pasa desapercibido…». Algo así como lo que ya hacían determinados poetas simbolistas y románticos (Hölderlin o Keats), y como han seguido haciendo Rilke, J. R. Jiménez o Cela, a los que cabría añadir otros muchos clásicos: Manrique, Fray Luis de León, San Juan, Santa Teresa; y contemporáneos: Machado, Lorca, Valente, Claudio Rodríguez, Brines, Colinas… «Y la prosa y el decir de María Zambrano».
En el fondo, su obra poética es un continuo –«por eso en mis últimos libros no pongo punto final a cada uno de mis poemas»-, como una suerte de biografía espiritual, en la que sus distintos libros poéticos dialogaran entre sí. «Ninguno de ellos podría amputarse, pues supondría destruir los sentidos del conjunto».
El que fuera secretario -en los Cursos de Verano de El Escorial y Almería-, de Alberti, Benedetti y Caballero Bonald, también ha escrito libros en prosa como Las cordilleras del alba, que es una memoria de la niñez, de la pobreza, del misterio de su mundo originario: motivos que inspiran su escritura.
Como traductor de poesía, siente devoción por la poesía portuguesa, «aún no descubierta y valorada del todo, como se mereciera, en España», lo que le ha procurado conocer, también traducir, a grandes poetas contemporáneos: Torga; Eugénio de Andrade, Herberto Hélder, Jorge de Sena, José Bento, Fernando Echevarría, Nuno Júdice, Al Berto…
Su experiencia editora, «siempre ediciones muy cuidadas, minoritarias y no venales», se concreta en una colección de libros: Pavesas. Hojas de poesía; cuadernos: Cuadernos del Noroeste; pliegos: Entregas de invierno; y, cada Navidad, una de tarjetas: Las cordilleras. «Me fascina editar poesía. Hay en la España contemporánea una excelente tradición de poetas editores (Juan Ramón, Altolaguirre, José Janés…) y propuestas muy hermosas».
Otra de sus pasiones es la etnografía, centrada en la cultura material e inmaterial del legendario oeste: áreas salmantinas, Las Hurdes o la provincia de León, a la que ha dedicado mucho empeño, como queda recogido en su monumental trabajo, Leyendas de tradición oral en la provincia de León. En estos momentos, está reuniendo y sistematizando las tradiciones orales de la comarca leonesa de Rueda a la vez que escribe un nuevo poemario.